Mikel Arizaleta

Crítica a mi Iglesia

Sus largas y matizadas reflexiones las expone de manera escueta en los 12 puntos, que conforman el capítulo 5 de su libro "Das unheilige in der heiligen Schrift", lo impío en la escritura sagrada.

«El cadáver en el sótano de la Iglesia es el hijo de dios resucitado».

«Este año por primera vez las iglesias católicas, ortodoxas y protestantes, escribe Saturnino Rodríguez en «religión digital», como fruto de los esfuerzos ecuménicos por alcanzar la unidad de las iglesias cristianas, celebran conjuntamente el V Centenario de la «Reforma» protestante que nació tras el 31 de octubre de 1517 en que el sacerdote agustino Martín Lutero clavaba en la Iglesia de Todos los Santos del castillo de Witemberg las 95 tesis contra «las indulgencias», decretadas por el papa León X a favor de quienes contribuyesen con sus donativos a la construcción de la basílica de San Pedro en Roma».

Una reforma que otro afamado teólogo protestante, Gerd Lüdemann, profesor destacado de la universidad alemana de Gotinga, jubilado en nuestros días, viene desde años poniendo sobre el tapete en sus conferencias y libros a la luz del método crítico-histórico aplicado a la ciencia teológica en los largos 200 últimos años.

Sus largas y matizadas reflexiones las expone de manera escueta en los 12 puntos, que conforman el capítulo 5 de su libro "Das unheilige in der heiligen Schrift", lo impío en la escritura sagrada. Es de destacar su honradez científica en el campo de la investigación y su osadía en extraer consecuencias sin arredrarse ante el bozal, la amenaza y el anatema de su Iglesia evangélica. El que numerosos y destacados teólogos, sobre todo protestantes, hayan trabajado el método histórico-crítico en sus cátedras de teología en universidades alemanas ha hecho que la teología deje de ser sermón, prejuicio o recomendación cristiana para convertirse en ciencia. Y hace ya tiempo que se descubrió que presentar la Biblia como palabra de Dios es engaño y la proclamación del Jesús carnalmente resucitado es un cuento como el de Blancanieves de los hermanos Grimm.

Gerd Lüdemann resume su  postura entre teología e Iglesia en estos 12 puntos:

1. Nunca se dio tanta importancia como hoy a la formación teológica y nunca  fue la palabra de dios tan insípida, tan endeble y estéril como hoy. Y sus razones no se deben buscar en los voluntariosos predicadores/predicadoras en el servicio eclesial, dependientes de sus jefes y patronos. Sino más bien se debe a la inconsistencia de la construcción «palabra de Dios», que se expande desde el púlpito.

2. La Iglesia, que se funda en la palabra de dios, está construida sobre arena movediza. Y esto se deduce primero de la historia del canon, de la forma y manera humana con la que se llevó a cabo la conformación de la Biblia, compuesta de Antiguo y Nuevo Testamento. Segundo, del dogma de la inspiración, invalidado y desquiciado por la crítica histórica, quedando obsoleto el sermón y el discurso de la Biblia como palabra de dios. Y tercero, de la unidad del Jesús  terrenal con el Jesús resucitado, unidad que ofrece una base importante para la presentación de la Biblia como palabra de Dios, y ya superada porque las apariciones del resucitado ante sus discípulos no son más que visiones que se explican de modo puramente psicológico y que se pueden entender como interpretaciones de la vida de Jesús.

3. Las Iglesias, la católica y la evangélica, debieran introducir en su seno una pausa creativa, y como mínimo durante diez años cesar de predicar la palabra de Dios. ¿No se ha predicado ya todo? ¿Si todo fuera palabra de Dios, con todo lo que se ha predicado recorriendo el país de arriba abajo, cómo se explica la casi total inoperancia de la palabra de dios?

4. Como en todos los campos de la vida también en religión hay que sacar consecuencias de lo que sabemos y, si es necesario –como lo es–, emprender una profunda reforma o remodelación. Y esto sobre todo a la vista del hallazgo histórico de que Jesús se pudrió y no resucitó corporalmente. Para la Iglesia la resurrección corporal sigue siendo, antes y ahora, un requisito imprescindible, de manera que me gustaría decir tras Christoph Türcke: el cadáver en el sótano de la Iglesia es el hijo de Dios resucitado.

