Del decaimiento y muerte de las civilizaciones
Ortega y Gasset decía en 1926 en “El Espectador”, refiriéndose a la muerte de Roma: «Nadie ha explicado ‘por qué’ un gran organismo histórico llega al aniquilamiento», y añadía: «De lo único que podemos estar seguros es de que cuanto mayor sea aquel, menos poder tendrán sobre él las causas externas». De lo que se deduce que un organismo social mayor que el que jamás haya existido, cual es hoy la humana sociedad global que puebla y asola el planeta, difícilmente se irá al traste con base en causas externas. Si creemos a Ortega serán las causas internas las causantes de su aniquilamiento.
Voy a intentar explicar por qué una especie, como la humana, pasa de un período civilizado en el que rige la razón a uno bárbaro o prehistórico en el que la fuerza es la única ley. O lo que es lo mismo de un período de pujanza como sociedad a una extinción como tal. Para ello, como siempre, me valdré de las enseñanzas de los sabios que nos han precedido, pues siempre dicen las cosas mucho más concisamente y mejor que uno:
Homero en “La Odisea” hace que La diosa Atenea le diga a Telémaco: «Contados son los hijos que se asemejan a sus padres, los más salen peores, y tan solamente algunos los aventajan».
Horacio en sus “Odas” L. III, 6, nos dice: «Nuestros padres, peores que nuestros abuelos, nos engendraron a nosotros aún más depravados, y nosotros daremos una progenie todavía más incapaz».
Séneca a Lucilio: «No contar con motivación alguna que te mantenga despierto, que te estimule, cuyos presagios y acometidas pongan a prueba la firmeza de tu alma, sino abandonarse a una quietud inalterable, eso no es sosiego, antes bien flojedad». Y en sus “Diálogos Sobre la Ira” al hablar de la educación de los hijos dice: «Que tengan las riquezas de sus padres a la vista, no a la mano» y un poco más adelante: «Hay que tratar con rudeza al espíritu, para que no note más que los golpes duros».
¡Qué más se puede decir! Pero... volvámoslo del revés: «La abundancia debilita».
Rousseau en su “Emilio” prescribía para los chavales: «Sufrir es la primera cosa que debe aprender y la que tendrá mayor necesidad de saber». Y un poco antes decía: «En el norte, los hombres consumen mucho sobre un suelo ingrato; en el mediodía, consumen poco sobre un suelo fértil: de aquí nace una nueva diferencia, que hace a los unos laboriosos y a los otros contemplativos». Para él la vida fácil no fuerza la laboriosidad, sino lo contrario.
J.B. Lamark en 1809 nos vino a decir: «La función crea el órgano» y aunque sus teorías parecían declinar; sin embargo, ahora –con los descubrimientos de los retrovirus– vuelve a estar en boga el lamarkismo. Es decir, si una función no se ejercita, se pierde. Si la falta de necesidad no fuerza el pensamiento, este, «el pensamiento» se desactiva y, llegado el caso, no ejercerá su salvadora función. Cuando la mayoría de los humanos vivan sin pensar, ¿de dónde surgirá el pensamiento que dirija la actividad en caso de peligro o necesidad? En esas estamos.
Cualquier ganadero o agricultor de antaño tenía que pensar mucho en su rebaño o su huerto para que estuviera sano y productivo, ahora basta con cobrar la soldada a final de mes. Hoy se está perdiendo el olfato de pensar qué es lo que conviene. Ahora muchos, para no tener dolores de cabeza, aplauden y adoptan lo ofrecido por los mercachifles en la radio, TV o redes, pensando que proviene de su propio caletre.
Nietzsche: «Es precisamente de la maduración y fructificación de los ánimos y espíritus superiores, de lo que, propiamente hablando, «todo» depende». (“H.d.h.”) Darwin, cuando supo que su padre le dejaría una herencia para vivir decentemente, decidió no cursar medicina, sino dedicarse a la biología, que es lo que le interesaba.
