El sujeto político feminista. La mujer y las multitudes queer
El ámbito normativo en el que se encuentran estas subjetividades se fundamenta en la inteligencia de los cuerpos, mediante una estructura «gender-based» que puede aceptar o desnaturalizar la identidad normativa y sus expectativas sociales, fundamentadas en el género. De esta manera, los dos grandes sujetos políticos no son solo clasificaciones biológicas, sino construcciones ideales que rigen el género. Estos sujetos están en un sistema que está formado por reglas de género.
Ser un sujeto político en este campo normativo, dualista y limitador de la inteligencia de los cuerpos (es decir, basado en el género/gender-based) explica cómo las normas, los roles y las expectativas de género influyen no solo en cómo las personas ven y tratan los cuerpos, sino también en cómo ven y tratan a otras personas. Este marco del sujeto político abarca no solo el género biológico de una persona, sino también las expectativas sociales, culturales y políticas asociadas a ese género, que pueden limitar lo que se considera «normal» e incluso «abyecto» en determinados contextos. Como resultado, el sujeto político actúa como instrumento de control y regulación social (aunque también es necesario seguir deconstruyendo el sujeto político como campo normativo).
En consecuencia, el pensamiento butleriano, al defender una genealogía del género, abre una importante ventana para la admisión de nuevos sujetos políticos, nuevas subjetividades y nuevos cuerpos: las multitudes queer. Como nuevo sujeto político feminista, las «multitudes queer» desafían la concepción rígida del determinismo y la noción binaria de la identidad de género, esbozando perspectivas más inclusivas y flexibles a través de la «performatividad del género». Así, el género sería tanto una característica biológica innata al individuo como una condición del «ser» que se realiza en el sistema y se reconoce y resignifica cuando se pone en contacto y relación cotidiana con «el otro». Esta ontología de la percepción del género existe en una dinámica continua y recurrente de ajuste y reajuste a las expectativas sociales de género (ya sea en los manierismos, códigos de vestimenta, roles sociales, etc.)... Como resultado, esta ontología sostiene que el género «se hace» (a través de una dialéctica de «hacer género» y «actuar género») y no, como algo que «se es» o «se tiene». La naturaleza fluida y múltiple del género es el resultado de la agencia del individuo en la configuración de sus identidades (contribuyendo constantemente a la formación y el refuerzo de las normas de género), como demuestran las performances/comportamientos que pueden ser sutiles o manifiestas, intencionadas o accidentales. Puesto que «hacer el género» y «performar el género» son procesos dinámicos que incorporan tanto el control social como la agencia humana, esta naturaleza fluida y plural subvierte la dicotomía esencialista de categorizar a las personas según su género. Por ejemplo, una mujer puede elegir participar en actividades que con frecuencia se relacionan con la feminidad, la masculinidad o una mezcla de ambas en función de su nivel de comodidad, sus preferencias personales y el «sentido de sí misma». Del mismo modo, un hombre ejerce su agencia cuando determina en qué medida se involucra en roles y comportamientos masculinos. Este concepto respalda la afirmación de que el género no es un rasgo biológico estático, sino maleable y susceptible de construcción y reconstrucción activas a lo largo del tiempo. Así, las mujeres y los hombres se construyen, se derriban y se redefinen constantemente. Como recordatorio, el binario de género es un sistema que se autorreproduce; tras ser resignificado repetidamente, lo femenino y lo masculino se sienten naturales. De este modo, podemos describir cómo se construyen las subjetividades y cómo la dinámica del poder subyace a nuestras concepciones del sexo y del género.
Sobre la cuestión del sexo y el género, el sexo es mucho más que una norma, ya que sirve como ideal regulador que no solo infunde medidas punitivas contra las transgresiones del sujeto (es decir, a partir de sus normas prescriptivas), sino que también tiene una naturaleza constructiva. Dicho de otro modo, el sexo como ideal regulador crea a los propios sujetos a los que pretende representar. Cuando se establecen normas sociales sobre atributos fisiológicos y comportamientos relacionados con la masculinidad y la feminidad, se construyen estructuras para la formación de identidades y clasificaciones discursivas de la naturaleza humana (que funcionan como una profecía autocumplida cuando las normas que impone el sujeto se reafirman y reproducen continuamente a través de prácticas sociales y culturales). El género como ideal regulador es, por tanto, un mecanismo de control social biopolítico que repercute tanto en nuestros comportamientos exteriores como en nuestro sentido interno del «yo».
