Juan Mari Arregi

Evitar en el futuro abusos sexuales en la Iglesia

Los abusos sexuales del pasado fueron delito, y en lo posible hay que revisarlos, juzgarlos y repararlos. Mucho más no podemos hacer de cara al pasado. Pero sí que podemos otear el futuro.

La pederastia, o los abusos sexuales a menores, en la Iglesia sigue dando noticias y posiblemente seguirán conociéndose más casos, aunque la mayor parte sigan para siempre ocultos. Llevamos ya dos años con goteo de informaciones al respecto. Las últimas informaciones, hasta cuando escribo estas líneas, proceden del pederasta que, siendo director del Colegio Menesiano San José de Bermeo, ha reconocido por primera vez en un video mostrado en privado a tres de sus víctimas haber cometido abusos sexuales en la década de los 70 y principios de los 80.

Con este, hasta hoy último caso publicado, GARA, que ya recogió testimonios anteriores, realizó el pasado jueves día 15 un editorial titulado "Pederastia en la Iglesia: delito criminal, no un pecado".

Tanto las víctimas como el mismo editorial de GARA, en mi opinión, de alguien que también fue otra víctima en su día en el seminario de Derio, quedan en sus quejas y perspectivas en el pasado y no avanzan hacia el futuro para posibilitar precisamente evitar esos abusos sexuales del pasado. Las víctimas de Bermeo dicen que es «insuficiente» ese paso del video en el que el abusador reconocer sus abusos, y exigen que el «agresor pida perdón en público porque la verdad tiene que salir a la luz para que esto no pueda volver a pasar nunca más».

El editorial de GARA concluía así: «Curas y religiosos han estado violando a niños y niñas y sus responsables no hicieron nada, lo ocultaron todo, creando un clima de permisividad. La raíz está en el sistema patriarcal imperante en la Iglesia y el camino pasa por conocer la verdad, llevar a los culpables ante los tribunales civiles para ser juzgados conforme a la gravedad del delito, y que la justicia pierda el miedo a la Iglesia».

Cómo no puede estar nadie conforme con esos deseos tanto de víctimas como por los del editorialista de este diario. Lógicamente que estamos de acuerdo con esas afirmaciones. Lo que ocurre, sin embargo, es que nos parece insuficiente porque sus pretensiones se quedan ancladas en el pasado y entendemos que hay que ir más allá para abordar el futuro de nuestros niños y niñas de hoy. Los abusos sexuales del pasado fueron delito, y en lo posible hay que revisarlos, juzgarlos y repararlos. Mucho más no podemos hacer de cara al pasado. Pero sí que podemos otear el futuro y planificar una sociedad en la que se hagan más difíciles esos abusos.

Por esa razón, además de revisar, juzgar, condenar y reparar el pasado, considero que para atacar de raíz la pederastia en la Iglesia hay que abordar de forma inmediata, entre otros temas, los siguientes.

En primer lugar, abolir el celibato obligatorio tanto de religiosos, religiosas como de curas. Aquí el Vaticano y el Papa actual, a quien consideran progresista, no pueden escabullirse. El celibato obligatorio no es ninguna exigencia evangélica ni cristiana. Es una exigencia de las jerarquías de la Iglesia de cada momento. Desde el año 1969, grupos de sacerdotes europeos, entre ellos vascos, vienen reclamando esa abolición del celibato obligatorio sin que hasta ahora se haya satisfecho esa reivindicación tan natural.

En segundo lugar, impedir la entrada en seminarios y conventos a menores de edad, manteniendo para su entrada una edad ya madura, cuya edad podría ser no inferior a los 18 años u otra similar. Finalmente, como base fundamental, reclamar de la sociedad, de las familias, de los colegios e instituciones una educación sexual integral.

Más allá de las condenas y reparación de los abusos sexuales en el pasado, en la Iglesia es deseable abogar, trabajar y luchar por implantar los medios más idóneos y eficaces para evitarlos en el futuro.

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