Llegó después Ortega y en la obra citada nos dijo: «Los genios no son la potencia decisiva en Historia... el factor decisivo es el tipo medio de los individuos». Ese aserto es esencial en la comprensión del porqué de la caducidad de la pujanza de una sociedad, del porqué del decaimiento de la misma: El individuo superior es muy eficaz en las sociedades pequeñas donde, su gran capacidad de acierto, es conocida por casi todos sus miembros, y por ello, acatada su autoridad para regir los destinos de la misma. Pensemos en las elecciones municipales en aldeas, pueblos, o pequeñas ciudades. Allí casi todos saben de qué pie cojea cada alcaldable.
Pero a medida que aumenta el tamaño de esa sociedad el conocimiento de tal superioridad se diluye o ignora totalmente y se comienzan a elegir como gobernantes a los que más publicidad hacen: los «interesados» filisteos o falsos líderes, gentes que falsean sus méritos, etc., a los que aúpan los poderosos (Las grandes Compañías) financiando sus campañas. Así, los verdaderos defensores del bien común van quedando relegados. Ante semejante espectáculo, muchos pasan de la política y ganan las elecciones, los teledirigidos por la publicidad. Por otra parte, las decisiones empiezan a tomarse por los propios individuos medios sin especial atención a los posibles consejos de los individuos superiores, por lo que decae la capacidad de juicio de la mayoría.
El tener fácil la forma de vivir, hace contemplativas a las gentes no especialmente dotadas –al hombre medio–. O dicho de otro modo: el individuo normal es más proclive a la indolencia y solo actúa en caso de que la necesidad le apremie; así pues, normalmente no se autodisciplina en nada, carece de interés por aprender algo que juzga innecesario y de ello se deriva una rebaja generalizada en los conocimientos. Rebajamiento que, a su vez, provoca que los individuos un poco más espabilados destaquen con menor esfuerzo, pues el tuerto es rey en el país de los ciegos y, sin embargo, está discapacitado en el país de los videntes. Un mismo individuo está más incentivado en una comunidad de videntes que en una de ciegos, ergo también los gobernantes son de menor rango que sus homónimos en otras sociedades más pequeñas y están más presionados. Tenemos, pues, dos factores decisivos para el decaimiento de una sociedad: el menor acierto de las iniciativas del individuo medio y la menor agudeza de quienes los gobiernan. Necesitamos gobernantes que velen por el interés común global y no por sus propios intereses o los de su particular país.
Hoy en día la Sociedad Global, regida por «interesadas» compañías multinacionales, está esterilizando y esquilmando su propia fuente de alimentos y el pueblo llano occidental está cayendo en la degeneración, básicamente por su actual facilidad para sobrevivir. Esa degeneración es ya patente en Europa donde el hombre medio ha ganado en seguridad de sobre-vivencia y ello le ha hecho más contemplativo y menos luchador: no se opone al rearme que nos endeuda ni a los aranceles sin-contrapartida pactados por la vendida Comisión Europea y no alza su voz contra la barbarie del genocidio israelí, que implanta la fuerza como única razón. El occidental ha sido domesticado y al igual que cualquier animal doméstico: tendrá dificultades para sobrevivir en la Naturaleza. Esto lo heredamos de USA donde más del 86% de los elegidos como gobernantes son los mejor financiados. Y en un breve plazo –puesto que cada vez los cambios son más rápidos– el individuo medio global a medida que se le vaya facilitando la vida, se irá degenerando en todo el orbe y los interesados filisteos que nos rigen nos abocarán a luchas intestinas donde seremos carne de cañón.
Volvamos al principio, Confucio, que vivió hace 2.500 años, nos dijo: «Haz a otro como a ti mismo». Y también: «Bajo los reyes buenos Yao y Xu los chinos fueron buenos; bajo los reyes malos Kie y Chu, los chinos fueron malos». Aun países grandes como India, China o Brasil gozan de gobernantes buenos que reparten entre «todos» lo por «todos» logrado, y sus pueblos están prosperando y mejorando su calidad de vida y salud. Lo contrario que occidente, donde el sistema capitalista impera y no hay equidad.
O entre todos los pueblos y naciones del Planeta creamos un nuevo orden internacional, fortaleciendo la ONU, arrumbando sus obsoletos vetos, la violencia y el despilfarro o estos nos sumirán en el caos donde la fuerza anule la razón como vaticinó Einstein, diciendo: «No sé con qué armas se luchará en la tercera Guerra Mundial, pero sí sé con cuáles lo harán en la cuarta Guerra Mundial: Palos y mazas».