Ekain de Olano

Derecho a la identidad: murmurando una nueva patria

El euskara, al igual que cualquier otro idioma, vertebra la identidad vasca de la misma forma que lo hace el inglés con la identidad inglesa o el español con la identidad española. Aun así, a pesar de la similitud funcional, existen grandes diferencias determinadas por el valor simbólico, político y emocional que tiene el euskara dentro de la identidad vasca. Esto la sitúa en una posición diferenciada frente a las identidades hegemónicas.

Precisamente este componente simbólico, cuasi místico, emocional, de pertenencia, lo convierte en uno de los pilares más frágiles y, al mismo tiempo, más potentes para asegurar y dar continuidad a la identidad vasca.

El euskara no es un accesorio, es el núcleo estructurador de una identidad construida más que heredada pasivamente. La identidad vasca implica una elección: aprender euskara, usarlo o vincularte con una comunidad minoritaria. Aun así, el euskara no solo vertebra la identidad por su uso, sino por lo que simboliza. En este sentido, el euskara no solo comunica, también representa; esto lo saben bien muchas personas que se sienten profundamente vascas sin hablar euskara.

Esta aparente contradicción, promovida por una maquinaria imperialista que se acentúa por la falta de un estado que promueva, proteja y normalice el uso del euskara, no se solucionará mediante planteamientos universales dirigidos a impulsar políticas lingüísticas, culturales, mediáticas o de innovación social que permitan una identidad vasca plural.

Precisamente el reconocimiento de la hibridación y aceptar que muchas personas tengan una relación parcial, cambiante o periférica con el euskara y que la identidad vasca es multicomponente refleja cómo muchas personas han tenido que renunciar a su columna vertebral para amarrarse a otros elementos identitarios como lo son el territorio, la historia, los símbolos, etc.

En este sentido, cabe reivindicar el derecho a la identidad sin tener que elegir entre ser vasco u otra cosa y tener que renunciar a cualquiera de estos elementos. ¿Cómo gestionamos el derecho a la identidad sin tener que elegir entre ser vasco y tener que renunciar al origen? ¿Al idioma? ¿A la historia? La respuesta no es sencilla; pero debemos abordarla con valentía política y honestidad emocional para reconocer que la identidad vasca tiene que ser cuidada y repensada con la suficiente madurez como para entender que nuestra identidad no se construyó en tensión por casualidad; sino como repuesta a procesos de dominación externa.

El conflicto no nace del vacío. Nació de la voluntad centralizadora de dos estados imperialistas; los estados español y francés han infringido un gran daño al pueblo vasco. Aunque no encaje con el modelo clásico de colonias ultramarinas todo esto forma parte de una lógica imperial o colonizadora. No se puede permitir que el español y el francés sigan ejerciendo una presión hegemónica sobre la identidad vasca. Las vascas debemos ser libres; no ser atacados por ser quienes somos, no ser minimizados, no ser absorbidos por quienes históricamente han intentado negar nuestra existencia e incluso eliminarnos.

En lugar de tratar de suavizar o disimular el conflicto inherente a la identidad vasca, deberíamos reforzar su pericia para reafirmar nuestra existencia enraizada en una capacidad de resistencia frente a las imposiciones externas. El derecho a existir sin conformarnos con las normativas impuestas desde fuera no implica un rechazo al diálogo o la cooperación, sino más bien un reconocimiento y afirmación de que la identidad vasca no necesita ser validada por otros; y, mucho menos, por dos estados que históricamente nos han marginado.

Poner el foco en las estructuras de poder que generan este conflicto es cuestionar el relato dominante de que «lo español» o «lo francés» son neutros o superiores; son instrumentos de dominación epistémica. ¿Por qué se considera «normal» que alguien no hable euskara, pero no que no hable español? Nombrar el privilegio del español o del francés no es victimizarse, sino visibilizar una desigualdad estructural. Esto pone en crisis la normalidad que el poder impone.

Nombrar, comprender y denunciar no es solo un acto político, también es un acto de sanación, un acto de sanación colectiva e identitaria. Comprender por qué han tenido que resistir, comprender por qué tuvieron que despojarse del autoodio o la vergüenza lingüística para usar su lengua no es indagar en el rencor, sino reconocer que las lógicas coloniales aún hoy están activas.

Una identidad vasca no conflictiva no significa que tengamos que permanecer callados, sino una identidad libre, crítica y consciente de su historia. Debemos conectar con nuestra realidad concreta, en un contexto particular y no ser reducidos a un modelo que intente encajar con unos criterios de aceptación de los estados dominantes o de las grandes potencias culturales. Aceptar nuestra vulnerabilidad conflictiva como una parte intrínseca de nuestra identidad implica reconocer que nuestra identidad esta siempre en tensión con fuerzas externas. Aunque desgastante, también es una característica que nos permite seguir redefiniéndonos en un contexto dinámico y de cambios globales.

La nación vasca, situada en la exterioridad del sistema imperial europeo moderno, ha sido históricamente oprimida en su lengua, cultura y sentido de pertenencia. Nuestra identidad no es un resto del pasado, sino un proyecto vivo de futuro. El euskara no es solo un idioma, sino una forma de decir el mundo desde la alteridad. Reivindicar su derecho a existir, sin ser asimilado por las lógicas estatales hegemónicas, es un acto ético, político y profundamente decolonial.


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