Fermin Gongeta
Sociólogo

En el principio de todo está el dinero, la riqueza y el poder

Ser de izquierdas hoy es obedecer a unos líderes cuyo fundamental objetivo no es destruir la derecha opresora, sino ocupar su puesto de poder.

Los individuos de todos los pueblos vemos nuestro porvenir en la propia libertad de existir y gozar de una vida placentera. Nunca nos planteamos, por regla general, nuestro futuro en la construcción colectiva de una sociedad solidaridad y equitativa de la que formamos parte.

Nuestros antepasados, no tan lejanos, lucharon contra los poderes autoritarios dictatoriales –fascistas por qué no decirlo– y tras años de sufrimientos pero de enconada y pertinaz lucha consiguieron, mejor aún conquistaron, unos mínimos derechos tanto individuales como colectivos que les permitió transmitir a sus hijos y descendientes un ritmo, un estilo de vida, ligeramente más humano; no sólo económicamente sino en sanidad, enseñanza, educación, cultura, participación ciudadana y solidaridad.

Pero hoy, influidos por unos pretendidos líderes naturales, presuntuosos dirigentes «intelectualmente abiertos», «relacionalmente sociales», constituidos a sí mismos como presuntos cabecillas de movimientos populares, nosotros, también supuestos militantes, descendientes de nuestros antepasados combatientes, hemos cambiado de tercio o más bien nos están haciendo cambiar de tercio, para desgracia nuestra.

Sustraidos de la miseria absoluta, uno se plantea y pone como objetivo único, no volver a caer en ella. Y para no regresar a las andadas, despreciada y olvidada la lucha, parece que solo se ve como solución vital el obedecer y someterse a jefes y cabecillas, a todos los que mandan lo mismo en la empresa a través de los sindicatos, que en el pueblo, la calle, y los grupos políticos a través de entidades, la mayoría de ellas sometidos al poder político, supuestamente elegido en libertad.

Sí, los individuos de todos los pueblos autodenominados democráticos solo ven su porvenir en la simple libertad de existir, y gozar personal e individualmente. Nunca vemos el futuro en la construcción colectiva de una sociedad solidaria.

El éxito de la derecha entre el pueblo, ni se explica ni se justifica por el talento de sus representantes, sino más bien por el miedo y debilitamiento de los colectivos obreros y militantes que ha conducido a los electores, de ingresos insuficientes, a vivir también la política de un modo más calculador, sin críticas, al menos públicas, y en total sumisión y obediencia a los que mandan.

A los súper ricos les conocemos y vemos en la televisión y la prensa, como un espectáculo cinematográfico; pero a la miseria impotente, degradada no sólo económica sino incluso físicamente, la tenemos a nuestro lado. Pero no la vemos…no queremos hacerlo… siempre bajo el pretexto de que nos dan pena. Hasta la expresión, «peón», peonaje, es cada vez menos utilizada como si no existieran.

Ser de izquierdas hoy es obedecer a unos líderes cuyo fundamental objetivo no es destruir la derecha opresora, sino ocupar su puesto de poder.

«Hay que luchar para tomar el poder y así, luego podremos cambiar la legislación».

Y yo me pregunto ¿cómo vas a poder tomar el poder si ni siquiera eres capaz de enfrentarte a los poderosos políticos para conseguir de ellos el mínimo valor de justicia, equidad, de supresión de la miseria, de la eliminación del robo, del latrocinio de todos aquellos confabulados?

¿Yo? ¿Con la izquierda en el congreso, subvencionada por el poderoso, para que cierre mi boca?

¿Yo? ¿Jefe sindicalista, también subvencionado y que también, eso sí, incluso he conseguido que mis adheridos puedan en la declaración de la renta, descontar lo que a mí me pagan?

«En el principio de todo está el dinero, la riqueza y el poder. Y junto al dinero, el ímpetu de dominar, someter y avasallar, provocando miedo» (Karbutz).

Lo escribió tras leer a Daniel Cohen, en su libro "La prosperidad el vicio".

«Desde el siglo XIV y en la mayoría de los países europeos se ven aparecer asambleas con distintos nombres: "Estados Generales", "Cortes", "Parlamento"… Estas asambleas tienen características comunes, y responden a la misma necesidad, la de hacer frente a las supuestas necesidades presupuestarias de los estados».

Fue en Inglaterra donde mejor se presentó la originalidad del proceso emprendido: Los barones que avanzan sobre Londres, aquel 16 de mayo de 1214, consiguieron que Juan sin Tierra renunciara a su decisión de hacerse con una tasa excepcional para los varones que no le acompañaran en campaña, el camuflaje. Juan se ve obligado a recular y acordar la "Carta Magna", documento que anticipa en varios siglos la declaración de los derechos del hombre. Los barones obtienen así el compromiso del rey de asegurar una justicia imparcial y de garantizar las libertades individuales. Nace la democracia representativa. Pero lo que se halla en el corazón del texto es la cuestión fiscal. Los impuestos.

Como diría Marcel Gauchet, los políticos viven como si tuvieran enormes derechos suplementarios sobre el resto de la población.

En el origen estaba y está el dinero. Así fueron naciendo las pretendidas democracias, que no son sino presuntas «concesiones» de quienes precisan enriquecerse cada día más, sin límite, frente a una plebe, humillada y empobrecida.

Los poderosos lo llaman derechos que conceden para no frenar su enriquecimiento, y empobrecer aún más a los ciudadanos de «a pie».

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