Fernando Merino
Doctor en Ciencias Económicas

Coronavirus y sociedad

El neoliberalismo que considera al mercado quien dictamina la moral de las conductas humanas en función de consideraciones mercantilistas, es nefasto para la sociedad y para el futuro de la vida

La pandemia del coronavirus ha supuesto un ataque frontal a la sociedad en sus vertientes médica y económica.

En la vertiente médica desconocemos el origen de la epidemia, su desarrollo, su naturaleza, su inmunidad, su vacuna y su recidibilidad. En la económica, siguiendo el circo mediático que tanto gusta de equiparar la situación a una guerra, es como si hubiera estallado una bomba de neutrones que aniquila la vida humana respetando las instalaciones y los bienes materiales.

En la vertiente Médica, se ha tratado de minimizar el Sistema Público de Sanidad en defensa de un «sistema capitalista sostenible». Los acontecimientos vividos muestran que la Sanidad debe quedar fuera de las leyes de mercado, y sus gastos de mantenimiento soportados por la sociedad. Actualmente para vergüenza de los que promovieron y defendieron los recortes en la sanidad pública, no son las empresas privadas las que nos podrán salvar, sino el Estado con sus políticas sanitarias generales y sus medios.

Desgraciadamente, otros países han hecho también del sistema de salud una mercancía en manos del capital privado. Un ejemplo clamoroso es Estados Unidos donde Trump destruyó el sistema de salud dejado por Obama y ahora se ven las consecuencias.

Se nos presenta la oportunidad de desmontar paulatinamente la globalización neoliberal de la sanidad, sin renunciar a su sostenibilidad dentro de un pensamiento solidario, revirtiendo las privatizaciones haciendo públicos los servicios necesarios.  

En la vertiente económica reina la desorientación en las previsiones económicas y en las medidas a adoptar para afrontar las consecuencias producidas por la crisis del coronavirus en la economía global. El caos y el pánico se han apoderado de la economía y las medidas se abordan desde perspectivas muy diferentes y sin coordinación. Este barullo proviene de no querer considerar la pandemia como un ataque integral a la Sociedad de Consumo, en la que se ha convertido nuestra sociedad humana desde el siglo XX, y que posiblemente perdurará a la crisis del coronavirus. El problema no está en las medidas a adoptar sino en aceptar la naturaleza del problema.

Decía Albert Einstein: «Locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes». Las medidas económicas que hoy día hablan de adoptar, son: bajadas de tipos de Interés, incremento de gasto público, ajustes fiscales, bloqueo de hipotecas, subvenciones a empresas y rebajas fiscales. Observando dichas medidas, parece que no difieren mucho de las aplicadas para mantener a flote la economía desde la crisis financiera que arrancaba en 2008.
Los tipos de interés están ya en mínimos históricos, los impuestos se han reducido en muchos países durante los últimos años, los bancos centrales llevan una década haciendo funcionar las máquinas de billetes a todo trapo y, pese a todo, la economía no parece reflotar. Por lo que la pregunta es, ¿qué queda por hacer?

Las políticas monetarias están ya agotadas, están pidiendo una activación de la política fiscal. Las medidas fiscales, rebajas de impuestos o su exención a los trabajadores en paro distan mucho de ser una solución, sino más bien, parches que no pueden calmar la tormenta. La pandemia ha afectado también al corazón del sistema, el mercado de valores. El desplome ha sido internacional.

Un análisis economicista dirá que estamos ante una crisis de demanda por la reducción de la misma, debido al confinamiento domiciliario de los consumidores, pero al mismo tiempo, dirá que se trata de una crisis de oferta por su reducción, debido al cierre de instalaciones productivas. Por primera vez se dan las dos circunstancias contradictorias al mismo tiempo y nos preguntamos cuál será el futuro, habida cuenta de las nuevas tecnologías, nuevos materiales, robótica, etc.

Pasado el confinamiento domiciliario de la población, veremos la profundidad de la crisis económica, las medidas a adoptar para la recuperación y si ésta será en V, en U o en L.  Si es en V será rápida, si en U más lenta y si en L no hay recuperación. De cualquier manera los medios de comunicación nos transmiten el temor permanente de la población por la falta de empleo.

La pandemia actual del coronavirus representa una oportunidad única para repensar nuestro modo de vida, la forma de producción, consumo y nuestra relación con la naturaleza. Ha llegado la hora de volver a cuestionar las “virtudes” del sistema capitalista: la acumulación ilimitada, la competición, el individualismo, el consumismo, el despilfarro, la indiferencia frente a la miseria de millones de personas, la reducción del Estado y la avaricia ilimitada. Esta es la cuestión importante no las previsiones y medidas concretas a adoptar dentro del mismo sistema caótico.

Los cambios si ocurren, necesitarán un cierto tiempo para su implementación y surgirán dificultades, pero tengamos presente que andamos al borde del precipicio y podemos caer en él. Desgraciadamente la historia nos enseña que jamás los cambios sociales se han hecho por consenso sino por la imposición de los hechos.

Esta pandemia no puede combatirse solo con medios económicos y sanitarios, siempre indispensables. Exige un cambio de relación con la Naturaleza y la Tierra. Que nadie piense que es la última pandemia porque al paso que vamos, si se nos presenta otra por razones climáticas, veremos de donde se sacan las «mascarillas» que nos protejan. Esta crisis puede ser una broma comparada con la que nos puede venir por el cambio climático.

