Juan Manuel Sinde
Presidente de la Fundación Arizmendiarrieta

¿Es posible un «capitalismo progresista»?

Ni las posiciones de derechas reclamando la máxima libertad en toda actividad económica, ni la defensa de cualquier intervención del Estado, tradicional de las posiciones de izquierda, han demostrado ser útiles como principios orientadores exclusivos. «Las ideas separan, las necesidades unen», recordaba Arizmendiarrieta.

La profunda crisis derivada de la pandemia de covid-19 no hace sino aumentar la preocupación por algunos problemas globales del conjunto de la humanidad: la sostenibilidad de un modelo de crecimiento irrespetuoso con los recursos naturales y la agudización de desigualdades sociales generadoras de malestar social.

Así, doce años después de la quiebra de Lehman Brothers se vuelve a confirmar una actuación de las élites dirigentes a nivel mundial caracterizada por un egoísmo desmedido y la búsqueda de un enriquecimiento a corto plazo.

En ese contexto, tanto el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, como otros autores como Michel Camdessus, el profesor de Oxford Paul Collier, la teóloga anglicana Eve Poole..., además de otros agentes, están apuntando posibles soluciones para la reforma de un sistema económico que ha generado unos incrementos de renta espectaculares para los ciudadanos de todo el mundo en los últimos doscientos años, pero que parece estar dando síntomas de tener una enfermedad grave.

Dado que el tema excede las posibilidades de un artículo vamos a limitarnos a apuntar algunas ideas, tanto en el plano mundial, inevitable debido al carácter universal del sistema económico vigente, como en el plano local, para buscar una adaptación adecuada a nuestras circunstancias.

Por lo que se refiere a medidas globales, sobresale la necesidad de gestionar la globalización de las finanzas, que tienden a volverse más volátiles y dependientes de instrumentos arriesgados. Se precisarán, por tanto, reformas significativas en los sistemas monetario y financiero (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional...), deseablemente en el marco de una Autoridad Económica Mundial, dependiente de la ONU y con una visión de búsqueda del bien común universal, incluyendo a los países emergentes.

Otro elemento importante es la oportuna regulación de los mercados, en los que conviven a veces una retórica a favor de la máxima libertad y un comportamiento de algunos agentes poderosos que tienden a limitar la competencia en su favor. La crisis del 2008 ya demostró que el mercado no es capaz de autorregularse dejado a sus propias fuerzas y, por otro lado, que difícilmente se preocupará de problemas como el del impacto medioambiental de la actividad económica.

Para ello, una aportación de interés sería evitar acercarnos al problema desde prejuicios ideológicos. Ya que ni las posiciones de derechas reclamando la máxima libertad en toda actividad económica, ni la defensa de cualquier intervención del Estado, tradicional de las posiciones de izquierda, han demostrado ser útiles como principios orientadores exclusivos. «Las ideas separan, las necesidades unen», recordaba Arizmendiarrieta.

En el plano local, hay una insistencia en la necesidad de recuperar determinados valores éticos a nivel de los individuos y familias, las empresas y los Estados. Collier sugiere estimular una identidad compartida ligada a un territorio, como base de unas obligaciones recíprocas y una actividad orientada al interés de la comunidad.

Destaca en su propuesta la necesidad de corregir una situación en la que los ciudadanos sean exclusivamente sujetos de derechos y retomen también lo que denomina obligaciones recíprocas, necesarias incluso con una visión egoísta a largo plazo. Recuerda, por cierto, cómo fue el movimiento cooperativo quien vinculó con firmeza los derechos y las obligaciones frente a otros enfoques que sitúan los derechos en los individuos, pero transfieren las obligaciones al Estado.

Insiste en que tiene que haber un equilibrio entre el egoísmo individual y las obligaciones recíprocas. Con un liderazgo, por otra parte, que rehuya la ideología y se centre en soluciones pragmáticas, fundamentadas de manera firme y sistemática en valores morales.

Recuerda que las personas no solo obtenemos una utilidad del consumo sino también de la estima y del desarrollo de nuestras potencialidades humanas, lo que plantea un modelo de empresa que se preocupe de satisfacer de forma equilibrada los intereses de los distintos stakeholders y que base su éxito en el desarrollo de las capacidades de las personas implicadas y su alineamiento con el proyecto común.

En ese contexto, la Economía de Cooperación y el Modelo Inclusivo Participativo de empresa, característicos de nuestra propuesta, no son sino dos apuntes para un debate más amplio que quizás los últimos acontecimientos a nivel mundial pueden hacer si cabe más necesario.

Estas reflexiones recuerdan, por tanto, que está también en nuestra mano ir construyendo un «capitalismo progresista», que se preocupe no solo del progreso económico sino también del bienestar y el desarrollo de las personas y que busque un pragmatismo basado en valores morales.

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