Alfredo Ozaeta

Crisis: guerras y drogas

Normalmente, el comodín que hasta ahora se venía utilizado en la gestión de las crisis solían ser las guerras, esta cruel e ineficaz solución aparte de distraer a las sociedades de los problemas verdaderos, ocasionaba la necesidad de volver a reconstruir y regenerar lo que como consecuencia del conflicto se había destruido. Lo que menos importaba e importa es el coste humano y drama generacional, de lo que se trata es de activar las economías, revertir los ciclos y resituar las posiciones en el tablero geopolítico. ¿Los beneficiados? Los de siempre, ¿y los perjudicados? También los de siempre.

A lo anterior, se ha incorporado una variable más como remedio a los cambios sociales, económicos y vivenciales en ciernes. Este elemento es el negocio de drogas y estupefacientes como bálsamo a la pérdida de valores, autoestima y utopías basadas en lograr sociedades más justas. Desde los poderes consideran que además de dotarles de pringues beneficios, facilita la gestión de las crisis económicas e ideológicas.

La metamorfosis y evolución de las guerras como enfrentamiento o conflicto social por métodos violentos para dirimir diferencias ha ido evolucionando a medida que los medios tecnológicos, ambiciones e intereses humanos se han ido trasformando. Las disputas personales y controles territoriales han derivado al dominio de los recursos y dominio tecnológico, biológico y/o ideológico.

Por lo general, las pautas se mantienen invariables, lejos del romanticismo que Sun Tzu transmite e en su obra "El arte de la guerra". El imperialista o supremacista, en base a sus injusticias, provoca hostilidades que «justifiquen» su agresión para obtener sus propósitos de poder y control, para seguidamente desautorizar y deslegitimar al agredido a ejercer su derecho de defensa, llegando incluso a etiquetarle como terrorista por tener la «osadía» de cuidar a sus gentes, tierras y propiedades del expolio e invasión.

Además de generar actividad financiera-industrial, sobre todo en lo armamentístico, tecnológico y de investigación, les sirve en muchos casos, como estamos viendo actualmente, para liberarse de cargas o «excedentes» humanos que consideran molestos o «sin valor» para sus proyectos. Siguen la máxima neoliberal de generar el problema para después aportar su solución, generan inseguridad para hacer negocio con la seguridad, provocan violencia para justificar la represión.

Lo mismo está pasando con las drogas, su exponencial crecimiento no es casual. La incorporación de grandes plantaciones para su cultivo, tutelado en muchos casos por los propios gobiernos, la distribución tan tecnificada, su elaboración tan amplia y sofisticada y su consumo tan masificado lo han convertido en una de las mayores industrias del planeta.

Esta actividad, a pesar de no estar oficialmente regulada a través de sociedades en los registros mercantiles, ni contar con estadistas en los intercambios o indicadores de las balanzas comerciales entre países tiene un importante impacto en la economía global.

Sus entramados societarios, aunque legalmente no cotizan en bolsa, participan activamente en los flujos económicos internacionales, financiando compañías, proyectos, cuando no la propia creación de industrias con todo tipo de actividad, lo que eufemísticamente se ha dado por llamar blanqueo. Los intereses a su alrededor van desde las participaciones en fondos de inversión, pensiones, trust financieros o mercados de criptomonedas, hasta el patrocinio a muchos gobiernos para soportar el gasto corriente del país.

También aquí, incluso desde sectores progresistas, se intenta justificar su cultivo y distribución de drogas como solución a la pobreza en que muchas sociedades se ven sumidas por la corrupción endémica de sus gobiernos.

Y esta es la batalla que las políticas neoliberales y de extrema derecha están ganando ante la actual crisis estructural mundial, ¿cambio de ciclo? Aprovechándose de la desubicación o desconcierto ideológico de sectores de izquierda y progresistas que no acaban de salir del estado de shock o letargo a pesar o por el avance de las fuerzas reaccionarias.

Son los mismos que intentan patrimonializar muchas de las luchas en defensa de feminismo, medio ambiente, producción alimentaria, consumo sostenible, etc. Las llevan a su terreno, su preocupación no es el encarecimiento de la cesta de la compra, o el acceso a una vivienda y vida digna, su inquietud es cuando se lucha por los derechos que cuestionan y combatan la desigualdad, sus injusticias y privilegios de una minoría.

Pero, como en más de una ocasión nos han recordado líderes políticos y activistas sociales, cómo vamos a pretender que las clases más desfavorecidas puedan concienciarse del grave problema en el ecosistema, de la necesidad de incorporarse a la era digital o simplemente de la igualdad, cuando su verdadero problema es cómo llegar a final de mes o comer todos los días.

Hay que recuperar la iniciativa en la defensa de la justicia, solidaridad, respeto del medio ambiente y el reparto equitativo de los recursos naturales, confrontándolo con lo que nos tratan de imponer para transitar por el camino de la decencia. Mientras no lo hagamos se seguirán abriendo más gimnasios que bibliotecas o centros de enseñanza e infantiles y se quintuplicaran las oposiciones a policía o a lo que llaman «cuerpos de seguridad» para garantizar el control de su premeditado descontrol.

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