Mikel Askunze
Catedrático de Filosofía

El soldado Pedro Sánchez obedece al capitán

Como afirma la filósofa belga Chantal Mouffe, ha desaparecido la auténtica democracia, porque la oposición entre puntos de vista aparentemente opuestos es solo eso, aparente. Ahora no hacen falta políticos, basta con tecnócratas «expertos» que estén al servicio del capital.

No resulta paradójico llamar a un secretario general del PSOE y a un presiente del Gobierno español «soldado»? ¿Cuál es la mayor virtud de un soldado además de luchar por una causa determinada? Sin duda, obedecer a sus superiores. En el Ejército, la jerarquía es un arma de organización interna imprescindible y los soldados cumplen órdenes. ¿Podríamos pensar que ésa es la situación de Pedro Sánchez? La cuestión es saber quién manda en ese partido y quién puede regentar el poder del Estado en esta sociedad neoliberal. Las respuestas a estas preguntas quizás expliquen la conducta del soldado Sánchez en este último periodo de gobierno.

El actual secretario general del PSOE sufre un serio problema para ser un buen soldado. A veces parece tener ideas propias y juega a ser rebelde. No hay que olvidar la defenestración de la que fue víctima en octubre de 2016. Un gran escándalo que hizo temer un naufragio del PSOE y se saldó con su dimisión y la sustitución de su mandato, mediante una gestora, obediente al capitán y su camarilla. ¿Quién movió los hilos de aquel terremoto? ¿Los llamados barones o el poderoso PSOE andaluz? Pero, ¿quién estaba detrás de ese tsunami? ¿Fueron motivaciones políticas o imposiciones económicas las que acabaron con las pretensiones del soldado Sánchez? Ahora se produce, de nuevo, una situación incomprensible. El soldado, que hubiera podido dirigir una legislatura en el Estado español, hace quiebros para eludir ese protagonismo y rechazar negociaciones políticas que ni sus jefes, ni la patronal, ni Europa aceptarían de buen grado. Todavía resuenan las palabras que Pablo Iglesias se atrevió a pronunciar en el Congreso, dirigiéndose al soldado Sánchez: «Su problema es que le han prohibido pactar con nosotros. Lo dijo Felipe González, el que tiene el pasado manchado de cal viva». ¿Cómo podría permitirse un pacto entre quien denuncia el horror de un crimen de Estado que «mancha» a la vieja guardia socialista y un soldado que está al servicio de esa vieja guardia?

Pero éste no es el único problema. Hay otro más complejo que se puede expresar cambiando una letra del título de este artículo. El soldado Sánchez obedece al capital. Los llamados socialdemócratas hace ya mucho tiempo que tiraron la toalla para situarse, cómodamente, dentro del neoliberalismo si quieren tener un hueco real en el poder político. Ya no son de izquierdas, sino de centro-izquierda y no se oponen a los partidos de derechas que, ahora, se dicen de centro-derecha.

Como afirma la filósofa belga Chantal Mouffe, ha desaparecido la auténtica democracia, porque la oposición entre puntos de vista aparentemente opuestos es solo eso, aparente. Ahora no hacen falta políticos, basta con tecnócratas «expertos» que estén al servicio del capital. En una era tan posmoderna, ¿cómo se podría aceptar que se pacte con un grupo que quiere hacer verdadera política, oponiéndose a los intereses minoritarios de las multinacionales, de la banca y de las poderosas instituciones económicas? ¿No es, acaso Unidas Podemos, un grupo maldito, nacido en las protestas del 15M, que, además, pretende acabar con este sistema neoliberal, inoculando la crítica radical y el pensamiento antisistema? ¿Y EH Bildu, no es un partido infame que se opone al capitalismo y, también, al españolismo radical y opresor?

Para saber cómo las gasta el poder económico, cuando ve amenazados sus intereses, hay que recordar lo que ocurrió en Grecia en el año 2015. El partido Syriza, con Tsipras a la cabeza, había triunfado en las urnas y se proponía liberar a los griegos de la asfixia económica a la que estaban sometidos. Syriza era un partido díscolo en la eurozona, donde la Troika lo controla todo; un partido antiliberal, enfrentado al sistema y había que doblegarlo. Tras tortuosas reuniones, se produjo un proceso terrible de cesiones y derrotas, hasta entrar en un periodo de «rescate» que consistía en robar al pueblo griego y entregar su dinero a los bancos privados. Lo que, en su momento, fue una esperanza para la auténtica izquierda y para la clase trabajadora europea, quedó abortado. Con este antecedente, ¿cómo se podía permitir que un partido como Unidas Podemos, con propósitos similares a Syriza, tuviera ciertas posibilidades de poder?

La filósofa norteamericana Nancy Fraser habla de dos problemas importantes dentro de la vida social y política. El primer problema sería el de redistribución, que supondría acabar con las diferencias en el reparto de riqueza y, ésa, es una tarea que el soldado Sánchez «no puede» llevar a cabo. El segundo problema sería el de reconocimiento. Se trataría de reconocer las distintas identidades tanto en el ámbito sexual, como en el sociocultural y político. Pero para reconocer estas últimas identidades hay que practicar las reglas básicas de la democracia. Habría que permitir que cada grupo nacional pudiera decidir su pertenencia o no a un determinado Estado y en el supuesto de que la mayoría decidiera oponerse a esa pertenencia, habría que garantizar la posibilidad de alcanzar una independencia que permitiese a ese pueblo tener personalidad propia en el campo jurídico, político y económico y hasta crear su propio Estado.

Ocurre que en este país en el que vivimos el ejercicio democrático de decidir está prohibido, castigado y reprimido por todos los medios. Dos naciones en el Estado español desearían ejercer ese derecho: Euskal Herria y Catalunya. El soldado Sánchez obedece a la «E» españolista de su partido y está dispuesto a aplicar el artículo 155, con toda la represión que lleva consigo, para evitar que Catalunya reaccione frente a las desorbitadas condenas que quieren imponer a sus líderes. El nacionalismo español sería incompatible con el reconocimiento de otras y diferentes nacionalidades y, en especial, con el verdadero ejercicio de la democracia. Ahora se comprende por qué se ha desechado la posibilidad de un gobierno de «izquierda». El soldado Sánchez tiene que obedecer al capitán general, al capital y al nacional-españolismo de su partido.

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