Iulen Lizaso

El poder de la palabra y la fuerza del silencio

El día 8 de marzo se celebraba en todo el mundo el Día de la Mujer con gran estruendo reivindicativo a favor de la igualdad con miles de manifestaciones recorriendo las calles. El eslogan más coreado en cadencia repetitiva: «Caerá el patriarcado y el feminismo vencerá».

Siendo cierto que el ámbito de decisión para cuestiones decisivas de supervivencia y seguridad material, formativa y laboral, para el ejercicio del derecho, control, protección, promoción, etc. Sigue estando en manos de hombres, no es menos cierto que la solución no consiste en que se dé una inversión en las posiciones de poder y gobierno. Menos aún intentar hacerlo, manteniendo las mismas pretensiones de dominación, actitudes y estrategias de persuasión o adoctrinamiento para lograr su implantación, al igual que siempre hemos utilizado los hombres, en particular en los ámbitos doctrinarios, políticos, empresariales, laborales... y familiares.

En los actos de celebración del Día de la Mujer, se dan dos hechos coincidentes con los que históricamente organizamos los hombres para la reivindicación popular: una manifestación masiva coreando consignas, y una consigna en particular a modo de mantra o letanía contra alguien, seguida de una frase triunfalista a favor de quien promueve la manifestación... ¿Esta es la igualdad?

Quienes manejan estas agendas mundiales en base a ideologías de dominio y control mental, conocen muy bien el poder de las palabras coreadas a la vez por miles de voces con un eslogan concreto; en particular y hasta hoy los credos religiosos en sus centros de canto y oración. Telepredicadores de la política como religión y de la ciencia como dogma, los relevan... para lo mismo.

Hablar es crear, y lo hablado se respira. Todos intentan dejar palabras y palabras y más palabras, a modo de átomos potencialmente creadores, suspendidos sobre la atmósfera, que al respirarlos son susceptibles de que pasen a ser hechos. La palabra, meditado o no, nace de un pensamiento, y en el caso que nos ocupa, de una conspiración mental.

Si analizamos los hechos del día a día del mundo, del país, la comunidad, las familias y de todo, es una batalla campal... así la mente de las personas. Siendo importante saber cómo y por qué hemos llegado a esto, lo es más saber para qué nos han traído a ello quienes manejan esas consignas globales.

Todos ansiamos vivirla y que se haga la paz en el mundo... casi todos. Desconocer el diagnóstico sobre la causa principal ocultada que lo impide, es la razón por la cual la humanidad no conseguimos despertarla en uno mismo. La suma de paz de humano en humano y multiplicación posterior de pueblo de paz con pueblos de paz, lograría implantarla en todo el planeta... pero empieza por uno mismo... respirarla de nosotros mismos... despertarla en cada cual.

Ya pasó el Día de la Mujer. Sería también deseable celebrar el Día de la Paz con el Mundo, a partir de la de uno mismo con su mundo individual, para hacerla externa y a través de la voz sembrarla como palabras respirables para todos. Una suma de voluntades que darían a luz la paz del mundo; el tan esperado «milagro» y gran ausente desde que existe humanidad.

No existen los milagros. Despertar la conciencia de ser y descubrir la razón de nuestra existencia (¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?), es el mayor milagro que se puede dar hoy en un ser humano. La clave: corregir los hechos.

Solo dos premisas para que se dé la paz mundial a partir del día después al Día de la Paz con el Mundo: que ese día los adultos no hablemos ni una sola palabra, y los niños, pero sobre todo las niñas de todo el mundo, no paren de cantar y regar de Inocencia la atmósfera respirable. Tan original como real... el milagro del cambio en los hechos a través de la luz contenida en las palabras.

Nada es por nada y no hay consecuencia sin causa. La paz o no paz que contiene la luz de esas palabras, es la misma que entró por esa boca con el alimento. Así, siendo importante saber qué hacer para sembrar paz con nuestras palabras, es más importante saber... qué dejar de hacer.

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