Paco Roda

El pequeño comercio: de la nostalgia a la politización

El viejo comercio, el de toda la vida, desaparece, lentamente, como si de un viejo ecosistema en extinción se tratara. Como si un tiempo histórico se escapara sin remedio por las rendijas de la vieja Iruña neoliberal. Y sí, esas ausencias del espacio urbano más cercano, el de su casco viejo, generan una nostalgia social que duele como un presente ácido.

No es para menos. Según un estudio realizado por Comerciantes de Navarra, en colaboración con la federación de asociaciones de comerciantes de Navarra Denok Bat, en los últimos diez años, (2011-2021) en Pamplona, han cerrado 769 negocios llevándose por delante unos 500 puestos de trabajo. Según este estudio, unos 60 negocios del Casco Viejo y los Ensanches cerrarán en el margen de un año. Y eso da miedo. Porque más de un centenar, el 10,23%, considera que el cierre de su negocio se producirá en los próximos tres años. Además, uno de cada diez negocios de cercanía de la capital, 245 tiendas en total, cree que cerrará en el plazo de un año. Así que el futuro suena como la caída de una persiana contra el suelo.

Duele sí, pero frente a esto no cabe echar mano del «cualquier tiempo pasado fue mejor». Ni melancolizar la vida social, urbana o comercial de antaño. Y es que estos negocios, como hitos del paisaje urbano, configuran el recuerdo de sus clientes y habitantes que lo conectan sentimentalmente con el barrio donde se ubican, con la memoria de la ciudad y sus ascendientes. Ciertamente, el cierre de estos establecimientos nos provoca emocionalmente. Nos mueve hacia la nostalgia. Pero mantenernos en ese confortable duermevela nostálgico es también, o puede ser, sinónimo de una amnesia masiva, de una falta de politización e ideologización de los conflictos que nos afectan.

La desaparición de este entramado comercial, también de Donosti, Bilbo o Gasteiz, duele porque se lleva recuerdos y con ellos los modos de vida comunitarios que esos establecimientos representan. Pero la sola reivindicación memorialista no basta. Como tampoco sirve la individualización de los procesos de cierre de este tipo de negocios. Una tienda histórica de Iruña (Murillo o Elizburu) se puede cerrar por falta de relevo generacional, pero ello no puede atribuirse exclusivamente a un problema individual, puesto que ese cierre está inmerso en una dinámica de movimientos más globales y estructurales que hoy afectan a este tipo de comercios.

A este proceso hay que dotarlo de un análisis político, puesto que su desarrollo y desenlace es fundamentalmente económico. Se trata, por tanto, de politizar, de ideologizar para saber qué hay detrás de este proceso de gentrificación comercial. Es decir, de incorporar este conflicto urbano y social en la agenda política pública. Porque esto afecta a los modos de vida de la gente, como afecta la violencia machista, el cambio climático o la desigualdad.

Un barrio se gentrifica cuando opera sobre ese territorio, generalmente deteriorado, un proceso de rehabilitación urbanística, económica y social, que provoca un desplazamiento paulatino de la vecindad empobrecida del barrio sustituido por otra población de un nivel social y económico más alto.

Pero existe otro tipo de gentrificación, la denominada gentrificación comercial. Básicamente, consiste en un cambio de estructura comercial. Los comercios de proximidad son reemplazados por comercios que se «gourmetizan» al ofrecer productos más distinguidos y a un costo más alto. De esta manera, la oferta comercial comenzará a orientarse hacia los gustos de los nuevos pobladores o nuevos nómadas interurbanos. Ocurre entonces que algunos comercios renovados se tunean con objetivos turísticos que logran un efecto perverso sobre ese comercio de cercanía. Este proceso, además, provoca un alza de precios del parque de viviendas, de los alquileres y de las transacciones de todo tipo que aumenta las presiones para que, tanto negocios como vecindad tengan que huir expulsados de su geografía.

La gentrificación comercial, por tanto, desplaza a los comercios tradicionales para sustituirlos por la «boutiquización» y «gourmetización» de las tiendas, generando así nuevos espacios de turistificación comercial no destinadas a los antiguos pobladores sino a usuarios ajenos al barrio. Donde antes había una mercería, ahora hay un supermercado ecológico de diseño, donde antes había una sombrerería, ahora hay una cafetería hipster o un gastrobar. Esta dinámica opera generalmente a través de franquicias o cadenas de establecimientos muy estandarizados, generando una homogeneización de los espacios, los barrios o las ciudades en las que apenas son perceptibles sus antiguas singularidades.

¿Está ocurriendo esto en el Casco Viejo de Iruña? Podemos decir que se ha iniciado un proceso que avala esta dinámica, toda vez que hay muchos comercios de cercanía que han desaparecido –10 en los últimos dos años– y que en su lugar están ubicándose actividades propias de un barrio que comienza una lenta gentrificación comercial.

La actual situación del comercio de cercanía o de barrio es altamente preocupante. No son pocos los intentos, a mi parecer desordenados y sin perspectiva claramente política, de sostenerlo. Cierto que cada ayuntamiento ha tratado de posibilitar, a través de planes de ayudas o subvenciones puntuales, de medidas para frenar esa caída en libre de estos establecimientos que, si bien obedece a múltiples factores, no es menos cierto que se echa en falta un plan global y una ordenación reglamentaria que los proteja ante la adversidad de una sociedad que ha redirigido el consumo hacia espacios más globales.

El comercio de proximidad se enfrenta a un escenario de alto riesgo. Y lo hace a sabiendas de que sus puntos fuertes son insuficientes para revertir la situación. El comercio de proximidad genera vitalidad en su propio territorio, crea puestos de trabajo, fideliza a la clientela a través de vínculos de confianza, se vincula fuertemente con el entorno geográfico, distribuye más equitativamente la riqueza evitando la concentración en pocas manos, potencia la economía local creando capital social, crea vínculos de solidaridad intravecinal, genera convivencias y sinergias urbanas y ciudadanas a través del intercambio de mercancías –y, por tanto, de relaciones– que siempre ha caracterizado al comercio. Y lo más importante, el comercio de cercanía crea un tipo de sociedad, de relaciones y de hábitos de sociabilidad definidos por el fuerte vínculo comunitario.

Acaso no es suficiente todo esto para proteger este tipo de negocios sin caer en la caduca museificación y promover legislaciones protectoras que garanticen la continuidad de la actividad. Sin olvidar la importancia de una ley de Patrimonio Cultural Inmaterial que incluyera a los comercios históricos y emblemáticos para evitar su desaparición.

La gentrificación no es inevitable. Porque sí se puede evitar que nuestras ciudades se conviertan en un tablero de Monopoly.

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