Pello Gutierrez
Coordinador de proyectos de Eskena

Dejemos que el teatro cure

Muchos artistas encuentran en las redes formas de concurrir con sus textos o su música o su expresividad propia. La creatividad de la ciudadanía activa también deslumbra en la conversación global de los confinados en red. Sin embargo, el teatro necesita cuerpos en contacto, ceremonia comunitaria en directo.

Bien sabemos que la realidad es uno de los más fantásticos urdidores de argumentos. Hoy, Día Internacional del Teatro, nos propone este año una distopía de máxima tensión escénica: los teatros cerrados, la vida social suspendida, el miedo y la incertidumbre como un subtexto que condiciona todas las tramas y los personajes de la acción. Ni la barbarie ni incluso las guerras habían sido capaces de ahogar la voz, de detener el gesto de un arte en vivo al que creemos eterno.

Llegamos a esta calamidad en un momento en el que se percibía una cierta recuperación de las constantes de actividad que se dañaron durante la crisis financiera iniciada en el 2008. Entre la precariedad de sus escombros se expresa una vitalidad cierta de géneros y creadores que exploran con antigua pasión y formas contemporáneas aquellos lugares donde el espíritu crítico, la inteligencia y la sensibilidad pretende recrear y explicar lo humano.

No era tarea fácil. Es necesario reconocer la fragilidad de sus 177 compañías en la CAV, que han reducido al mínimo sus estructuras profesionales, mientras crecen espectacularmente las exigencias legales para las actuaciones, las restricciones de exhibición, las tensiones por los cachés a la baja permanente y la dificultad para completar elencos en competencia creciente con el mundo audiovisual y con actores y actrices abocados al pluriempleo para completar un salario digno.

Hoy compartimos con una parte importante de la ciudadanía la más puntiaguda de las incertidumbres ante el inusitado –y aún inconmensurable– impacto económico, laboral y organizativo que la crisis sanitaria va a dejar tras de sí. Serán necesarias medidas innovadoras, recursos y acuerdos de país, planes participados entre todos los agentes durante las próximas semanas. Será necesario intentar salvar todo el tejido empresarial posible. Y, de manera concreta, deberá ofrecer a la diversidad de sus profesionales la esperanza de encontrar en la escena un proyecto viable de vida. Pero, sobre todo, será necesario el convencimiento del conjunto social de que el teatro es un activo necesario para una sociedad democrática, un bien valioso para la plenitud vital de las personas, ahora más que nunca.

No saldremos los mismos, las mismas que entramos en el confinamiento. Hoy miramos directamente a los ojos del miedo y compartimos una experiencia social solo imaginable hasta ahora en la ciencia-ficción: confinados en nuestras casas, vivimos una intensa relación social a través de la fibra óptica. Sin embargo, recibimos un mensaje primordial: por encima de algoritmos, de dispositivos, de técnicas y mecánicas, finalmente se imponen los cuerpos y las emociones. Precisamente las dos materias primas de las artes en vivo. El teatro se conecta así con la esencia del vivir. Y nos reta, al mismo tiempo.

En estos días el teatro y sus gentes rabian. Desaparecido el escenario social, no encuentra modo de contribuir a la conjura común de sobreponerse al envite social de la enfermedad. Muchos artistas encuentran en las redes formas de concurrir con sus textos o su música o su expresividad propia. La creatividad de la ciudadanía activa también deslumbra en la conversación global de los confinados en red. Sin embargo, el teatro necesita cuerpos en contacto, ceremonia comunitaria en directo.

Pero con la vuelta a las calles tendrá su momento, sin duda. Guardamos la brasa que avivará la llama de nuestras celebraciones. Y recordaremos el texto conmemorativo del Día del Teatro de este año, escrito por el dramaturgo pakistaní Shahid Nadeem antes de la pandemia, y que hoy resulta profético: «Necesitamos reponer nuestra fuerza espiritual; necesitamos luchar contra la apatía, el letargo, el pesimismo, la avaricia y el desprecio por el mundo en que vivimos, el planeta en el que vivimos. El teatro tiene un papel, un papel noble, el de energizar y movilizar a la humanidad para levantarse de su descenso al abismo». Dejemos que el teatro cure.

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