Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El terrorista

Este es el dilema: capitalismo o seres humanos ¿Acaso no son palabras cargadas de terrorismo?

Cuando se habla de terrorismo no suele advertirse que este término ha sufrido una notable y sospechosa reducción de significado. Sobre todo sospechosa. En el momento presente se habla de terrorismo para describir de modo prácticamente excluyente acciones sangrientas protagonizadas por organizaciones implicadas en guerras difusas de contenido étnico o soberanista, como son las de objetivo nacionalista o secesionista, que el poder centralista y dominante repudia ásperamente y criminaliza sin más, o bien de motivación religiosa, siempre complejas y contradictorias. Los diccionarios más calificados suelen preferir la primera opción de significado muy por encima de una segunda opción, mucho más amplia, que especifica el terrorismo como acto de violencia verbal manejado con finalidad política, como son las amenazas o apremios extremos y ásperos para conseguir antidemocráticamente ciertas ventajas o ciertas renuncias, según los casos, por parte del que domina o por parte del dominado. O también pueden juzgarse como coerción terrorista admoniciones cínicas o lesivas importantes para la personalidad o el liderazgo de un país o de su dirigente a fin de restringir o eliminar la capacidad crítica de una sociedad y acabar así con una competencia o una oposición encarnizada. Es asimismo el caso, tan habitual, de arrogantes intervenciones de tipo social o económico –bloqueos bancarios o impedimentos comerciales– que pueden generar un auténtico pánico o confusión en la ciudadanía que se quiere reducir a sumisión. Se da también terrorismo cuando se habilita una fuente de miedo que contamina violentamente los proyectos privativos de otro Estado y de su población. Acerca de este afán de abatir al otro empleando el arma miserable de la información falsificada y en apariencia preventiva de un mal –un modo ladino de «ayuda» muy usado por la CIA–  escribe Philip Slater en su obra acerca de “La soledad en la sociedad  norteamericana”, motivación de fondo que parece detectable en su actual presidente: «Lenny Bruce solía indicar que un cuerpo desnudo (y qué mejor desnudez que la calumnia) era tolerado en los medios de comunicación social siempre que estuviera mutilado. Esto es cierto por una buena razón: nuestra nación necesita asesinos de vez en cuando, no necesita amantes» ¿Y por qué eso? Aclara Slater: «Los norteamericanos sufren debido a su relativa debilidad y a su carácter periférico y padecen un deseo profundo de confianza y fraternidad con sus colegas, con los que al fin están empeñados en lo que Riesman llama cooperación antagónica, ya que la vida competitiva es una vida muy solitaria, con satisfacciones muy limitadas, pues cada carrera conduce solamente a otra carrera». Pues ahí puede estar el origen de un terrorismo más o menor compensador sobre el entorno ¿Puede servir de gran ilustración a todo lo dicho el presidente norteamericano? 

Pues ahora hablemos, como protagonista puntero de la segunda clase de terrorismo, del Sr. Trump, que ha renunciado a la clásica acción diplomática, ya tan maltrecha por unos y por otros, para eyectar amenazas extremas en su soledad política y esparcir propósitos radicales de destrucción e intervenciones fuera de todo derecho internacional sobre los «malos»; comportamiento que provoca o puede provocar un desequilibrio universal y que por ello convierte de hecho al presidente de Washington en un terrorista al operar al margen de cualquier juridicidad. Este tipo de acciones aún revisten mayor gravedad al obviar la existencia de organizaciones internacionales que, al menos formalmente, deben ser respetadas. La gran contradicción de la época en este aspecto fundamental consiste en el constante requerimiento de un supuesto universalismo ennoblecedor, la globalización, creado, según prospecto, para convertir la multiplicidad y el conflicto en una gran y única expresión moral. En este sentido bueno es reclamar una vez más la atención sobre estas prácticas o manifestaciones que han arruinado de modo absoluto el valor y prestigio de las instituciones aludidas, encadenadas a ruindades como el veto en ellas ejercido por quienes no renuncian a la gloria, ya degradada, de haber ganado una guerra nada menos que contra el mundo si consideramos las consecuencias y extensión logradas por el degenerado triunfo bélico. Como denuncia entre nosotros y desde su integridad ética y su espíritu igualitario, el lehendakari Ibarretxe ha hecho referencia a la retórica amenazadora de los «trumpistas» españoles en lo que toca a la cuestión catalana: «España no tiene un problema con Catalunya sino con la democracia». Esa es la cuestión acerca de las políticas amenazadoras. El ejemplo, cuanto más próximo, más útil.

La política de amenazas se ha extendido de tal forma que la vida de las masas, bajo cualquier bandera, se ha convertido en puramente provisional e impredecible. Por otra parte, el lenguaje que transmite este tipo de terror va consumiendo el escaso oxígeno democrático que resta hasta producir la dramática muerte de la libertad. Me pregunto de modo muy serio si es mínimamente sensato aludir o invocar a la democracia en el mundo actual.

Este lenguaje hostigador lo emplean también y de modo creciente directivos de aparatos internacionales cuyos poderes han nacido por inseminación artificial y que a partir de ahí se multiplican por partenogénesis e invaden y controlan las estructuras de gobierno que en teoría debieran funcionar con energía popular.

Hace pocos días volvió a hacer una exhibición aplastante en el sentido que acabo de indicar el Fondo Monetario Internacional, que dirige la dama de seda Christine Lagarde, con un poder que ha pasado del papel técnico al imperio político, de la administración discreta y delegada de unos servicios internacionales al uso soberano de los mismos. El Fondo acaba de advertir a España, con determinación injuriante por su publicidad indiscreta, aunque bajo la forma fría de un análisis burocrático, que sus pensiones de jubilación no podrán subir más del 0,25%  anual al menos hasta el 2022, lo que supone una elevada pérdida de poder adquisitivo ¿Y eso no podría haberlo recomendado el Banco de España como asistente técnico del Gobierno de Madrid y por tanto sometido a la pobre soberanía española? ¿Qué nos ha transmitido el Fondo Monetario Internacional, un dato terrible o una orden inapelable haciéndonos víctimas de una violencia que aumenta el terror en que ya viven su asendereada vida los ancianos y otros ciudadanos que reciben miserables ayudas pasivas no sólo por razón de sus años de trabajo sino por sus necesidades agudas producto de las múltiples injusticias del Sistema? Se trata de atenciones evidentemente preferentes que no pueden ser diferidas en el tiempo. En este sentido no puedo ocultar la vergüenza que me han producido los funcionarios del Fondo cuando han alegado, entre otras razones, que no hay que dejar que las pensiones suban a fin de que el sistema sea sostenible. Dicen los brillantes burócratas que sirven a la Sra. Lagarde –parangonando al poeta, «toda de seda hasta los pies vestida»– que al menos hasta el 2022 las pensiones seguirán empobreciéndose ante los precios. Este es el dilema: capitalismo o seres humanos ¿Acaso no son palabras cargadas de terrorismo?

Debería hacerse por las diversas expresiones opositoras al Sistema un índice riguroso de terroristas de segundo escalón a fin de que algún día, si no lo impiden los socialistas, pueda instruirse con certeza la causa general correspondiente por apología del terrorismo. Sobre la mesa que contenga las pruebas yacerán millones de muertos no sólo acabados por las armas sino por las grandes frases con que fue desangrada la humanidad.

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