Luismi Uharte
Profesor de Antropología Política de la UPV

El maldito voto líquido

Si analizamos la pugna en clave Régimen vs Cambio, es evidente que del empate técnico de hace 4 años, ahora hemos pasado a que el Régimen, con sus más de 200.000 votos, supere en más de 60.000 papeletas al bloque del cambio, que no llega a los 140.000.

 

Los resultados electorales en Nafarroa del pasado 26 de mayo, más allá de la distribución de escaños y de las posibles opciones de gobierno, muestran tendencias históricas relevantes que ayudan a comprender lo ocurrido y sobre todo nos dan pistas acerca de cómo se puede ir reconfigurando el tablero político navarro en un futuro no muy lejano.

La virtud de la derecha española en estas elecciones no solo ha sido lograr más escaños como consecuencia de presentar una candidatura única, sino también haber logrado movilizar, en clave de «voto útil reaccionario», a más de un 10% de su electorado, aumentando 14.000 votos respecto a 2015 (de 118.000 a 132.000). Sin embargo, han obtenido 5.000 sufragios menos que en 2011 y están lejos de sus marcas históricas de la primera década de siglo, cuando llegaron a acumular 155.000 papeletas conservadoras en 2007.

El españolismo centrista, es decir, el PSN, obtiene un gran resultado al subir de 45.000 a 71.000 votos. Se puede jactar además de haber logrado su segunda mejor marca en los últimos 25 años, solo superado por los 74.000 sufragios de 2007, época de bonanza de Zapatero. Sin embargo, ya no es el partido de los 80 o los 90, cuando superaba la barrera de las 90.000 papeletas y disputaba el primer puesto de la clasificación.

En consecuencia, los partidos del Régimen pueden alegrarse de su crecimiento de alrededor de 40.000 votos respecto a 2015, pero sus 200.000 papeletas del 26 de mayo, quedan a cierta distancia de las casi 230.000 del 2007.

El independentismo de izquierdas, continúa creciendo y logra superar por primera vez en la historia la barrera simbólica de los 50.000 sufragios. De todas formas, el aumento respecto a hace 4 años es muy pequeño (apenas 2.500 papeletas) y su actual músculo electoral sigue siendo muy similar al de hace 20 años, cuando Euskal Herritarrok obtuvo 47.000 votos. Por tanto, tiene como reto diseñar una estrategia que le permita ensanchar su base de manera mucho más profunda.
El nacionalismo vasco anclado al PNV, ahora bajo la figura de Geroa Bai, continúa rompiendo récords históricos: sobrepasa el límite de los 60.000 votos, aumentando más de 7.000 respecto a los comicios pasados y 10.000 respecto al 2011; además, supera por tercera vez consecutiva a la izquierda independentista en unas elecciones normalizadas (fuera de la época de la ilegalización); y sobre todo triplica sus cifras de los años 80, 90 e inicios de siglo, cuando no llegaba ni a los 20.000 sufragios, sumando sus votos directos (cuantitativamente anecdóticos) y los de EA. El 26M, sin embargo, se evidenció que el efecto Uxue Barkos no fue tan contundente como se esperaba y lo más importante, la coalición perderá la presidencia del gobierno.

Es relevante que las candidaturas de la órbita abertzale han vuelto a crecer un 10% respecto a 2015, pero sobre todo, lo más destacable es que en las dos últimas décadas casi han duplicado su representación, pasando de los 64.000 sufragios de 1999 a los 111.000 de 2019. Se observa un incremento que oscila entre los 10.000 y los 15.000 votos en cada elección.

La izquierda española, en este caso la suma de tres candidaturas (Podemos, IE, y Equo), es el sector político que se hunde respecto a 2015, ya que pierde más de la mitad de sus votos, pasando de 60.000 a poco más de 28.000. Este volumen de sufragios es calcado a los resultados de Izquierda Unida en 1995 o 2003, su techo electoral. El crecimiento exponencial de este sector, gracias al fenómeno Podemos hace 4 años, se disipa totalmente. Obviamente, la caída de Podemos es la más abrupta, ya que pierde la friolera de 2 de cada 3 votantes, bajando de 46.000 a 16.500, alrededor de 30.000 papeletas. De cualquier manera, bajan todos, Izquierda-Ezkerra, 2.000 votos y Equo 500 (un 25%). Les queda el consuelo de pensar que si se hubieran presentado juntos la suma de escaños sería superior. De hecho, hasta alguno podría especular con los 60.000 sufragios del 2015, que en una candidatura única hubiera supuesto superar a las otras 2 fuerzas del cambio y liderar potencialmente el Ejecutivo foral.

Si analizamos la pugna en clave Régimen vs Cambio, es evidente que del empate técnico de hace 4 años, en el que los primeros acumularon 163.000 sufragios frente a los 161.000 de los segundos, ahora hemos pasado a que el Régimen, con sus más de 200.000 votos, supere en más de 60.000 papeletas al bloque del cambio, que no llega a los 140.000.

Aunque la distancia parece sustancial, en realidad no es tan relevante como pudiera creerse. En primer lugar, está muy lejos de los años noventa y primera década de este siglo, cuando el Régimen tenía más del doble de apoyo electoral (por encima de 200.000 siempre) que los partidos del Cambio (por debajo siempre de los 100.000). En segundo lugar, la clave en estas elecciones ha sido la transferencia directa de voto de Podemos al PSN. De los 30.000 sufragios que pierde Podemos, 25.000 migran al partido del Régimen. Si se hubieran mantenido, la diferencia total hubiera sido de poco más de 10.000 votos.

Si en el 2015, unos miles de votos del PSN optaron por Podemos y posibilitaron que el Cambio acumulara músculo suficiente para gobernar, ahora han regresado al redil, frustrando la continuidad de este. El bendito voto «líquido» (precario, infiel y desconcertante) trajo la primavera política a Nafarroa y paradójicamente, ahora el maldito voto «líquido» suspende por 4 años el experimento de cambio más transformador a nivel foral. Mientras el Régimen –en su versión tradicional o en su formato «tercera vía»– se frota las manos, el reto a corto plazo es como solidificar ese voto líquido en las alforjas del Cambio.

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