Francisco Letamendia
Profesor Emérito de la UPV-EHU

Euskal Herria el año 2040

Situados en el año 2040, e inmersos en la política-ficción (el carácter de futurología de este ejercicio lo autoriza) damos por sentadas dos cosas. La primera es que este proceso ha culminado en la plena libertad política de Euskal Herria. Es obvio en todo caso que han funcionado correctamente ciertas condiciones: sobre todo, la conjunción de fuerzas sociales, sindicales y políticas que la han hecho posible.

Mis amigos de Ipar Euskal Herria me han propuesto escribir unas líneas sobre la situación del país en 2040 para ser empleadas como material de trabajo en las "2èmes Rencontres du Devenir", los "Segundos Encuentros sobre el Futuro", organizados este mes de noviembre por la Euskal Herriko Unibertsitate Herrikoa en St-Etienne-de-Baigorri. Se trata pues de un ejercicio de futurología, en los que, como es sabido, todas las bolas de cristal fallan sistemáticamente en sus predicciones.

La manera más útil de responder a este reto es, creo yo, partir de la situación actual y prolongar sus elementos en el horizonte de los próximos 25 años, configurando dos modelos, uno vicioso, y otro virtuoso. Dado que en este trecho temporal se presentarán sin duda elementos hoy desconocidos que alterarán las trayectorias, las posibilidades de acierto de este ejercicio son muy escasas; en cambio, puede ayudarnos a comprender el presente.

Alternativa viciosa: Dado que no existen islotes políticos en la tierra, la situación de Euskal Herria dividida entre los Estados español y francés se inscribe en otros dos círculos concéntricos más amplios, el del mundo en su conjunto y el de Europa occidental. En 2040, ésta es uno de los cinco espacios que se reparten el poder en el mundo, con China, India, Rusia-Siberia, y América del Norte. Grandes consorcios financiero-industriales ejercen en comandita el poder de hecho, el económico, e indirectamente el poder político: los consorcios asiáticos dan estabilidad al capitalismo, que en occidente era ya sólo especulativo y financiero y no producía plusvalía. Al seguir teniendo aquellos una base manufacturera, impiden –de momento– el colapso del sistema que resultaría de una descomunal crisis de superproducción.

Sus colonias son ahora más que nunca el oriente musulmán, el continente africano, y América Latina: existen también semi-colonias en el interior de los espacios centrales, en las minorías de China y la India, y en la Europa oriental no rusa. En estos espacios se agolpan la superexplotación, la miseria y las guerras de agresión. Las respuestas de los agredidos son definidas siempre como terrorismo. El número cada vez mayor de huidos ha convertido los campos provisionales de internamiento europeos en campos de concentración y trabajo forzoso, los cuales engrasan la maquinaria del capitalismo. Así pues, las políticas racistas de los espacios centrales pasan a ser definidas ahora como «lucha contra el terrorismo».

Las organizaciones supraestatales del orden mundial de carácter regional, en nuestro espacio la Unión Europea, son sucursales de los consorcios, que aplican a rajatabla, como antes, la política de austeridad y recortes –salariales, del bienestar– y ahora, cada vez más, de control y disciplina de sus propios ciudadanos y de los campos en los que se hacinan los nuevos condenados de la tierra.

En este nuevo orden, la pérdida de toda autonomía por los Estados se disfraza paradójicamente con la emergencia como gran tabú intocable del ídolo del Estado, auto-proclamado como guardián de la ley, la democracia y el progreso, cada vez más necesario en su papel de gendarme local del orden mundial. Allá donde existe un rey, éste se convierte en el símbolo supremo de la unidad del Estado con sus fuerzas armadas, y de su equivalencia con los principios expuestos.

Los que contestan el nuevo orden mundial del que los Estados son sus cancerberos se convierten en enemigos del progreso, la democracia y la ley, y caen bajo las garras de sus aparatos de fuerza: precarios, «working poors», pobres al trabajo excluidos del mercado, especialmente los grupos diversos por su lengua, religión y cultura, sospechosos siempre de deslealtad hacia el Estado. Todos los Estados tienden al centralismo; si no lo imponen a nivel institucional debido a las inercias de situaciones históricas anteriores, sí lo hacen a nivel educativo y mediático. Las fronteras estatales se han cerrado de nuevo, pues la virtualización de las relaciones comerciales de los grandes consorcios hace que el cierre político no perjudique en gran medida sus transacciones.

Todas las instituciones y grupos deben expresar de modo explícito su acatamiento a esa especie de Carta Magna virtual que establece la equivalencia del Estado, en nuestro caso los estados español y francés, con la ley, la democracia, y el progreso. Allá donde existen, como en Euskal Herria, partidos nacionalistas, son vigilados muy de cerca, aunque se hayan adherido a la Carta Magna, siendo llamados al orden al menor desvío. Los nacionalistas que contestan al Estado son ahora los enemigos de éste, tachados de terroristas aunque no empleen la violencia, y enviados a centros que, debido a sus crecientes dimensiones, dejan de ser cárceles para pasar a ser campos de concentración.

Todas las identidades alternativas y sus proyectos son sacrificados en aras del autoritarismo y el productivismo: se ignoran las agresiones medioambientales, y se restablece el patriarcalismo. Las lenguas española y francesa son potenciadas en sus respectivos estados por todos los medios.

