Josu Iraeta
Escritor

Del tránsito al destino

Hace mucho, mucho tiempo, que el accionar político no era elevado al nivel que lo está haciendo ahora. Lo cierto es que, una mirada serena y atenta sobre el panorama político vasco-navarro actual −de hoy mismo− nos ofrece novedades que, si se estudian con atención, resultan no solo interesantes, también ilusionantes.

Uno siente la evidente y nueva «comunión» entre los grupos –consecuencia de la deseable y necesaria transversalidad− que componen las Cámaras Legislativas, lo que una vez más permite observar lo difícil que es prosperar, cuando no hay capacidad para asimilar, que, en política, «casi» todo es inteligencia y trabajo.

De todas formas, y aunque no resulte agradable todo lo que se percibe, estamos donde estamos y querámoslo o no, todos somos parte del circo. Siendo conscientes de esta realidad, es como a lo largo del tiempo, hemos aprendido que el esfuerzo tranquilo pero perseverante −que siempre debe acompañar a los recursos de la argumentación− en ocasiones cede el paso a una fascinante densidad «sentimental», en la que lo verídico puede ser sustituido por la superior impresión de lo «auténtico». Son situaciones delicadas.

Quizá sea por eso que, en este país − el nuestro− hay muchos que han «desconectado», que están hartos de observar que −con frecuencia− la actividad política tiene por prioridad el «autoabastecimiento» y eso, además de inaceptable, es cierto. Entiendo que vivimos tiempos «nerviosos», que generan incertidumbre, pero creo firmemente que es tiempo de hacer un esfuerzo −otro más− y manteniendo nuestra escala de valores y objetivos, solicitar a la sociedad vasca su apoyo y comprensión, para regenerar y modificar el escenario político.

Son ya muchas décadas, y puede afirmarse que la opción estatutaria actual queda «demasiado» corta y desfasada, pues la relación entre las instituciones propias y las del Estado está excesivamente desequilibrada en favor de estas últimas. Y este desequilibrio no solo atañe al contenido de los gobiernos −vascongado y navarro−, sino sobre todo a la propia calidad de los mismos.

Y es que, aún, partiendo de textos diferenciados y gobiernos autonómicos, también diferenciados, las actuales autonomías tienen una doble tara congénita que condiciona sus posibilidades políticas.

De un lado, porque todo lo que delimita −según la letra de la Constitución española− el reparto de poderes, los controles a que son sometidas, etc., rezuma un ambiente de fuerte recelo hacia las nacionalidades «periféricas» fruto inequívoco de la fuerte presencia franquista, con la que se engendró.

De otro, porque las posibilidades de una interpretación más lógica y abierta de la Constitución están supeditadas a la relación de fuerzas del sistema político español y a sus mayorías electorales. Qué decir ante el insólito «peregrinar» entre cárceles y exilio de los cargos electos de Catalunya.

Esto nos dice que las actuales autonomías se encuentran totalmente limitadas legalmente en aspectos importantes para el llamado «autogobierno», sin olvidar la clara servidumbre respecto a la −disposición y formación intelectual− de las personas que en cada momento estén al frente de las instituciones centrales del Estado.

Ante esta situación hasta hoy insoslayable, y partiendo de una realidad tanto sociológica, como política y cultural evidentemente plural, no parece viable «hoy» la asunción unilateral de independencia. También es asumible, el que un proyecto independentista requiera una mayor «sedimentación», para ser metabolizado por una mayoría social.

De esto debe traducirse, que tanto los vascongados como la sociedad navarra necesitan dotarse de más elementos de cohesión que la pura ley de las mayorías. Porque es obvio que lo vasco concita un sentimiento de identificación muy profundo para una parte −cada vez más importante− de la población, por diversas, claras, evidentes y profundas razones.

Las instituciones no pueden ignorar este hecho y menos considerarlo una anomalía o una desviación. Por el contrario, la lógica misma de la «actual representación democrática» les exige reconocer lo vasco como parte de lo navarro. El tiempo pasa, y aquello para lo que antes era pronto, ya no lo es. Claro que nada es fácil, y esto tampoco lo es.

Esto es evidente, ya que una reforma «seria» de la estructura política del Estado, no responde a una demanda generalizada de la sociedad española, sino a la voluntad política de ofrecer un encaje mucho más lógico en el Estado español de determinadas nacionalidades diferenciadas, como gallegos, catalanes y vascos.

Haciendo uso de la metáfora, que siempre fue una herramienta accesible y válida en la comunicación, y observando los movimientos habidos en el panorama político «vasco y navarro» no es difícil determinar a quién pertenece la «muleta que mantiene en pie al cojo», pero quisiera que no olvidaran que vivimos en un mundo en el que «la fuerza de los hechos» es la auténtica creadora del derecho.

Lejos de una pretensión «docta» con el ánimo de impartir certeza, sí creo poder apuntar a movimientos definitorios, pues es evidente que se observa, «se siente» un giro tácito y expreso, que intenta huir de formulaciones clásicas.

Formulaciones que partiendo del llamado «autogobierno» y obviando etiquetas que identifican y acotan, conseguir dar pasos que, elevando la situación actual a un grado superior de soberanía política, nos conduzca, de este largo, larguísimo tránsito, al necesario destino.

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