Guzmán Ruiz Garro
Analista económico

Europa fracasa estrepitosamente

Vivimos con menos certezas de lo habitual y esto que trae de cabeza a la humanidad nos obliga, para un mejor aprendizaje, a ser permeables a otras culturas.

Las cifras de los infectados por la covid-19 aumentan exponencialmente. Para mantener el equilibrio sobre la cresta de la ola de los contagios, sin derivar inacabadamente hacia el acantilado, necesitaríamos una tabla sin tanto barniz neoliberal. Cuando los fondos de arena no abundan en nuestras costas, es estúpida tanta reiteración en el error; el periodo de aprendizaje no es eterno, las caídas no son sobre arena blandita, y a la indolencia con que se asumen ya las cifras de muertos y a los ingentes perjuicios sociales y económicos deben ponérseles fecha de cesación.

Cuando se compara, a modo de alternativa, nuestro modelo de individualismo neoliberal con el comunitarismo asiático, a éste se le desacredita sistemáticamente porque, en el modelo anglosajón, se prioriza la libertad individual, y en asiático, lo colectivo pero desde la obediencia. Además, se referencia especialmente a China por sus excesos en la vigilancia social, por el irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades; obviando, por ejemplo, que las últimas cifras publicadas otorgan a Londres 689.000 dispositivos de CCTV para una población de 9 millones de habitantes: 76,8 cámaras por mil habitantes. Evitaré a posta el modelo chino a la hora de refutar algunas de estas interesadas aseveraciones, recordando que Corea del Sur, Singapur, o Japón, no son precisamente países filocomunistas.

La vigilancia panóptica no es un fenómeno meramente asiático, todas las instituciones actuales tienen de una forma u otra este tipo de organización. Sin ir más lejos, en el mundo de la empresa, los trabajadores controlan su conducta a sabiendas de que los mandos superiores visualizarán sus desempeños.

Recelamos de herramientas esenciales como la app coreana “self-quarantine safety protection” que prevé evitar contagios, pero no reparamos en que las mutuas laborales, las igualas médicas, los seguros de todo tipo, las empresas de telefonía, los bancos con sus tarjetas…, a cuyos servicios acudimos la mayoría de las veces voluntariamente, nos desnudan hasta el alma. La permanente exposición narcisista, compartiendo nuestras opiniones, preferencias y necesidades, nos convierte en unos yonquis de las redes sociales. Con razón se dice que vivimos en una especie de feudalismo digital, en oriente y en occidente, donde los señores feudales digitales como Facebook o Google nos dicen: «les damos la tierra gratis, ahora árenla». Y sin protestas ni recelos, también los europeos, aceptamos que nos vigilen la totalidad de la comunicación y que rentabilicen nuestras andanzas sin que catemos ni un solo diezmo. La pérdida de 492.000 millones de euros anuales por el desvío de beneficios de éstas y otras multinacionales a paraísos fiscales es una de las causas del aumento de las desigualdades y la pobreza.

Conmocionados por los efectos de la pandemia, ante el persistente fracaso de las recetas “supremacistas” europeas, ¿nos resignaremos a vivir en permanente cuarentena o buscaremos otros modelos referenciales?

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, predice el fin de la forma de globalización recetada por el dogma neoliberal, el que privó a sociedades enteras del control de gran parte de su propio destino. Y razón no le falta porque el rescate masivo de empresas, la estatalización de la economía para hacer frente a los gastos y pérdidas causados por el coronavirus, además del cierre de mercados y de fronteras, deja en entredicho la bonanza que supuestamente nos traería la globalización neoliberal y tira este ideario por los suelos. La crisis generada por la covid obligará a reindustrializar y a rediseñar el aparato productivo de cada país, pero no me extenderé en esta ocasión en el análisis económico por lo limitado del espacio.

Sí precisaré que no propugno el modelo oriental en contraposición con el modo de ser “más libertario” europeo porque sea un partidario acérrimo de lo asiático. El virus ha conseguido parar el mundo desarrollado, ha generado una terrible crisis sanitaria, social y económica como no habíamos conocido antes, vivimos con menos certezas de lo habitual, y esto que trae de cabeza a la humanidad nos obliga, para un mejor aprendizaje, a ser permeables a otras culturas.

Reconozcamos, quitándonos prejuicios, que, también en Europa, estamos desde hace muchos años en una etapa en que los estados vigilan todo: una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las personas. Asumamos que necesitamos complementarnos.

Cuando los asiáticos que viven en países occidentales prefieren regresar a sus países porque en ellos se consideran más seguros, cuando muchos europeos que trabajan en China o Corea manifiestan sentirse más seguros allí que aquí, alguna reflexión tendríamos que hacer.

Es obvio que, en las sociedades ilimitadamente permisivas con las conductas de “activistas” fiesteros y demás especies insolidarias, no estamos siendo capaces de resolver esta calamidad (enero de 2021, millones de muertos por causa de la covid). Sin patrocinios ni cartas blancas a los autoritarismos, admitamos que no podemos seguir amoldando las normas anti covid a las conveniencias personales, y que no debemos aceptar pasivamente que una parte importante de la sociedad se esté pasando por el forro las recomendaciones sanitarias. Tocan directrices más útiles y contundentes. Ahí va una: app eficaz y obligatoria, que sirva para evitar el colapso de los hospitales y la expansión descontrolada del virus. La libertad se pierde cuando nos imponen trabajos precarios con sueldos de miseria, al perpetuarse las desigualdades, y por otras múltiples limitaciones a los que nos vemos sometidos a lo largo de nuestra vida.

Contra esas restricciones es contra las que hay que movilizarse. Ojalá no fuese necesario implementar controles de alerta anti covid, pero a falta de solidaridad y compromiso social de muchos, me temo que no queda otra. Bueno… quizás funcionen rápido las vacunas.

En fin, entre lo feo y lo no tan hermoso, deme dios lo más provechoso.

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