Los sindicatos son tolerados con disgusto, sobre todo los de ámbito no estatal, triunfando la desregulación y el trabajo precario y restringiéndose los derechos sindicales y de huelga. Las deslocalizaciones decididas por los consorcios mundiales tienen carta blanca.

La alternativa virtuosa (me centraré ahora sobre todo en Euskal Herria) requiere cambios en la estructura de oportunidad política, tanto a nivel mundial como estatal, que no se describen, pues son impredecibles. Tampoco se precisan aquí los procesos que pueden conducir en nuestro país a la situación que se va a exponer, fruto siempre de la voluntad y la inventiva desde abajo; pero lo que es seguro es que habrán requerido una actitud de  resistencia ante los Estados, tanto más eficaz cuanto más pacífica, multicolor y masiva haya sido.

Los dos pilares de la alternativa virtuosa son el derecho a decidir, fuente de toda ley justa, y la democracia asociativa, véase la democracia a secas. Su conjunción es la que origina el progreso en Euskal Herria y en toda sociedad humana. Este derecho, idea-fuerza omnicomprensiva, sin centro y articulada en red, es más extenso y complejo que el derecho de autodeterminación, aunque lo incluye forzosamente como una de sus opciones; tiene un contenido social-económico, industrial, lingüístico cultural, y de género, que no se hacía explícito en este último. Por ello, mientras que el derecho de autodeterminación se agota en un solo acto político, el del referéndum sobre las distintas alternativas de autoorganización política, el derecho a decidir tiene lugar antes, durante y después de este momento.

Situados en el año 2040, e inmersos en la política-ficción (el carácter de futurología de este ejercicio lo autoriza) damos por sentadas dos cosas. La primera es que este proceso ha culminado en la plena libertad política de Euskal Herria. Es obvio en todo caso que han funcionado correctamente ciertas condiciones: sobre todo, la conjunción de fuerzas sociales, sindicales y políticas que la han hecho posible.

Esta conjunción ha debido salvar grandes obstáculos. A nadie se le ocultaban, al sur de los Pirineos, las grandes diferencias entre las concepciones nacionales y sociales del PNV y las de la izquierda abertzale, sumadas a agravios históricos recíprocos. Pero se ha seguido el modelo de las  primeras fases del procés de Catalunya de 2017, donde las enormes diferencias entre los herederos de CIU, Esquerra, y la CUP se habían obviado inicialmente, primando la política con mayúsculas.

Una segunda condición mucho más difícil, pero que damos por conseguida (se acentúa aquí el carácter de política-ficción del ejercicio), es una evolución favorable de los dos Estados español y francés. Sigamos pues en el terreno hipotético, abordando algunos puntos sensibles.

En Euskal Herria se ha diversificado la evolución histórica y política de los tres territorios vascos que son Iparralde, la actual Comunidad Autónoma de las tres provincias, y Nafarroa. Ello exige combinar la autonomía de cada territorio con el hermanamiento derivado de la unidad cultural y lingüística de todos ellos, para lo que hace falta construir algún tipo de relación confederal. Los sujetos de toda confederación son siempre entes previamente independientes que deciden confederarse; pero hemos dado por hecho que ello se ha producido; a lo que ayudaría obviamente una organización también confederal de los estados español y francés.

Respecto de la lengua, se ha reconocido explícitamente la condición trilingüe de una Euskal Herria euskaldún, castellano-parlante y francófona; lo que incluye forzosamente la discriminación positiva hacia el euskera, la lengua de los vascos, históricamente marginada y excluida, sobre todo al norte de los Pirineos.

Ello nos lleva a otro tema sensible: el de la relación con España y Francia. El derecho a decidir, incluida la independencia, no es en modo alguno anti-español o anti-francés. Todo lo contrario: es una gran suerte para una Euskal-Herria independiente poder enriquecerse desde dentro con los aportes de las dos culturas castellana y francesa, una vez expurgadas de la violencia simbólica. Ello debería acompañarse de la existencia de sectores no vascos que consideren una suerte para España y Francia que Euskal Herria se independice; pues no hay nación libre que oprima a otro pueblo.

Los inmigrantes son vistos también con una fuente de enriquecimiento social y cultural, lo que excluye establecer diferencias legales entre éstos y los nativos. Sus colectivos han conquistado el derecho a desarrollar su propia cultura y a integrarse en las instituciones con sus propias  estructuras, con capacidad real de tomar decisiones sobre sí mismos.

El derecho de decisión se ha extendido a dos mundos de importancia decisiva: el laboral y el del tejido industrial. Las decisiones sobre los temas cruciales del empleo y el desarrollo de la industria se toman a través de consejos que unen a las fuerzas económicas, laborales, políticas y culturales de los distintos herrialdes, con influencia decisoria sobre las instituciones competentes.

La geografía de Euskal Herria, confederación de valles en gran parte de su territorio, así lo permite. Experiencias imaginativas llegadas del medio campesino de Iparralde habían mostrado el camino: ELB había relacionado hacía años «la especificidad cultural innegable del país, que se traduce en una fuerte ligazón a la tierra y a la casa (etxea)», con el hecho de que la agricultura evitara los riesgos de la intensificación y la industrialización.

Finalmente, la alternativa virtuosa requiere la conjunción del derecho a decidir, la democracia asociativa, y el rechazo activo de lo inaceptable.

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