Mikel Casado

El Emérito sin mérito

Por lo tanto, no hay tal mérito, a no ser que nos empeñemos en verlo, sino una componenda para mantener parte del régimen y sus privilegios.

El Rey Emérito ha vuelto a España, de regatas, después de 22 meses de auto exilio o huida en Abu Dabi al verse presionado por investigaciones judiciales sobre presunto enriquecimiento ilícito y evasión de impuestos. Aunque queda evidente que ha habido delito, la justicia española, por unos motivos u otros, prescripción o inviolabilidad, ha cerrado todas las causas que pudieran haberlo puesto ante los tribunales.

Su visita monta la marimorena entre quienes opinan que volver es una falta de respeto al pueblo español y quienes, políticos y medios de comunicación, reconociendo implícitamente que ha habido trapacerías varias, aseguran que está en su derecho de hacerlo por no tener ya causas pendientes con la justicia, aparte de asegurar que el bien que este hombre ha hecho por España es muy superior al perjuicio y la desvergüenza mostradas.

Un ejemplo de este apoyo son las declaraciones del alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, quien declara: «Pesa mucho más que el Rey Emérito fuese la persona que, teniendo poderes absolutos, decidió que España fuera una democracia». Otro ejemplo es el de Carlos Herrera, quien dice que los comunistas de Podemos estarían detenidos si (el Emérito) no se hubiera dejado la energía en la transición.

No es mi intención argumentar sobre esas corruptelas sino sobre el otro asunto: la falaz excusa de que no solo le deben ser disculpados todos sus crímenes, sino que le debemos estar eternamente agradecidos por su gran hazaña de convertir un régimen tiránico, absolutista y perverso en una democracia. Si nos damos un tiempo para reflexionar sobre ese mérito, quizá descubramos que no es tal.

Quienes aluden a la aportación real a la democracia, se suelen referir a su participación en el abortamiento del golpe de estado de 1981. Aún hoy está en duda si lo que Juan Carlos I detuvo fue, en realidad, un golpe en cuya preparación él mismo había participado. Si ello fuera verdad, el mérito democrático que se le atribuye para consentirle sus delincuencias no sería tal. Pero incluso concediendo que la noche del 23 de febrero de 1981 puso pie en pared y detuvo el golpe de Tejero, no tendría sentido concederle tal crédito, pues no habría hecho otra cosa que cumplir con su supuesto deber de Jefe de Estado y de las fuerzas armadas de una supuesta democracia. Como se suele decir, eso iría en su sueldo. Si nos hubieran preguntado al pueblo, este nunca habría aceptado que ese cumplimiento del deber demócrata le diera derecho después a cometer todo tipo de fechorías. Sería interesante saber en cuántas democracias se les permiten tal cosa a sus presidentes o a quienes lucharon por ellas. Yo creo que ya sabemos la respuesta.

Pero, como ya he apuntado, quienes excusan al Emérito en virtud de su mérito aluden también, como se ve en sus declaraciones expuestas más arriba, a su necesario protagonismo en la transición de un régimen dictatorial a una democracia. Y creo que también este argumento es falaz.

Por un lado, es falaz porque España estaba inmersa en un periodo de protestas populares contra el viejo régimen en decadencia y de reivindicaciones por un cambio democrático, e incluso por intereses económicos que no podían ser ignoradas si España quería dejar de ser un país arcaico. Dirigiendo esas protestas y reivindicaciones democráticas había muchos líderes políticos y sociales que sufrieron persecución, tortura y muerte por parte del régimen del cual Juan Carlos I era pilar esencial. Es decir, el protagonista del cambio no era único. Sin embargo, estas víctimas no son reconocidas como elementos imprescindibles de la supuesta democratización por parte de quienes defienden el mérito del Emérito. Y a nadie se le ha ocurrido pensar que debían tener derecho a robar.

Por otro lado, si lo pensamos bien, resulta que el hecho de ser Juan Carlos I, según dice Almeida, el poder absoluto de un régimen oscuro, totalitario y criminal es más bien un demérito. Permítaseme la analogía mitológica: Juan Carlos I era al Mal lo que la democracia era al Bien. No era un demócrata como otros que, arriesgándose desde fuera de su propio régimen absoluto, participara en igualdad de condiciones que los demás. Venía de lo Oscuro y puso, como condición para el cambio a la Luz (repito: permítanme las metáforas), seguir siendo el jefe. O a mi manera o no hay democracia. Eso es hacer chantaje y jugar con ventaja. Así, tomando la idea de Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, la transición española sería la continuación del viejo régimen por otros medios. Almeida, Herrera y tantos otros lo llaman mérito, por el que le debemos agradecimiento. Pero no es tal. De haber sido un auténtico demócrata, debería haber condenado el negro pasado del régimen al que pertenecía, haber abdicado y apoyado un auténtico proceso constituyente democrático en vez del amañado “De la ley a ley” que llevó a una pseudo democracia encorsetada, viciada desde el inicio, manteniendo el poder, aunque fuera menos absoluto.

Además, su conversión a la democracia no puede ser considerado un mérito que le permita pensar que, ya que el régimen no va seguir persiguiendo demócratas (algo que, de hecho, no ocurrió), ya que va a perdonar sus vidas (Herrera), debe tener venia para robar sin límite. Quizá él y ellos lo pensaron así. Pero democracia y privilegio para robar son incompatibles. Sin embargo, lo que se desprende del pensamiento de sus defensores es lo contrario.

Por lo tanto, no hay tal mérito, a no ser que nos empeñemos en verlo, sino una componenda para mantener parte del régimen y sus privilegios.

Ahora, fuera de la argumentación sobre el no mérito del Emérito, pero al hilo del apaño de la transición, permítaseme otra reflexión: la consideración del pacto de aquella derecha golpista ilegítima como virtuoso para la convivencia del país no se compadece con las críticas de la derecha actual contra el acuerdo de gobierno y apoyo al mismo por partidos políticos democráticamente legítimos, por muy de izquierdas o independentistas que sean. Para esta derecha, los golpistas se hicieron buenos de la noche a la mañana,  pero los izquierdistas e independentistas son el Mal en sí mismo.

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