El Régimen del 89
Para el autor, el «Régimen del 78», fruto de la eficacia del régimen franquista para dejar todo atado y bien atado, «no sería más que un suceso del proceso sociohistórico del 89, con la herencia particular del franquismo: una institución medieval denominada monarquía y la confesionalidad católica; un Régimen depredador de la naturaleza, que no ha traído sino más desigualdad y consecuencias medioambientales negativas».
En los últimos tiempos se está hablando del Régimen del 78 como de un bloque sistémico, ideológico y político, vinculado a una época definida por el «atado y bien atado» dejado por Franco como hito fundacional. Marcado específicamente por el bipartidismo de ideologías elaboradas para el capitalismo; tal vez, lo que debiéramos hablar es de un cambio más profundo, del Régimen instaurado por la Revolución Francesa, las ideas ilustradas individualistas y un sistema-mundo hegemonizado por la economía neoliberal del beneficio y la competitividad. Un Régimen de élites burguesas que hartas de no poder llegar al nivel de la aristocracia, tomaron las riendas del poder en aquel momento, no sin empujar a los sans cullotes, al precariado de entonces, a que se pusieran delante de las bayonetas para beneficio de sí mismos como clase emergente. Para el pueblo pero sin el pueblo. El régimen del 78 no sería más que un suceso más del proceso sociohistórico del 89, con la herencia particular del franquismo: una institución medieval denominada monarquía y la confesionalidad católica subvencionada hasta por los racionalistas. Un Régimen depredador de la naturaleza (le llaman crecimiento) que no ha traído sino más desigualdad en el mundo y consecuencias medioambientales negativas tanto para los seres vivos como para el planeta mismo.
Aquel paradigma trajo dos ideas y prácticas que son claramente deficientes en la sociedad actual: la división de poderes y la división del trabajo. En cuanto a la primera, son abundantes las críticas sobre la inexistencia real de semejante separación, además de basarse en supuestos falsos. Es curioso que los tres poderes dicen actuar en nombre de la voluntad popular y sin embargo, a los protagonistas de esa voluntad «se les concede» solo la posibilidad de votar partidos (porque sus élites así lo diseñaron) que son los que dicen qué, cuándo y dónde de esa supuesta división. No podemos votar directamente a un gobierno determinado y a unos nombres concretos en el ejecutivo. En el legislativo, bajo su fórmula matemática, el sistema D'Hondt, ha dejado que el bipartidismo haga y deshaga a su antojo, siendo poco representativa de la ciudadanía.
Y, por supuesto, el judicial, que también actúa en nombre del pueblo (y de la institución medieval), no solo no lo podemos votar, sino que los partidos del Régimen ponen en su gobierno, el Consejo General del Poder Judicial, a sus correligionarios en lo que llaman la politización de la judicatura. Jueces a los que se les atribuye progresismo critican esta práctica y dicen ahora que lo progresista sería que ellos mismos son los que debieran elegir a los miembros de dicho consejo. Una vez más las élites del Régimen nos cuelan la ideología del 89 queriendo instaurar un Estado paralelo, sin que el pueblo sea quien gobierne realmente ni pueda fiscalizar de forma soberana. A pesar de que parece que hubieran despertado de su largo letargo de la transición y estar levantando algunos asuntos de corrupción y transparencia, no parece que vaya a haber una revisión retrospectiva de los negocios del rey Juan Carlos con los países árabes, por ejemplo, ni las herencias franquistas de los grandes de España. Ahora resulta que el delito económico es una novedad para los jueces. Por otra parte, el verdadero poder no es elegido por nadie: el económico financiero y de las transnacionales del TTIP, con su fieles servidores Merkel y Rajoy intentando desahuciar Grecia. Otra más: los parados y paradas son excluidos de las elecciones sindicales y los órganos representativos.
Demos y cracia, el pueblo gobernándose; que hoy en día se denomina, participación ciudadana. Se refiere a mecanismos para que personas conscientes y responsables de sus actos se gestionen su modo de vida. Por el contrario, el paradigma ilustrado considera a la ciudadanía como vulgo menor de edad o sin capacidades intelectuales suficientes. Es donde entra el otro problema del Régimen del 89: la división del trabajo en todos los órdenes: clase, género, estatus, étnico. ¿Podríamos elegir para el gobierno de la justicia a aquellos jueces nacidos del pueblo, a gente justa y equitativa, a quienes libraron a los insumisos o a quienes juzgan honrosamente casos de corrupción?. No. ¿Vamos a ver una estrategia judicial internacional contra los paraísos fiscales y la devolución del todo el dinero robado? Probablemente, no. No todos tenemos las mismas oportunidades: la división del trabajo fue diseñada para que no las tuviéramos. Unos tendrán beneficio y podrán estudiar y ser jueces. Otros, simplemente trabajarán en la cadena, en la mina o limpiando casas. Es por eso que la educación universitaria no es gratuita, como no lo es la salud, gran parte en manos de las mutuas empresariales o privadas. Las élites dicen por activa y por pasiva que con unas pequeñas subvenciones en educación es suficiente y que la salud laboral no cabe en sus sistemas: le llaman posibilismo. Porque, evidentemente, si todos y todas tuviéramos las mismas oportunidades y todos tuviéramos carreras universitarias, ¿quién querría limpiar la basura de los demás?, ¿quién trabajar en la cadena?, ¿quién bajaría a la mina? Las encuestas diseñadas por las élites del saber dicen, con una estadística que llaman ciencia, que los oficios de prestigio social son aquellos que justamente están detentados por la élites: médicos, jueces, economistas, militares... Pero no el barrendero, ni la cuidadora o la camarera, que por supuesto aunque se mueran infectados con el amianto o descoyuntados y sordos por el martillo mecánico cobran menos y siguen siendo «iguales de segunda». No tienen responsabilidades de poder, dicen. Sin embargo los que supuestamente las tienen hacen su agosto y hablan de la extensión de la ideología del odio cuando les critican.
Cuántas víctimas del capitalismo deberían ser indemnizadas y su memoria y su nombre reparados! Para eso las élites cuentan con su ejército de reserva, mano de obra mundial barata, paro estructural, la prestación social sustitutoria como fue en su día, voluntariado subvencionado de corte caritativo-liberal, y toda una amplia economía de los cuidados de cuarto orden, con la que poder jugar a la competitividad.
El cambio del XXI es sin duda lento y desesperante; la crisis beneficia a los que ya tenían beneficio. Y, sin embrago, parece que algo se mueve. La situación recuerda un poco a la propia hartura que aquella burguesía padeció cuando se dio cuenta de que la aristocracia no le dejaría hueco para ascender en el escalafón; aunque la clase media perjudicada por la crisis parece seguir estando monitorizada por las élites. Es hora ya de construir las bases de un cambio que supere los problemas sistémicos del Régimen del 89. Es hora del imperativo creativo de la equidad: crea de forma tan particular que tus ideas sirvan de motivación universal para la justicia y la vida en el Planeta, de hoy y de mañana.