Héctor Fernández Medrano
Apoderado en Bizkaia por Elkarrekin Podemos

Elogio del consumo y la competición: la banca gana

La reconstrucción de la banca en el siglo pasado, en los 80, nos costó 1,5 billones de pesetas. De la última requisa reciente, aún nos deben 60.000 millones de euros. «Los bancos nos dan paraguas cuando hace sol y nos lo quitan cuando llueve» decía Mark Twain.

Mientras asistimos a una crisis humana sin precedentes, el sector financiero mira a donde siempre: sus paraísos fiscales. Buscando cómo salir de las pocas investigaciones judiciales que les puedan afectar, sabiendo que los «delitos empresariales» no llegan a la justicia ni a la luz pública salvo en unos pocos casos extremos, parece que cada cual está preparándose para salir de «rositas» de esta situación: hay quienes piensan que sólo ha sido un paréntesis y quienes, manipulando los mercados financieros, siguen especulando aún más en ese casino denominado Bolsa.

¿Cuál ha sido su empatía con la situación? ¿Han prestado sus pisos vacíos para que el personal sanitario o la gente sin techo pueda descansar mientras pasa la pandemia? ¿Para qué sirve su discurso de la «responsabilidad social»? Nunca han visto las crisis como naufragio colectivo sino como una situación propicia para hacerse con todos los salvavidas: los depósitos más importantes están en paraísos fiscales. Incluso a nivel cotidiano sus oficinas, con su trato impersonal, suponían un obstáculo, sobre todo, para las personas mayores. Ahora, con el cierre unilateral de oficinas en nuestros barrios, han supuesto otra dificultad más, añadida, a la supervivencia de este sector de población durante esta crisis.

La reconstrucción de la banca en el siglo pasado, en los 80, nos costó 1,5 billones de pesetas. De la última requisa reciente, aún nos deben 60.000 millones de euros. «Los bancos nos dan paraguas cuando hace sol y nos lo quitan cuando llueve» decía Mark Twain.

¿Volveremos al elogio del consumo y la competición? ¿Seguiremos creyendo que el reino de la mercancía sigue siendo universal a pesar del coste social, cultural y natural tan elevado? Son sólo preguntas; pero lo que está claro es que los costes extremos de esta modernidad comienzan a negar cualquier perspectiva razonablemente humana.

El poder monetario habría permitido alcanzar el sueño del capitalismo de que la ciudadanía fuera sustituída por los mercados. Son grupos, los financieros, con mayor poder que los estados. Mientras adelgazan la estructura de estos, limitándola a caridad con los más débiles, fortalecen su dimensión de represión militar. Somos el séptimo país que más armas exporta del mundo y la banca privada se lucra con sus créditos a la exportación. Es necesario un nuevo impulso ético.

La situación de cuarentena está creando una ideología basada, no ya en el miedo, sino en el terror. También se está militarizando el espacio público mientras el privado, el de la batas de los y las sanitarias, queda escondido de la generación que está en estos momentos (con)formándose como personas: los uniformes militares y policiales se están convirtiendo en su único espejo.

En nombre del interés general es como se han llevado las políticas neo-liberales de privatización. ¿Volveremos a las andadas? ¿A esas palabras cargadas de ridículo que intimidan? ¿O a hablar claro? Se reían cuando hablábamos de que estábamos construyendo una sociedad de usar y tirar, que usa y tira tan fácilmente personas como cosas. Ante esta confirmación, es urgente buscar alternativas de alcance mundial: un contrato social global que tenga en cuenta, también, la naturaleza.

Es urgente una banca pública que socialice el crédito y continuar hablando de la nacionalización de sectores concretos substanciales para una vida digna, como es el eléctrico. O que la iglesia pague, como todo el mundo, sus impuestos (somos una sociedad laica). En una palabra: que no haya privilegios. Sería bueno recordar que el ocio («otium») no se oponía al trabajo sino al «negotium», al cuidado de la vida interesada; y que la responsabilidad es la virtud política por excelencia.

¿Seremos capaces de sustituir el sentimiento subjetivo de caridad, que se promueve en todos los ámbitos, por un sistema objetivo de justicia social? El filósofo Locke, tan querido por los demócratas, nos previno de que el sistema puede pervertirse si deja de dar respuesta a la protección de los individuos. Los filósofos, hoy, no nos preguntamos, ¿qué es el deber? o ¿qué es el hombre? Nos preguntamos, ¿qué fines sociales queremos compartir? ¿En qué clase de personas queremos convertirnos? Tenemos una oportunidad intentar acertar con la respuesta colectivamente.

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