5. La teología y la Iglesia tienen que deshacerse y librarse de sus enredos mutuos para bien de ambas. La teología no puede ejercerse y cultivarse como teología eclesial sino de manera libre, como ciencia teológica. Porque sólo entonces es capaz de aportar y contribuir al desencantamiento del mundo. La Iglesia no tiene como fundamento sólo racionalidad sino sobre todo una vida comunitaria religiosa, que se da en la base. Y en esta vida el canto y la celebración tienen primacía y prioridad. Sólo esto posibilita la comunicación necesaria con otras Iglesias del orbe. La Iglesia debe ser consciente de sí misma, debe sacar conclusiones y tomar decisiones desde su pragmatismo sin necesidad de acudir a fórmulas teológicas artificiales para  justificar su ortodoxia.

6.- La exigencia y recurso a privilegios, a revelaciones, en el conocimiento es el vicio capital de la teología de ambas confesiones y ambas Iglesias. Y esto es lo que ha creado en el trato con los de fuera, que es la mayoría, inverosimilitud y perplejidad. Quien apela a manifestaciones y revelaciones hace lo mismo, y no otra cosa, que las sectas de nuestro tiempo.

7.- La teología evangélica debe su crédito y su justificación dentro de la universidad alemana a la aplicación sin miedo del método crítico-histórico. Un investigador como Adolf v. Harnack, que como protestante progresista y teólogo liberal sigue sin ser tomado en serio, ha hecho junto con otros muchos compañeros contemporáneos, que han trabajado el método crítico-histórico, más por la existencia de las facultades teológicas en el estado constitucional mundial que lo que imagina sus actuales detractores.

8.- La teología y la Iglesia tendrán en el futuro razón de existir si son capaces de presentar abiertamente su utilidad, el por qué son necesarias en la sociedad moderna. En el ámbito de la demostración y de la prueba de su necesidad hay que examinar la verdad histórica de las afirmaciones conocidas en el credo y en caso de un resultado negativo mandarlas a paseo. El hecho de que hoy existan teología e Iglesia no justifica su necesidad. La teología debe de nuevo conectar y contactar con las grandes aportaciones históricas, filológicas y filosóficas de la teología liberal.

9.- Si la teología quiere ser reconocida como ciencia debe anular, interrumpir, suprimir su  confesionalidad, algo más fácil de llevar a cabo en el mundo protestante que en el católico-romano. Y esta exigencia no se debe sólo a razones organizativas y económicas sino también a razones políticas, porque nuestro estado es confesionalmente neutral. En la nueva facultad teológica deben ser investigadas todas las religiones, también las distintas cristianas y colocadas en el banco de pruebas de la crítica religiosa. La formación práctica de los curas y pastores es tarea de las Iglesias cristianas y de las demás comunidades religiosas. No es asunto de la universidad.

10.- La teología y la Iglesia viven hoy a menudo y con cierta frecuencia de que nadie les tome en serio. Y esto les augura en cierta medida una supervivencia en tiempos políticamente estables, supervivencia asegurada jurídicamente por acuerdos entre Estado e Iglesia. Pero no nos engañemos, la teología y la Iglesia no son ya para mucha gente pensante y reflexiva ni para la cultura actual un desafío. Viven su vida, se defienden ocasionalmente de alguna crítica desagradable y se preparan para una muerte aparentemente honrosa.

11.- La Iglesia, pase lo que pase, está destinada a escuchar y a recoger de boca de Jesús sus auténticas palabras. Para ello es necesario el estar abierta y totalmente dispuesto a distinguir lo dicho realmente por Jesús de lo tan sólo atribuido a él, y el ser capaz de cuestionar la propia tradición a la luz de las verdaderas palabras de Jesús.

12.- Si a mí no se me rebate mediante testigos históricos o por argumentos claros, estoy obligado por los hechos históricos presentados por mí, y sigo con mi protesta contra la santurronería y el fariseísmo de la Iglesia evangélica, de sus credos y declaraciones actuales así como de sus oficios y ministerios basados en la «palabra de Dios».

Y lo dicho, la Reforma iniciada por Martín Lutero sigue teniendo en nuestros días sabor y coraje protestante.

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