Mikel Arizaleta
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Cuando el corazón no quema se acumula el hollín

Estaba ya anunciado el día, la hora y el lugar: 8 de marzo del 2017.

 

La Comisión de Derechos Humanos del Parlamento de Gasteiz iba a escuchar la situación de dolor ocasionada por los «abismos kilométricos que separan» a hijos, padres, esposos, amigos etc. de sus familiares encarcelados. Los miembros de la comisión parlamentaria iban a compartir en primera persona la vivencia de ese desgarro, las consecuencias que acarrea la política de dispersión en los menores de edad. «Ibamos a pedir que hicieran todo lo posible para poner fin a este drama. Ibamos nerviosas porque no es nada fácil desnudarte emocionalmente ante personas que no conoces y con las que vas a compartir algo tan íntimo, pero era necesario ir y contar lo que durante casi tres décadas llevamos padeciendo los familiares de presas y presos vascos, entre ellos también se encuentran cientos de niños y niñas menores de edad, este colectivo tan vulnerable no es una excepción, ni se libra del sufrimiento que supone la política de dispersión».

«Yo lo sé bien, narra Olatz Iglesias, porque tenía 9 meses cuando encarcelaron a mi ama en una prisión a 960 km de casa, hoy tengo 21 años y sigo obligada a recorrer 750 km para ver a mi aita. Como tantos y tantos menores, Nahia, Amaiur, Lur, Sare, Aillotz, Iker, Xane…, si queremos estar con las personas que más queremos, con nuestras amas, aitas, osabas, izekos…, si no estamos dispuestos a renunciar a nuestro vínculo familiar estamos obligados a poner nuestra vida en juego fin de semana tras fin de semana. Nuestra única intención era poner encima de la mesa nuestro dolor ante tan cruel política de excepción, y así lo hicimos».

Fue el 9 de marzo, por la mañana, mientras me desayunaba en la cocina con pan de centeno del lekeittiarra Saturio regado con aceite de oliva virgen de Arronitz y la taza de un café recién hecho, ese día de marzo con páginas de periódico de mujer y recuerdo de Victoria Kent, Clara Campoamor, Simone de Beauvoir, Ingrid Galster etc., fue ese día cuando leí en GARA las palabras, como en cráneo de erizo, que Juana Bengoechea, parlamentaria vasca, escupió a Olatz, Maider y Patricia el 8 de marzo como representante de derechos humanos del PP en esa comisión parlamentaria:

«Tu padre, dijo dirigiéndose a Olatz, ha sido una de las personas más sanguinarias de la banda y tu madre sabe mucho de los trescientos y pico asesinatos que no están esclarecidos». Les preguntó a las tres integrantes de Etxerat, a Olatz Iglesias, Maider Viso y a la portavoz de Etxerat Patricia Vélez: «¿Sabéis quién es el responsable de vuestro sufrimiento?» Y ella misma respondió: «son vuestros padres, porque decidieron ser etarras y asesinos». Les aleccionó: «para resolver la situación bastaría que sus familiares escribieran ‘una cartita’», como según ella hicieron Joseba Urrosolo y Balentin Lasarte. «Hay una salida. Lo único que se les pide es que renuncien a su vida criminal y volverán al País Vasco, pero si una persona persiste en ser un etarra, la justicia tiene que ser aplicada. La llave de vuestro sufrimiento está en vuestros familiares. Si insisten en el dolor que causaron, en la sangre que vertieron… Pero si hacen ese examen de conciencia, van a venir». Justificó la dispersión y el alejamiento en que «a las bandas hay que desbandarlas porque os podría dar el nombre de cantidad de personas cuya muerte fue decidida en una cárcel». Y pidió a las comparecientes que convenzan a sus familiares, «basta una cartita».

Esta brutalidad sin venir a cuento ante tres personas, el mentar la vida de otros a personas que denuncian la conculcación de sus derechos, a quienes reclamaban dignidad humana, que piden que no se martirice y maltrate a familiares de presos por su deseo de dar un beso de hija, un abrazo de esposa o un libro de amistad y esperanza, debió caer en el corazón filial como gruesos goterones de agua helada. Juana escupió aquella mañana de 8 de marzo palabras pensadas para herir. Lo dice el Pequeño ruso, en la novela “La madre” de Gorki, ante el comentario de Pelagia sobre Nicolás: «Cuando el corazón no quema bien a uno se le acumula el hollín».

Hace meses escuché a esta representante del PP, creo que entonces edil en Irún, en un programa de televisión vasca dirigido por Claudio Landa, y sus palabras destilaron ya por entonces cierto regusto de venganza, de vida mal masticada, de cierta baba en la boca, de leche cortada en primavera. Fue tan inhumana su respuesta, tan salida de madre, tan de manzanas traigo, que –me da la sensación– los demás miembros por sus respuestas sintieron cierta vergüenza. Rafaela Romero, del PSE, abogó porque los presos cumplan la condena cerca de su entorno, Lander Martínez, de Podemos, sostuvo que hay que poner fin al alejamiento de inmediato, Julen Arzuaga, de EH Bildu, dijo que todavía hay quienes justifican y creen que la conculcación de derechos es útil para el logro de sus intereses políticos, e Iñigo Iturrate, del PNV, dijo que la política de dispersión no tiene justificación, y que el alejamiento sólo tiene un responsable que es el PP y Mariano Rajoy.

Y Juana Bengoetxea dijo también dar su testimonio de madre dolorida, y recordó a su hijo, que ya a los 9 años iba a su cama de madrugada para que «le jurara que no le iban a matar», y que cada vez que oía el sonido de una ambulancia le llamaba de inmediato para preguntarle «¿no eres tú, verdad?». Juana ha olvidado su dolor de madre de ayer en otras madres de hoy, y la angustia de su hijo entonces en otros hijos del presente. Sólo esperar que las palabras de Juana no pasen factura a su hijo.

Fue el 8 de marzo cuando Juana escupió estas palabras de maldad a una muchacha de 20 años, que reclamaba que no le maltrataran por querer ver a su padre preso, como a tantos vascos y vascas, fue ese día de recuerdo de mujer, de Victoria Kent, por ejemplo, quien durante la II República fue nombrada por el gobierno provisional presidido por Alcalá-Zamora, Directora General de Prisiones en abril de 1931, y ocupando este puesto durante poco más de un año, con el objetivo de lograr la rehabilitación de los presos, tras constatar la miseria y el abandono de las prisiones españolas logró llevar a cabo algunas reformas, como la mejora de la alimentación de los reclusos, la libertad de culto en las prisiones, la ampliación de los permisos por razones familiares, la creación de un cuerpo femenino de funcionarias de prisiones y la retirada de grilletes y cadenas, la que cerró 114 centros penitenciarios y mandó construir la Cárcel de Mujeres de Ventas, en Madrid, sin celdas de castigo, etc.

Hay una jota navarra que canta aquello de «más que a nadie en este mundo a una madre hay que quererla…», pero también es verdad que un dolor mal masticado se convierte en puñal cimbreante. Sufrir con el que sufre es grandeza humana, reírse del sufrimiento ajeno es vileza y gangrena infesta.

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