Floren Aoiz
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El día en el que llegaron las golondrinas

Llevo años intentando saber cuándo llegan las golondrinas -o los vencejos, sigo confundién- dolos-. Nunca lo había logrado; las veía en el cielo, con sus aparentemente caóticos vuelos y juegos, pero no era capaz de poner fecha a su vuelta. Este año, por el contrario, sé cuándo han llegado: hicieron aparición durante el miércoles 9.

No soy de los que creen en augurios, pero como el día anterior espantosas tormentas habían barrido el ambiente para terminar con espectaculares arcoiris, quise pensar que era una buena señal: ya estaba aquí la primavera. Alguien que comenzó a leer por el final una sentencia del Tribunal Supremo español, confundiendo un voto particular con la resolución propiamente dicha, terminó de alimentar el ánimo con una efímera absolución. Todo sucedió en unos pocos minutos. La absolución se esfumó con la misma velocidad con la que había llegado y en su lugar apareció una reducción de condena que sonaba a bofetada. Por un momento, pareció que la primavera había dado marcha atrás. ¡Mierda! El invierno más gélido llamaba a la puerta pidiendo carnaza.

Sin embargo, las golondrinas seguían surcando los cielos de la capital de nuestro país. Y seguía siendo un día caluroso en nuestro hermoso pueblo. Era como si la primavera, pese a todo, no quisiera darse por enterada. Ella seguía a lo suyo, ajena al varapalo judicial español o quizás convencida de que hace mucho tiempo que tiene ganada la partida.

Yo voy a optar por la segunda opción. A fin de cuentas ya no estoy hablando de una estación meteorológica, sino de un estado de ánimo. En Euskal Herria hace tiempo que es primavera. ¿Por qué? Porque nos da la gana. ¿Hacen falta más razones? Porque nos hartamos del invierno, de los nubarrones, de las heladas, del viento cortante o, por decirlo de otro modo, de las detenciones, las torturas, las celdas, las imposiciones, las muertes, los porrazos y pelotazos, las sentencias, ilegalizaciones, condenas, prohibiciones, multas, agresiones, inhabilitaciones; de la imposibilidad de decidir qué queremos hacer con nuestro futuro.

Y no solo queremos que siempre sea primavera, sino que la exigimos completa. ¿Es mucho pedir? A estas alturas no vamos a cortarnos las alas. No parece que las golondrinas estén dispuestas a que ningún guardia de tráfico aéreo les diga por dónde pueden volar, y la sociedad vasca ha saboreado cada paso hacia un nuevo escenario. Y salta a la vista que le ha gustado y quiere más, por lo que no va a aceptar tutelas ni injerencias. Cuando se prueba la libertad, aunque sea un poquito, el peso de las cadenas se multiplica, haciéndolas mucho más insoportables. En esas está Euskal Herria por mucho que algunos acerquen sus agujas a lo que, en su estupidez, quieren tomar por delicado globito.

No pueden pinchar nuestras ilusiones con provocaciones tan estúpidas. España nunca ha sido tan débil, lo saben y lo sabemos. Su barco se hunde, el nuestro navega empujado por los mejores vientos. Somos primavera, nos hemos convertido ya en un pueblo de golondrinas que vuelan cada vez más alto, y sus garras cada vez están un poco más lejos.

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