Jonathan Martínez
Investigador en comunicación

Estatuas de Bilbao

La estatua de Sabino Arana, sin embargo, resiste en pie a unos pasos de Sabin Etxea. No todo el mundo lo sabe, pero Bilbao tiene sus bustos de Lenin y de Marx en la plaza Urretxindorra. La estatua de Giuseppe Verdi reposa en el parque Doña Casilda, no muy lejos de la estatua del payaso Tonetti.

Uno no elige su propio nombre ni la familia que le toca en suerte ni la ciudad en que sin querer termina naciendo. Yo nací en Bilbao por un azar del que no puedo hacerme responsable hace ya más años de los que me gustaría admitir. No me acuerdo de haber nacido, dice Miguel de Unamuno cuando trata de recordar su primera infancia bilbaina. De Unamuno sabemos que nació en el número 16 de la calle Ronda del Casco Viejo. El viajero interesado podrá localizar una placa en su memoria y si avanza algunos pasos tropezará con la plaza que lleva su nombre. A pocos metros de la plaza Unamuno se aloja la sede de Euskaltzaindia, llamativa paradoja para alguien que reclamó la extinción de la lengua vasca. «Enterrémosle santamente, con dignos funerales, embalsamado en ciencia; leguemos a los estudiosos tan entrañable reliquia», decía Unamuno en los Juegos Florales de Bilbao de 1901.

La paradoja resulta aún más entrañable si pensamos que en 1888 el propio Unamuno compitió por una cátedra de euskera que iba a acabar en manos de Resurrección María de Azkue. Entre sus rivales se encontraba nada más y nada menos que Sabino Arana Goiri. Seis años más tarde, en 1894, los hermanos Sabino y Luis Arana Goiri se reunían en el número 22 de la calle Correo de Bilbao para fundar Euskeldun Batzokija. Allí fue donde Ciriaco de Iturri, veterano oficial carlista, izó por primera vez una ikurriña. Y allí fue también donde se incubó el germen primero del Partido Nacionalista Vasco. La fiesta duró poco más de un año. En 1895, las autoridades españolas ordenaron clausurar el local y se incautaron de la nueva bandera bicrucífera bajo el pretexto de que fomentaba delitos de «conspiración a la rebelión» y «separatismo».

De Unamuno me gusta recordar una anécdota que cumple ya veinte años pero que todo el mundo en Bilbao tendrá en la memoria. Y es que el filósofo goza de una voluminosa estatua en Salamanca mientras que la escultura que preside su plaza de Bilbao es apenas una cabeza metálica dispuesta en lo alto de una picota. Lo cierto es que la testa unamuniana, cráneo privilegiado, desapareció de su pedestal la noche del 7 de junio de 1999 durante un acto político de Euskal Herritarrok. Faltaba una semana para las elecciones municipales y europeas y la coalición independentista conmemoraba el asesinato de Txabi Etxebarrieta a manos de la Guardia Civil. Porque Etxebarrieta había vivido en aquella plaza antes de encontrar la muerte en Tolosa treinta y un años antes. El caso es que la cabeza de Unamuno permaneció en paradero desconocido hasta que el 19 de enero de 2000 apareció en la ría, dentro de una maleta, a la altura del puente de San Anton.

El tiempo, que es cabrón y caprichoso, ata los destinos de nuestros personajes con hilos inverosímiles. En 1964, cuando aún mantenía una relación esporádica con ETA, Txabi Etxebarrieta publicaba unas reflexiones alrededor de la obra de Unamuno que ya permitían adivinar su compromiso político. Era el año del centenario unamuniano y le dedicaba además unos poemas. «Miguel –dicen– que hambreaba dioses; yo, hombres hartos de justicia, hambreo». Cuatro años después fue Jorge Oteiza quien escribió sobre Etxebarrieta. «7 de junio, sacrificado en Benta-Aundi, el primero de nuestra Resistencia última… cuando subo el 1 de noviembre ya he decidido que pondré en lo alto del Muro, el Hijo muerto, a los pies de la Madre».

Se refiere Oteiza al friso de catorce apóstoles que escoltan el santuario de Aranzazu. Allí se distingue la figura del caído a los pies de La Piedad. El homenaje del escultor al militante. Cuentan que Etxebarrieta andaba urdiendo un manifiesto de artistas e intelectuales vascos. Y que Oteiza no puedo acudir a la llamada porque tenía un compromiso en Madrid. Allí, en la capital del penúltimo franquismo, le llegó la noticia del tiroteo. «Con la fotografía muy borrosa del periódico y como muy distinto, entre las manos, no podía entender que para siempre lo habíamos perdido». En 2002, un año antes de morir, Oteiza instaló una pieza ya casi póstuma en Bilbao. La variante ovoide de la desocupación de la esfera. Etxebarrieta tuvo un busto en el barrio de Otxarkoaga, pero el mismo ayuntamiento que en 1999 lamentaba la desaparición de la cabeza del filósofo, mandaba en 2004 arrancar la cabeza del militante.

La estatua de Sabino Arana, sin embargo, resiste en pie a unos pasos de Sabin Etxea. No todo el mundo lo sabe, pero Bilbao tiene sus bustos de Lenin y de Marx en la plaza Urretxindorra. La estatua de Giuseppe Verdi reposa en el parque Doña Casilda, no muy lejos de la estatua del payaso Tonetti. En la calle Ercilla, la estatua del lehendakari Agirre nos aguarda con el sombrero en la mano mientras el busto de Simón Bolívar preside la plaza Venezuela. Cuentan los cronistas que en 1828, los apoderados forales invitaron a Fernando VII a que visitara la ‘Muy Noble y Muy Leal e Invicta Villa’. Y cuentan también que las autoridades vascongadas, entusiasmadas con la visita, prometieron al borbón erigirle una estatua ecuestre en una plaza sobresaliente de la ciudad. Cinco años después, el monarca murió sin escultura. Su lugar lo ocupó una estatua de Don Diego López de Haro.

Camino por Bilbao y pienso que estas calles vieron pasar a Miguel de Unamuno y a Sabino Arana y a Txabi Etxebarrieta. Por aquí pasearon Ángela Figuera y Blas de Otero y Gabriel Aresti. Cruzo el Casco Viejo y pienso que en 1872, cuando el efímero rey Amadeo de Saboya se dejó caer por la ciudad, alguien tuvo la disparatada idea de cegar los pórticos y embalsar la plaza Nueva para ofrecerle un espectáculo de góndolas venecianas. Pero seamos optimistas. Al menos no le dedicaron una estatua.

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