Víctor Moreno
Profesor

Covid-19 y Black Friday

Apelamos a la libertad y a derechos individuales cuando nos conviene. Rara vez nos acordamos de la responsabilidad ética que incumbe a nuestra relación con los otros.

Respeto que cada cual haga de su inteligencia un sayo. Lo que le plazca. Incluso que no la use. En algunos casos, eso sería lo preferible. Cada vez que un desalmado tiene una idea y la pone en circulación aumenta la infelicidad en el mundo de modo exponencial. O, si no, convierten su paso por la tierra en una permanente amenaza para el resto de los ciudadanos que conviven con ellos. En el caso que nos ocupa, tienen, por ejemplo, una idea tan exquisita de libertad que, si los demás no coinciden con ella, son capaces de armarla bien gorda. Ya lo hicieron en tiempo los nazis y, por supuesto, los franquistas autóctonos.

En este caso, me refiero a los que en nombre de la libertad han decidido no ponerse la vacuna contra la covid-19. Los llaman «los antivacunas». Y, al parecer, son legión. Al menos, las televisiones europeas no cesan de transmitirnos imágenes bien perturbadoras de la existencia de estos defensores de la libertad frente a sus Estados respectivos, a los que caracterizan sin pelos en la lengua de totalitarios. Y, vaya por donde, son países europeos que, en algunos casos, sufrieron el acoso más bárbaro del nazismo. Así que, piensa uno, que sabrán muy bien de qué hablan cuando se sienten humillados por esos Estados, mayormente socialdemócratas, que, malditos sean, pisotean su idea de libertad, que, desde luego, no parece que la hayan aprendido leyendo a Kant.

¿Perciben estos antivacunas que su comportamiento es una mancha maligna que afecta directamente al corazón de los demás? Con toda seguridad que son conscientes de ello. Y por eso lo hacen, importándoles poco lo que les pase al resto de la ciudadanía, a la que considera servil ante las exigencias sanitarias de los Gobiernos de sus respectivos países. Ellos, por el contrario, son, sin duda, los grandes representantes de la libertad única, grande y libre.

¿Sí? Una mierda. Una mierda porque, ya que, si son tan mirados con su libertad, sería un detalle que por su parte, aunque solo fuera durante un minuto, se dedicaran a pensar en las consecuencias que su decisión acarrea a la libertad de los otros. Que piensen en ese concepto que parece que tanto aman y por el que son capaces de morir heroicamente: la libertad. Entiéndase. La libertad para contagiarse y contagiar a los demás.

¿Han pensando en que su actitud pudiera producir un efecto de boomerang? En este caso, provocar en quienes sí se vacunan el deseo de ejercer, también, su libertad y, dado que su vida corre peligro al entrar en contacto con los antivacunas, se defiendan de estos al modo tribal, es decir, a garrotazo limpio.

Habría diferencia en el ejercicio de la libertad por los negacionistas que ponen en peligro la vida de los demás y la libertad de los vacunados que, para evitar un posible contagio, se libran así de una seria amenaza pública? Y no, no se trataría de un linchamiento colectivo. Sería una lucha entre libertades. Y ganaría el más fuerte, pero no el más libre.

Apelamos a la libertad y a derechos individuales cuando nos conviene. Rara vez nos acordamos de la responsabilidad ética que incumbe a nuestra relación con los otros.

Ahora, los convencidos antivacunas de ayer se lanzan hoy como posesos para hacerse con el pasaporte para entrar en bares, discotecas, restaurantes y teatros. Signo de que la salud de los demás les importa un pito, mucho menos que una noche de discoteca o un cenorrio con los amigos. La libertad es la excusa. Y la libertad, tomada como pretexto, es un mal plan. Un insulto a la ética.

Y, ya puestos, preguntará el lector qué tendrá que ver el Black Friday con la covid-19. Aparentemente, nada. Pero, al relacionar su libertad con la de cualquier otro consumidor que la utiliza para comprar a destajo en los comercios, quizás no sea tan diferente esa libertad con la de quienes la reivindican para negarse a vacunarse contra la covid-19.

A los antivacunas les parece horrible que el Estado los obligue a ponerse la vacuna, un acto totalitario, dicen, pero no protestan contra ese mismo Estado que, en connivencia con el Mercado, los incita a un alocado consumismo. Y no seré yo quien lo critique. En la vida hay muchas maneras de hacer el imbécil temporal. Solo intento llamar la atención por el uso ramplón que se hace de la libertad para no vacunarse frente a un Estado que es el mismo que les permite ser libres –¡qué risa!–, para entregarse al consumo.

Hay que ser un tanto iluso para aceptar que el Estado de bienestar, inexistente sin el consumo, sea diferente al Estado que te obliga a vacunarte. Si uno renuncia a vacunarse en nombre de la libertad frente a las pretensiones del «Estado totalitario», ¿acaso este ciudadano en nombre de su sacrosanta libertad no debería negarse a consumir lo que ese mismo Estado perverso le incita a consumir?

Reflexionar sobre libertad y responsabilidad ética nos incumbe a todos, pero, sobre todo, a quienes siguen en las filas de los antivacunas. Porque están haciendo la pascua al resto. Si tan remilgados son con su libertad que los lleva a rechazar de plano lo que propugna el Estado, incluso salvar sus vidas, tampoco deberían vacunarse para hacerse con ese pasaporte y/o caer en un consumismo claramente impulsado por el Mercado que sustenta el llamado Estado de Bienestar. Hay que estar a las duras y a las maduras.

Poner la vida de los demás en peligro de extinción en nombre de una supuesta libertad, ¿no es fascismo? Bueno, si la palabra neofascista resulta inadecuada para denominar a este gente con denominación de origen, dejémoslo en idiota y, no solo en el sentido etimológico del término –«a quien solo le importa su particular ombligo»–, sino en el sentido coloquial del término, es decir, capullos integrales, estúpidos o imbéciles.

Lo más increíble de este espectáculo es que, cuando pillan el bicho estos antivacunas, tenga que venir la ciencia a salvarlos para que, ¡tiene narices!, sigan ejerciendo su estúpida idea de libertad.

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