Butler afirma que el «sexo» se fabrica deliberadamente (como una reiteración de las normas hegemónicas que funciona como una poderosa herramienta de control social). La justificación para ello la proporcionan las imposiciones normativas relacionadas con el «sexo» y sus características físicas, acciones, etc. (utilizando siempre la justificación del género «socialmente» aceptable). Estas imposiciones nunca son una característica interna de la persona a la que se imponen. Tampoco son permanentes, gracias a que son creaciones culturales, y todos sabemos que las construcciones son perpetuas debido a la naturaleza iterativa de la cultura.
Por lo tanto, una vez que se convierte en continuo, el sexo sería una expresión de performatividad, ya que conlleva una secuencia de acciones/comportamientos que se adhieren a las normas de género establecidas por la sociedad. Las categorías de feminidad y masculinidad (que creemos intrínsecas) se normalizan y producen a partir de este marco «sintonizado» con las normas de género. Por ejemplo, se podría recurrir a Foucault y Austin como fuentes de comprensión de la «performatividad discursiva del sexo», que genera su propio enfoque al nombrar lo femenino o lo masculino (y explica de esta manera el carácter preexistente de las categorías), así como su producción y definición (a pesar de que la capacidad productiva del discurso no es una creación interminable, debido a la irrupción de normas sociales y culturales).
Al analizar la interacción entre la realidad biológica pre discursiva, la matriz de inteligibilidad y la metafísica de la sustancia, la tesis de Judith Butler concluye con una comprensión más fluida e inclusiva del género. Butler cuestiona la creencia generalizada de que el género es una construcción artificial basada en nociones reduccionistas y deterministas sobre «lo biológico». Desarrolla así su «matriz de inteligibilidad» como un binario alternativo para reconocer la producción social y cultural del sexo y el género. Se cuestiona que el sexo y el género sean construcciones sociales y no existan de forma pre discursiva, así como el concepto ontológico de «sistema pre discursivo». Esto pone de relieve el aspecto performativo e inestable del género y cuestiona la idea común del sexo como componente básico de la vida humana. Por eso, Butler, al sugerir que las normas reguladoras definen y crean activamente las categorías de sexo, sostiene que la
comprensión del género se organiza de forma discursiva, constructiva y transgresora en torno a la idea de sexo.
Así, propone la «regulación discursiva» como un medio de regular las identidades y los cuerpos (que genera las categorías que intenta controlar/ ejercer «poder sobre»). Dado que presupone la inclusión en un sistema estático en el que el propio concepto de igualdad es capaz de imponer restricciones identitarias (ya rechazadas a través de experiencias divergentes), Butler critica la naturaleza omnicomprensiva de la política feminista y nos anima a analizar críticamente las construcciones y convenciones sociales que definen nuestras identidades. Para ella, al tiempo que defiende los derechos de las mujeres, el ámbito jurídico del feminismo perpetúa sin saberlo el binarismo del sexo (las representaciones y experiencias de las personas que no se corresponden con la definición tradicional de «mujer» se ven limitadas por este discurso discriminatorio).
La teoría de la naturaleza contingente da forma a este concepto de «regulación discursiva» al analizar cómo nuestras experiencias corporales y de género pueden cambiar y adaptarse (en contraposición a la definición esencialista y binaria del sujeto). Esta adaptabilidad permite un análisis «matizado» de las personalidades individuales. La materialidad de los cuerpos y la «creación» del género estarían entrelazadas en el proceso de formación social. Desde este punto de vista, el cuerpo y el género no son categorías fijas o inherentes, sino que están formadas y organizadas a priori por redes de poder socioculturales (por ejemplo, las normas que definen lo que constituyen manifestaciones físicas «aceptables» o «normales», su conexión con el género, etc.)... Así, ciertas experiencias sexuales y de género ya están legitimadas, mientras que otras son abyectas y estigmatizadas. Cuando intentamos separar las partes de la creación subjetiva, el vínculo entre cuerpo y género se complica. Se trata de un proceso normativo impuesto, desde fuera, por los sistemas de poder, pero incluso sin ese conocimiento podemos ver que estas ideas están entrelazadas y se forman y rehacen de forma recíproca y dinámica.