Antonio José Montoro Carmona

El cambio en Euskadi. La necesidad de una articulación política y organizativa de la izquierda confederal

Quinto espacio. Izquierda confederal. Diferentes denominaciones, seguramente todas desacertadas, para describir una realidad política y social de Euskadi que insiste en expresarse en este país como uno de sus elementos constitutivos fundamentales.

Las elecciones del 21 de abril han demostrado que el espacio sociológico de la izquierda que se referencia en el marco estatal es imprescindible para hacer realidad un cambio político en Euskadi. Sin la participación activa y consciente de esta parte de la sociedad vasca, las correlaciones de fuerza existentes a través de los ejes nacional y social no se van a ver modificadas y, por tanto, el cambio se convertirá en una quimera que solo rozaremos con la punta de los dedos.

En un momento en el que la disputa entre las dos fuerzas políticas mayoritarias en la Comunidad Autónoma Vasca se encuentra, probablemente, en un punto de equilibrio que no permite vislumbrar la consolidación de una hegemonía estable en el largo plazo, la presencia de una izquierda de ámbito estatal fuerte y con un proyecto claro se convierte en condición de necesidad para ese cambio deseado. Solo así la socialdemocracia de vocación estatal podrá desplazarse hacia posiciones desde las que su incorporación a una mayoría de izquierdas sea factible.

Sin embargo, la articulación política de este espacio sociológico en Euskadi ha fracasado estrepitosamente, arrastrado, seguramente, por la mirada corta de unos liderazgos estatales que tienen dificultades para representar una dirección estratégica creíble.

Es un error grave no reconocer que el resultado electoral ha sido un fracaso. Los resultados del conjunto de las opciones electorales que pretendían representar a este espacio sociológico solo demuestran eso: que existe un espacio sociológico de izquierdas que se referencia en un marco estatal. Sin embargo, no ha existido una mínima capacidad de articulación electoral que permitiese la maximización, en términos de representación institucional, de un espacio ya de por sí minoritario en este país.

En este mismo plano, la campaña electoral ha reflejado a la perfección cómo han interpretado este momento histórico las dos principales coaliciones que se reclamaban como representantes de esta realidad sociológica: una pelea encarnizada intraespacio con el objetivo de conseguir un voto más que el rival que justificase una supuesta posición hegemónica y, por lo tanto, la irrelevancia del oponente. Esto es lo que había en juego. Desgraciadamente, las interpretaciones y análisis públicos y privados de algunos dirigentes, tanto a nivel de Euskadi como del Estado, confirman que esta lógica cainita sigue vigente.

En el plano de lo organizativo, las diferentes expresiones de este espacio han dirigido toda su energía a la lucha electoral (con los resultados desastrosos que cualquiera puede ver), generando artefactos instrumentales de diferente índole y sin arraigo en la realidad material de la sociedad. Situar las próximas elecciones (sean las que sean) como único horizonte estratégico, en un escenario de reparto de menguantes cuotas de representación entre familias políticas que se multiplican imparablemente, condena a este espacio a una situación organizativa de balcanización extrema.

Esta renuncia explícita a generar dinámicas organizativas unitarias que permitan fortalecer políticamente este espacio se basa en conflictos de naturaleza personal y filias y fobias ajenas a discrepancias ideológicas relevantes. Es posible que esta ausencia perceptible de diferencias de calado se deba a la subordinación de los proyectos estratégicos, aún bosquejados con poca nitidez, a las urgencias tácticas y coyunturales. Además, estas lógicas inmediatistas y efectistas relegan, irremediablemente, los procesos democráticos de participación y debate de ideas, sustituyéndolos por decisiones cupulares y personalistas que no contribuyen a arraigar una realidad organizativa asentada en el territorio.

Todo este entramado de grupos de afinidad que se conforman como partidos cada vez más minoritarios y enfrentados entre sí y de coaliciones coyunturales cuyo único elemento de cohesión es la, supuesta, optimización de posibilidades electorales, solo provoca hastío y desmovilización. Sin embargo, pese a que la resaca del 21 de abril nos ofrece una imagen penosa de batalla por el relato y por la apropiación del magro botín, es imprescindible actuar responsablemente. Es urgente parar, reflexionar y construir colectivamente dinámicas unitarias que articulen este espacio a nivel político, organizativo y, también, pero no solo, electoral.

Tenemos que ser capaces de generar una esperanza y participar activamente en la transformación de la sociedad vasca. Este cambio, cuyo liderazgo recae, innegablemente, en la izquierda soberanista de Euskadi, debe ser construido en cooperación y fraternidad con esa izquierda para la que el morado de la bandera es una referencia central en su identidad.

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