Juan Izuzkiza
Profesor de Filosofía

Ebau: una selectividad muy peligrosa

Cuando intento explicarles a mis alumnos lo que ha podido pasar, veo cómo todo se agrieta

No soy contemporáneo de Platón por muy poco. Llevo un montón de años dando clases de Filosofía y este año me he chocado de morros contra una realidad que había venido obviando durante mucho tiempo, y que tiene que ver con lo injusta que puede llegar a ser la selectividad.

El caso es que a lo largo de todos estos años, siempre con lógicas excepciones, la nota que mis alumnos obtenían en la prueba de selectividad y la que yo esperaba eran muy coincidentes. Normalmente las disonancias venían unos años con unas asignaturas y otros con otras, pero nunca con mi asignatura. Este año, sin embargo, le ha tocado a la Filosofía.

Justo la convocatoria donde la prueba era objetivamente mucho más sencilla, resulta que lo que yo esperaba de mis alumnos de esta promoción –muy buenos, por cierto– y lo que han obtenido ha estado más lejos que nunca (nada menos que dos puntos por debajo de mis estimaciones, así, por ejemplo, la alumna que yo creía tenía que sacar un 10, ha sacado un 7,85, el del 9 ha sacado un 7.05, la del 6 un 4,3…).

Cuando intento explicarles a mis alumnos lo que ha podido pasar, veo cómo todo se agrieta (algunos no podrán estudiar eso que tanto deseaban y eso, no exagero, es un crimen). Dos alternativas me vienen a la cabeza, les digo a ellos, pero ambas indemostrables (y en la indemostrabilidad asoma la injusticia). La primera: que este año todos los correctores del examen de Filosofía hayan decidido, no sé a santo de qué, ser muy estrictos. La segunda y por la que me inclino: que hayan cambiado el corrector de zona de años anteriores y les haya tocado en suerte una especie de Torquemada de la Razón, amante de la exactitud y, vistas las notas, de las centésimas (vuelve, otra vez, la injusticia).

Las dos hipótesis podrían ser demostrables si se tuviera acceso a la media de las notas obtenidas por cada tribunal evaluador, pero, me temo, esto no es posible (la absurda pretensión de objetividad evaluadora en educación es dogma y no se cuestiona). Es decir, si se constata, por ejemplo, que las notas emitidas por el tribunal que nos ha tocado en suerte son significativamente más bajas que las de otros tribunales, algo habría que explicar, o hasta actuar de oficio. Si lo que se constata es que la bajada es generalizada, también habría que explicarlo (y el covid no puede con todo).

Cabe hacer reclamaciones personales contra la nota, pero los alumnos no se fían mucho del sistema y como saben que la nota, cosa lógica, les puede bajar con dicha reclamación, no se arriesgan: uno se escalda una vez y ya no quiere repetir.

El que fuera ministro de Educación, el Sr. Wert, decía que había que cambiar el nombre a la Selectividad porque dado el altísimo porcentaje de aprobados el proceso de selectivo tenía poco; pues bien, yo creo que es lo contrario: si un aspirante a Kant, ebrio de imperativos categóricos armado con un bolígrafo rojo se entromete en el destino de los chavales, entonces la arbitrariedad selectiva campará por la Ebau y, lo que es peor, nadie pedirá explicaciones a este ilustrado; y mis alumnos recibirán algo que tras dos años conmigo sé que no merecen.

Ni que decir tiene que todo esto me entristece mucho.

Buscar