Antonio Álvarez-Solís
Periodista

El invento imposible

El líder socialista español –¿qué es lo español? ¿qué es lo socialista?– fue a decir a los ricos que el cordero español sigue en la espalda del criado que siempre espera en la puerta donde recibir al gran patriarca capitalista

Casi con un siglo a cuestas aún tengo de español el dolor de serlo. No he podido acostumbrarme a la algarabía del mercadillo donde España vende españoles. «Una, dos y tres./ Lo que usted no quiera/ para el rastro es./ Le vendemos barato/con el precio en inglés./ Somos todo lo honrados/ que usted quiera creer./ Una, dos y tres…/ ¡Ay Patxi Andion, que infortunio! Aún trato de seguir paso a paso el tranco de nuestros políticos por un mundo que no entienden y a cuyos pies dejan todos los días la ofrenda de nuestro país, a cambio de casi nada. Carecen esos políticos de la gran dignidad de ser pobres. Hablan de una España que no quieren rota y van negociándola a pedazos. ¿Y quiénes son ellos? Acerca de este interrogante tan difuso y amplio seguí al Sr. Sánchez hasta Davos, nieve al fin para mi nieve de llanura ensimismada. En mala hora viajé. El líder socialista español –¿qué es lo español? ¿qué es lo socialista?– fue a decir a los ricos que el cordero español sigue en la espalda del criado que siempre espera en la puerta donde recibir al gran patriarca capitalista. España no pondrá en peligro a Mr. Blackstone, el gran amo de la vivienda granrentable en España, cazarratones mínimos; ni a la hucha lustral de Arcelor o Aplee; ni a Google y sus dineros digitales. España seguirá entregando sus trabajadores por 950 euros al mes –«era de latón el cacharro de la abuela»– y mantendrá por añadidura en la cárcel a los presos cobrados en la cacería de la sedición, ese delito antañón que reprime el alzamiento «público y tumultario» de quienes se empinen para impedir la aplicación de las leyes o dificulten el menester de la autoridad –¡cosa nebulosa el tumulto! ¡cosa confusa la autoridad en un país en que todo es autoridad!–. Y ha añadido el Sr. Sánchez que España seguirá dando aire con el soplillo del banderín obrero a la gran fiesta judicial en donde parlamentarios desdentados alimentan, con su poder astillado, la victoria de la toga sobre la primera cámara de la nación, de las naciones, del Estado.

En fin, que a Davos fue el Sr. Sánchez a vender cupones de ciego en los días feriados de la ley. –¡Oh, padres conscriptos!–. Que España, ha dicho también el gobernante de Madrid, compañero de los morados que se chupan el dedo cogido en la puerta bien engrasada, equilibrará sus cuentas con Bruselas, cabeza, fuerza y antemural del imperio que ya en «illo tempore» era lugar donde la flecha huía del pájaro a cobrar para herir al cazador español.

Fue a Davos el presidente –«tiene la tarara un vestido blanco/ que solo lo pone en el jueves santo»– para trasladar a los cincuenta hoplitas que habían de tener confianza en España. Y ayudó a la espada corta del español que quienes controlan las Termópilas de los «caleses» han reconocido que les estorba tanto dinero y que pretenden por ello reformar el capitalismo y convertirlo en capitalismo de integración. De momento a mí el socialista de Madrid, con el visto bueno de los que a su lado moran, como decía el místico, ya me ha subido la pensión un 0´9 por ciento, con lo que he decidido adquirir otro paquete de alpiste para los musicales gorriones que complacen mi soledad de rojo para el cristianismo. He echado la cuenta entre el costo de la mejora alimenticia de los pájaros y la nueva ganancia y aún me sobra un 0´3 por ciento de mi subida, a no ser que los gorriones obreros no den marcha a su pico y se incorporen a las tentaciones del nuevo capitalismo social.

¡Un nuevo capitalismo¡ ¿Pero quién vio jamás que los Sistemas se reformen para emprender camino distinto? Los Sistemas nacen, crecen, se hinchan, devoran su entorno como hace la célula cancerosa, y al final mueren y otra cosa surge con raíz distinta y pretensiones impensables si no se reza con afán. Es la teoría del relevo de civilizaciones, a la que serviré, Dios mediante, con empleo de un papel mucho mayor que el presente.

Por tanto dejen los tales cincuenta de Davos y sus socialistas de escolta de recomendar a la obrería su avance con empleo del capitalismo social, que a mí me recuerda el juego infantil del «Cascayu» asturiano, que consiste en saltar unos pequeños y enlazados cuadros dibujados con tiza en el suelo o acera, abriendo y cerrando las piernas, y sin pisar las marcas del dibujo, a fin de empujar con el pie y siempre a la pata coja una pequeña piedra plana —el cascayu— desde el principio al final del trayecto. Repito: si jugamos a eso los de pico y pala mejoraremos nuestros músculos motores de trabajadores, pero al final acabaremos, tras tanto esfuerzo, sobre la misma acera de la que partimos. Yo, de niño, siempre jugué al cascayu con niñas que usaban falda corta para saltar mejor. Mi abuela dijo que yo nunca llegaría a nada y acertó. Pero las niñas me compensaban ¡Santa inocencia!

Lo que más y mejor llamó mi atención respecto al viaje del presidente a Davos es que, como leí en los periódicos españoles, el Sr. Sánchez fue a Suiza para convencer a los cincuenta de que la política económica española no iba a cambiar nada respecto a ellos. Por lo tanto, los quinientos cienmilmillonarios de los que depende la Tierra podían seguir tranquilamente en sus cosas. Ahora bien, no sé si esta información trasmitida por los medios estaba dirigida a los amos del mundo o a nosotros, los trabajadores y pensionistas españoles, que siempre creemos con buena fe en el reparto. Hay formas de jugar la pelota, como saben los pelotaris vascos. Creo que alguna vez el jugador espera el rebote. A un compañero mío le dejó tuerto.

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