Carlos Benetó Clérigues

El rupturismo de las verdades

Deberíamos aprovechar el caso de Malasaña para ver cómo el origen de la mentira, que nos hace presos de un terreno en el que ellos ganan, está en los plazos fijados por la industria mediática.

Llevamos mucho tiempo siendo víctimas de un estado de la mentira en el que la hiperconectividad y el vómito de la última información, en la guerra por el producto mediático, que no es producto si no es el primero, domina los plazos de nuestras acciones, y lo más grave es que viene marcando nuestra relación con los hechos y atraviesa la acción y los tiempos hasta hacernos partícipes no ya de un juego, sino de un teatro como el «show de Truman», donde tenemos tanto de ingenuos como de desarmados, y a veces hasta de cínicos.

No se precisa más de treinta segundos para validar fuentes, y una vez hecho el hábito se reconoce casi al segundo y sin necesidad de comprobaciones externas cuando algo falla en la información, pero este movimiento ha sido arrasado por la alta velocidad entre contenidos, interacción y comunicaciones.

Nos sorprenderíamos, como en un estudio hecho con placebos entre medicamentos, ahora con noticias falsas entre reales, del enorme porcentaje de personas que no saben discernir entre la verdad y la mentira, y lo que es aún peor, presos de la normalización del «estado de la mentira», síntoma de una enfermedad en la psique social a través de la cual el fascismo siempre se ha abierto paso, de una falsa dificultad para discernir qué ocurre en este mundo, entre usos constantes de la mentira y las informaciones falsas, que esto pueda ser ya indiferente mientras haya razón en la causa.

Hace pocas semanas quise aclarar, junto a una fotografía que era compartida exponencialmente, y que se suponía de un vuelo con refugiados afganos, que se trataba en verdad de un desplazamiento desde Turquía a Afganistán en 2016. El pie de foto hablaba de las pocas mujeres que estaban siendo evacuadas desde el aeropuerto de Kabul, hecho absolutamente real en los primeros días de las operaciones. Mi aporte fue leído como una puesta en duda del hecho, casi como un ataque a la denuncia, aún cuando no solo quedaba demostrado que se trataba de una fotografía que cumplía 5 años en otro contexto, sino que yo pretendía dotar de rigor al argumento más justo.

Esto es sintomático de un estado lamentable de la batalla, y de un peligro en el que nosotros no tenemos las posibilidades del enemigo, quien ha dispuesto exitosamente este veneno que lentamente y no por primera vez corroe la historia. Pues lo que se está dejando de ver aquí es cómo la veracidad de la información tiene un valor inmenso, como moral, pero como herramienta precisa, más allá de que, al pueblo nunca le ha hecho falta una sola mentira, no solamente para tener siempre la razón, sino como arma para llevar a cabo sus objetivos, entre otras cosas porque cuanto más cerca está ese pueblo de la verdad en su conjunto, más se aproxima a la revolución. La verdad para nosotros, y no ya como arma arrojadiza.

Si bien es cierto que, si han de arrojarse enunciados, no podemos defendernos con el rigor de una falsedad, aún cuando no hubiera sido intencionada, porque es el comodín que esperan para desacreditar la razón más objetiva, y no es incompatible que muchas veces no es necesario discutir con el enemigo para ver que usar verdades de plástico nos hace débiles, y además, es innecesario, todo lo contrario que para ellos, que crecen en cualquier mentira y es su único medio. Esta conjunción entre lo bueno y lo necesario, entre lo moral y lo útil, me parece además preciosa, y creo que alcanzó no solo una praxis impecable propia del leninismo en Fidel Castro y la Revolución Cubana, sino que fue y es piedra angular de todo revolucionario.

Deberíamos aprovechar el caso de Malasaña para ver cómo el origen de la mentira, que nos hace presos de un terreno en el que ellos ganan, está en los plazos fijados por la industria mediática, herramienta del poder que nos combate, en el que al final nuestras acciones van al son no ya de sus tiempos, sino hasta de sus temas. Ese roto se ha visto cuando en una fracción de segundo frente a otra salvajada que, por lo alarmantemente ya verosímil del hecho, en medio de un incremento del 43% de agresiones contra personas LGBT en el primer semestre de 2021, hemos reaccionado a un asunto que no había dado tiempo siquiera a llegar el primer documento a un juzgado, cuando había dado cinco veces la vuelta al Estado antes de que cambiase dos veces de parecer y se actualizase otras diecinueve, y eso es un peligro enorme que debería hacernos ver que si no controlamos ni tema ni plazos, estaremos absolutamente desarmados y a merced de las olas de los mass media y la reacción en RRSS. Seamos cautelosos, más astutos, desconfiemos del latido que marca la opinión pública, y empezaremos a ver que para vencer no hay que estar siempre en su tablero. Por esto pasa el rupturismo.

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