Juan Ibarrondo

Cuento de Navidad para Gaza

(Este texto de política ficción, en clave palestina, es una reescritura breve y libre del indispensable texto de Hannah Arendt “Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal”)
 
El excapitán, Aharon Beguín, ha comparecido hoy, 29 de diciembre de 2035, en el estrado del nuevo Palacio de Justicia de Gaza, tras su secuestro por un comando especial palestino en Houston, capital de la recién creada −y todavía en guerra contra Washington− Unión del Sur.

Se le acusa de ser inspirador y ejecutor del genocidio del 2023-24 en Gaza contra el pueblo palestino, reconocido en su día por la CPJI, la CIJ y distintas ONG internacionales de derechos humanos.

El excapitán, y también exciudadano del ya inexistente Estado de Israel, no ha estado especialmente nervioso, a pesar del torrente de pruebas y testimonios incriminatorios contra ella que presentó la Fiscalía.

Su abogado, un veterano intelectual judío con firme pedigrí antisionista, trató de desmontar algunas de las pruebas y descalificar algunos testimonios, pero no parecía demasiado convencido de la sentencia a favor de su cliente, que nadie duda será condenatoria.

El Gobierno de la República Confederal palestina-jordano-libanesa, con solo cinco años de existencia, quiere dar un escarmiento público para contentar a una parte de la opinión pública árabe, incómoda por el trato dado, a su juicio demasiado laxo, a las personas judías acusadas de crímenes de lesa humanidad.

El suicidio de Netanyahu y parte de su gobierno, en un búnker de Jerusalén, ya cercado por las tropas palestino-libanesas, libró, por así decir, a los principales artífices del genocidio de ser llevados a juicio.

Estos hechos sucedieron dos años después de la retirada de la ayuda militar de EEUU a Israel, tras el comienzo de la Segunda Guerra Civil Norteamericana.

En los procesos de Damasco de 2032, la justicia internacional encausó exclusivamente a generales y altos dirigentes israelíes, de los cuales cuarenta y cinco fueron encarcelados de por vida.

La necesidad de reconstruir un país arrasado por años de guerra hizo necesario recurrir a los servicios de buena parte del personal y funcionariado israelí, tras la firma de la paz de Belén en 2030 y el consiguiente Proceso de Reconciliación y Memoria auspiciado por Naciones Unidas que, entre otras cosas, supuso la vuelta a casa de cerca de cinco millones de refugiados palestinos.

Esa circunstancia exoneró a numerosos cargos medios civiles y militares israelíes que, basándose en la obediencia debida que alegaron, fueron exculpados y reincorporados a sus cargos.

Begin se presentó en el juicio casi como un amigo de los palestinos, y aseguró, que dentro de su obligación como militar de cumplir órdenes, siempre trató de aliviar los sufrimientos de los palestinos.

En ese sentido, alegó sobre todo su supuesta amistad con el antiguo presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás: entre él y yo, conseguimos evitar desmanes todavía mayores contra los civiles palestinos −aseguró en su alegación final–.

Sin embargo, los testigos, tanto judío-palestinos como árabe-palestinos, declararon en su contra, asegurando que participó en reuniones que diseñaron el genocidio, así como que ejecutó las políticas genocidas con un alto grado de mando.
Especialmente llamativa fue la grabación en la que se le escucha decir: los ejércitos de la luz deben derrotar a los siervos de las tinieblas, en un combate sin piedad que extermine de una vez a los terroristas y sus soportes civiles.

Ante la pregunta al respecto de la Fiscalía, el excapitán se limitó a decir que en aquel tiempo esa era la opinión normal de la mayoría de la población israelí, pero también de la de muchos dirigentes de los países aliados y buena parte de sus opiniones públicas; por lo que, si se le juzgaba por ellas, medio mundo debería ser encausado.

Ante estas declaraciones, el juez se vio obligado a recordar que en este caso se le juzgaba a él, no a otras personas, y que las declaraciones eran solo un apoyo a las pruebas e indicios en su contra sobre su participación relevante en el genocidio.
Aquí no juzgamos ideas o declaraciones por muy aberrantes que nos parezcan, sino hechos probados −remató el magistrado, el colombiano Nelson Torres, visiblemente molesto.

A la espera del veredicto y de la pena dictada, merece la pena hacer una reflexión sobre algo que ya refiriera la filósofa alemana −y judía− Hannah Arendt, ante el juicio de otro genocida en el siglo pasado, cuando denunció con lucidez la cooperación necesaria de buena parte del pueblo alemán con el genocidio judío durante los hechos conocidos como «el holocausto».

El concepto de banalidad del mal, que fue el subtítulo de su libro ya canónico “Eichmann en Jerusalén”, ha resultado ser clave para interpretar la inusitada violencia política de los dos últimos siglos, con uno de sus hitos más terribles y crueles en el genocidio palestino.

Sin embargo, Hannah Arendt también destaca en su obra que existieron entre el pueblo alemán personas que resistieron al nazismo y que ayudaron a sus víctimas, arriesgando con ello sus vidas o su estatus.

Estas personas, como las que hicieron lo propio en Israel, en los países occidentales y en buena parte del mundo −destacando obviamente la propia resistencia palestina− preservaron algo indispensable para la existencia misma de la comunidad humana: la dignidad, aun en la derrota, y la persistencia de la solidaridad ante la expansión violenta de la banalidad del mal en el mundo.

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