Sabino Cuadra Lasarte
Abogado

Enteramente atrofiados

Que una institución que supura ese tipo de ideología en relación con la sexualidad siga teniendo, entre otros muchos santos privilegios, el de introducir la enseñanza de la religión católica en la educación pública y designar a dedo a todo ese profesorado adoctrinador de niñas y niños en las verdades de la fe y la moral católica, con cargo todo ello a los presupuestos públicos, clama a todos los cielos.

Fue algo más que un lapsus linguae. Aunque luego lo rectificó tras el escándalo creado, el recién estrenado secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, mostró en su intervención lo más profundo y auténtico de su ADN. Era la primera vez que actuaba en calidad de tal y hablaba de las normas de selección de los nuevos sacerdotes: «Pedimos varones célibes... que se reconozcan y sean enteramente varones y, por tanto, heterosexuales». Ni siquiera parpadeó. Le salió todo de carrerilla. Luego dijo aquello de «donde dije digo, digo Diego», pero sonó a hueco.

Poca gente ha señalado sin embargo que, junto a los homosexuales, aquella afirmación se refería también, en negativo, a las mujeres. Porque, a los efectos de la formación sacerdotal, lo mismo que los homosexuales no son enteramente varones, las mujeres parecen no ser ni siquiera enteramente personas, puesto que, sean heterosexuales, bisexuales o lesbianas, célibes o no, nunca serán tenidas por aptas para el sacerdocio católico.

Subgénero humano este de segundo orden, procedente de una costilla de varón y fuente de tentación y pecado, original y de los otros, tal como lo afirman las Sagradas Escrituras, las mujeres son las cribadas sin excepción alguna en las oposiciones a cura. Desconozco que dice la Santa Madre Iglesia en relación con la ordenación sacerdotal para los casos de cambio de sexo en cualquiera de sus dos direcciones, pero me gustaría oír platicar al señor secretario de la Conferencia al respecto. ¿Los transexuales son enteramente capaces para ser curas, enteramente incapaces o cuarto y mitad de cada?

Y luego está lo otro, lo de la castidad. «Pedimos varones célibes», dijo el secretario. Se trata de que los elegidos renuncien a uno de los grandes placeres que Dios, en su infinita sabiduría, nos dio en la Creación a todos los seres humanos: la sexualidad. Y eso sí que es optar por el sacerdocio por quienes, podríamos denominarlo así, no son enteramente personas. Porque renunciar al sexo, mejor dicho a su práctica, es algo así como renunciar a ver, oír o usar la mano izquierda. Todo un despropósito. Algo que va contra todas las leyes de la naturaleza, el intelecto y el sentido común.

Creo que la Iglesia tiene derecho a poder seleccionar sus candidatos y elegir su perfil», afirmó. Y se quedó tan ancho. Como ocurre en otros casos, las normas que rigen el funcionamiento eclesial se dictan, aplican e interpretan al margen de lo que pueda ser la normativa básica en materia derechos humanos e igualdad entre las personas y los sexos. Así ha sido que, durante siglos, los abusos sexuales practicados en seminarios, colegios, sacristías y casas curales, han sido concebidos por la Iglesia no como delitos, sino tan solo como pecados. Y para hacer frente a esto está el santo sacramento de la confesión, que no el Código Penal. O sea, contrición, propósito de la enmienda, penitencia y, ¡hala!, hasta la próxima. De juicio público, nada de nada. A lo más, un traslado a otra parroquia, y de oca a oca y tiro porque me toca.

Se dice que las cosas están cambiando y que el papa Francisco quiere entrarle al tema. Tengo mis dudas al respecto. Y no porque mantenga prejuicios y desconfianzas gratuitas, sino por razones objetivas. En una institución como la Iglesia católica, jerárquica y misógina en su estructuración, célibe en su composición, asentada en arcaicos textos y revelaciones divinas, alérgica al más mínimo funcionamiento democrático y que cuenta con unas fuertes y neurotizadas inercias en su concepción de la sexualidad, es prácticamente imposible (digo «prácticamente», no completamente, para no incurrir en afirmaciones absolutas) modificar su actual comportamiento.

Hace solo mes y medio la Conferencia Episcopal anunció la creación de una comisión de trabajo a fin de actualizar los protocolos de actuación de la Iglesia española respecto a los casos de abusos a menores. ¡Bien, un paso adelante! Pero al frente de ella puso al obispo de Astorga, Juan A. Menéndez, quien en su día encubrió a un cura pederasta de su diócesis y permitió incluso que la parroquia le rindiese un homenaje de despedida cuando fue sancionado. En resumen, se sigue poniendo zorros a cuidar gallineros. ¡Dos pasos atrás!

El anterior secretario general de la Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, a quien sustituyó hace tan solo un par de semanas el antes mentado Luis Argüello, trató también del tema de los abusos sexuales poco antes de dejar su cargo y asumió el silencio cómplice de la Iglesia en relación a los casos de pederastia practicados dentro de esta institución. ¡Otro paso adelante! Pero puso a continuación el ventilador en marcha y afirmó que había que enmarcar lo anterior en un contexto de «inacción de toda la sociedad española» ante estos delitos. Exigió así al resto de la sociedad «asumir su cuota de responsabilidad en esta cultura común compartida de silencio». O sea, estaba mal, sí, pero es lo que había. Yo pecador, sí, pero vosotros más. Amén. ¡Otros dos pasos atrás!

Porque la culpa de todo, ya se sabe, la tiene el Maligno. Es este quien instrumentaliza la sexualidad, incluso la de los menores, para atacar a la Iglesia, que ya lo dijo en su día el obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez: «Hay adolescentes de trece años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan». Y no hubo secretario de Conferencia Episcopal alguno que le llamara al orden, ni papa que lo destituyera. Y así seguimos.

Que una institución que supura ese tipo de ideología en relación con la sexualidad siga teniendo, entre otros muchos santos privilegios, el de introducir la enseñanza de la religión católica en la educación pública y designar a dedo a todo ese profesorado adoctrinador de niñas y niños en las verdades de la fe y la moral católica, con cargo todo ello a los presupuestos públicos, amén de las generosísimas subvenciones dedicadas a la enseñanza privada-confesional en sus colegios, es algo que clama a todos los cielos.

El secretario general de la Conferencia afirmó que los homosexuales no son enteramente varones. Escuchándole, hay serias razones para pensar que en ese conciliábulo hay cuerpos y mentes enteramente atrofiados.

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