Joseba Azkarraga y José Ramón López de Abetxuko
Portavoz de Sare Herritarra y ex preso político vasco

Demos una oportunidad a la paz, la convivencia y la resolución

Siguen aplicando una política penitenciaria de carácter vengativo, donde no solo los presos y presas son su objetivo, sino también los familiares.

Quienes hoy rubricamos este artículo de opinión nos conocemos y somos amigos desde hace 50 años. Durante estas cinco décadas, y sobre todo en las tres últimas, nos hemos visto esporádicamente y siempre separados por el cristal y los barrotes de las prisiones en las que uno de nosotros ha permanecido privado de libertad.

Uno y otro decidimos, en su momento, utilizar estrategias diferentes para intentar alcanzar los objetivos de libertad para nuestro pueblo. Y a pesar de esas estrategias diferentes, nunca nos reprochamos nada. Eso sí, cada uno de nosotros defendió ante el otro sus posiciones y estrategias. Y continuamos siendo amigos.

Desde el pasado mes de julio, en el que tras décadas de prisión, uno de nosotros volvió a su casa, nuestras conversaciones y debates han sido más continuos y relajados, sin el incordio de que nuestras opiniones sean grabadas por los responsables de información del sistema político-penitenciario. Esto también nos permite hacerlo alrededor de unos cafés o de un buen plato de pochas, porque uno de nosotros no se maneja mal en la cocina. Al otro, no le han dado la oportunidad.

Y siempre, siempre, estas conversaciones han derivado en lo mismo. ¿Qué más podemos hacer para poder avanzar hacia una sociedad, sino reconciliada, cuando menos con el mayor espacio de convivencia que nos permita a todos y todas mirarnos sin odio ni revancha, con el objetivo y la obligación de posibilitar que generaciones venideras reciban una sociedad mejor que la que nosotros recibimos de nuestros mayores?

Hace unos días recordábamos en una de nuestras charlas el trabajo conjunto que en Araba desarrollamos allá en los años 74-75 en la creación de lo que luego se denominó Gestoras Pro Amnistía. Éramos gentes muy diferentes, con compromisos políticos ya adquiridos en la clandestinidad, también, diferentes, pero con personas entrañables como Xabier Añua, el querido y recordado Endrike Knorr, o, entre otros, el Prior del Santuario de Estibaliz, Isidro Baztarrika, que fue quien siempre nos proporcionó un lugar de acogida en muchos momentos de aquellos años. Pensábamos diferente, pero no fue difícil ponernos de acuerdo y crear aquella plataforma que perseguía tras un final del franquismo, que preveíamos inminente, poder agrupar a una parte de la sociedad en favor de la libertad de los presos y presas vascos.

Y hoy, más de cuarenta años después, volvemos a pensar en cuál puede ser la mejor forma para insistir ante Euskal Herria, ante esa sociedad plural que es nuestro país, en que las diferentes decisiones adoptadas por ETA, desde octubre de 2011 hasta mayo de este año, han supuesto pasos muy importantes en el proceso hacia la convivencia, pero que las consecuencias de décadas de confrontación y de sufrimiento aún hoy se mantienen. Y estas consecuencias tienen relación muy directa con la vulneración de derechos humanos a una parte de la sociedad vasca.

Cuando este 10 de diciembre conmemoramos un nuevo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, puede ser un momento adecuado para recordar que es precisamente en esas efemérides –que llenan las bocas de muchos dirigentes políticos– cuando más flagrantemente se les ignoran dichos derechos a los presos y presas políticas vascas, que continúan siendo rehenes de gobiernos, que empeñados en crear un espacio de «vencedores y vencidos», siguen aplicando una política penitenciaria de carácter vengativo, donde no solo los presos y presas son su objetivo, sino también los familiares que, desde hace treinta años, continúan sufriendo una política de alejamiento, que les obliga a recorrer miles de kilómetros para visitar a su familiar preso.

En esta nueva conmemoración de este Día Internacional de los Derechos Humanos, no podemos obviar que esto hoy, cuando escribimos este artículo, se continúa produciendo.

Como decía el Obispo Sudafricano Desmond Tutu, en situaciones de represión no se puede ser imparcial, porque quien lo es, se coloca al lado del opresor. Así como tampoco debemos justificar nuestras conciencias, conmemorando este día una vez al año, ni diciendo que ya defendemos los derechos humanos de las personas que sufren esta vulneración en países a miles de kilómetros de nosotros. Porque en muchas ocasiones esto sirve para desentendernos de lo lejano y de lo que tenemos en la puerta de nuestra casa. Es decir, de lo de aquí y de lo de allí.

Consideramos que hay dos cuestiones que son la clave de bóveda para poder avanzar.

Sin duda, una de ellas es el tratamiento que debe darse a todas las víctimas de tantas décadas de violencia, de muchas violencias. Un tratamiento que no debe basarse en la utilización política de ese dolor, sino en el apoyo y la solidaridad con las personas afectadas. Con todas ellas. Si se quiere, sin equiparar, pero eso sí, sin olvidar a ninguna de ellas.

Y la segunda cuestión es la situación de las cárceles y de los presos y presas políticas vascas. Sin una solución adecuada a esta situación, el conflicto se mantendrá latente y hará imposible ese espacio de convivencia al que anteriormente nos hemos referido.

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