La especulación es el motor del sistema individualista que sobrevive gracias a un constante atentado contra la naturaleza y el ser humano. La explotación intensiva de la naturaleza y de sus recursos hasta el agotamiento, ha producido una ingente contaminación que ha llevado a un cambio climático de consecuencias brutales para la misma naturaleza cuya venganza se manifiesta sobre la vida en la tierra.

Este sistema no reconoce al ser humano como parte integrante de la naturaleza, es como si naturaleza y humanidad fueran dos cosas diferentes, y no sólo eso, sino que el concepto de humanidad tampoco es reconocido por ser considerado el hombre como una unidad en sí mismo sin relación con los otros hombres.

El neoliberalismo que considera al mercado quien dictamina la moral de las conductas humanas en función de consideraciones mercantilistas, es nefasto para la sociedad y para el futuro de la vida.  

El incremento de la capacidad productiva y la mundialización de la economía exigen que la población mundial participe en mayor medida en el consumo para que el sistema capitalista pueda sobrevivir. La robotización de la sociedad eliminará puestos de trabajo y se crearán otros de nuevo perfil. El problema surge cuando disminuyendo el empleo por la automatización, tendrán que habilitarse nuevos sistemas de subvenciones al desempleo para seguir con el consumo. La contaminación y la polución seguirán imparables.

El crecimiento económico se vincula, sobre todo, a la necesidad de conquistar nuevos mercados, lo que otorga especialísima importancia a la publicidad. Es una sociedad que necesita más consumidores que trabajadores.

Desde esta óptica mercantil y despersonalizada, los sujetos tienden a dejar de ser vistos como individuos, para pasar a ser meras funciones sociales, tanto a efectos de su utilización como a efectos estadísticos, con finalidad política electoral o comercial por el consumo.

Es notoria la vinculación existente en las sociedades ricas entre la abundancia y el derroche. De algún modo, todas las sociedades derrochan, dilapidan, gastan y consumen siempre más allá de lo estrictamente necesario. Así se llega a la fantasmagórica definición del consumo como derroche productivo, entendiendo como tal toda producción y gasto más allá de la estricta supervivencia.

Un enfoque novedoso de las compras en la Sociedad de Consumo es verlas como compra de tiempo invertido. Cuando compramos un bien estamos comprando el tiempo que ha sido necesario invertir para producirlo. En cierta manera, dentro de la sociedad de consumo, el tiempo ocupa una especie de lugar privilegiado, es un tiempo que es consumido. Cuánto tiempo empleamos trabajando, para ganar el suficiente dinero para poder comprar el tiempo que representan de cosas inútiles que compramos.

La falta de tiempo en el ser humano produce un vacío interior que repercute en la salud. El hombre se encuentra aislado, vacío, a pesar de estar rodeado de hombres. Es la enajenación completa de la mente y campo propicio para la publicidad y propaganda, aspectos muy importantes en la Sociedad de Consumo.

La publicidad es un medio de comunicación de masas, una actividad a través de la cual llegan los mensajes al público con el fin de influirlo, instruirlo y orientarlo en la compra de bienes y servicios, o en la preferencia de pensamientos de cualquier tipo sobre  instituciones o, incluso, personas. Es uno de los mecanismos que a través de un conjunto de acciones, logra modificar ideas, imponer modas, convencer, e influir hasta en las decisiones más triviales.

Gracias a la publicidad el consumo se ha convertido en toda una institución donde se da más importancia a la apariencia, al envoltorio, que al producto en sí. La falsa idea de libertad y de iniciativa se consigue mediante las Modas que definen prototipos de conducta que hay que imitar. Los sujetos buscan diferenciarse de sus semejantes, y esto se logra, fundamentalmente, a través de las Marcas, unas Marcas que no marcan al producto sino al consumidor.

En la actualidad, para conseguir cierta notoriedad en una determinada Marca o lograr una buena imagen comercial, se acude normalmente a la publicidad, a la comunicación.

Los principales motivos que hicieron caer el fordismo fueron: la imitación y las nuevas tendencias de la demanda, que conllevan la sustitución del valor funcional por el valor atractivo, y esto, fundamentalmente, a través del fenómeno social de la Moda. A las personas les gusta diferenciarse y, con la aparición de las nuevas tecnologías, esto ya fue posible.

Los sujetos cada vez están menos dispuestos a consumir productos estándares y es que, en realidad, se estaba pasando de un consumo en masa (consumismo) a un consumo diversificado donde los clientes participan en la creación del producto (prosumerismo). Esto supone la aparición de la planificación de la obsolescencia del consumo, donde los productos no quedan obsoletos porque pierdan su valor funcional, sino porque dejan de ser «atractivos».

En los países desarrollados se incrementan todos los años los gastos publicitarios, tanto en las empresas como en las instituciones públicas y en los partidos políticos. El fin último que se persigue con la publicidad es desencadenar en el público un determinado comportamiento y, para ello, se debe determinar de manera adecuada cuál es el público objetivo.

La publicidad y las técnicas de marketing se encargan de la manipulación de la mente humana para que se convierta en rehén de las sociedades de consumo y que inconscientemente se convierta en el arma de su propia destrucción.  

Asombra el hedor nauseabundo que emana el planeta. Decía el Washington Post en su editorial del 25 de marzo: «No se puede defender un planeta donde el 80% de la riqueza está concentrada en el 1% de la población, capaz de derramar sangre inocente para mantener su statu quo. Privatizan el agua, la salud, la educación, el viento, el sol. Los Derechos Humanos Universales se han convertido en mercancías al alcance de una minoría rapaz e insaciable, mientras las mayorías invisibles son visibles en los procesos electorales disfrazados de democracia. O muere el Capitalismo Salvaje, o muere la civilización humana».

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