Nestor Lertxundi Beñaran

Fascismo o democracia: entre la sumisión y auzoa

Fascismo es Estado impuesto desde arriba. Democracia es poder popular desde abajo. Nabarra lo sabe.

Hablar hoy de fascismo y de democracia no es un ejercicio académico. Es una necesidad vital para cualquier pueblo que aspire a vivir en libertad. Más aún cuando se vive bajo un régimen que se disfraza de democrático mientras reproduce lógicas de poder autoritario, vertical y represivo. Eso es lo que ocurre en el Estado español: un sistema que se autoproclama democrático, pero que en su estructura y su práctica opera como un Estado fascista.

Ahora bien, ¿qué es el fascismo? ¿Y qué es realmente la democracia? No según las definiciones del poder, sino desde la experiencia de los pueblos. No desde las cátedras universitarias, sino desde los valles, las aldeas, los barrios, los auzoak. Desde la memoria histórica de un pueblo libre: Nabarra.

¿Qué es el fascismo?

El fascismo no es solo un régimen del siglo XX ni se limita al franquismo. Es una forma de organización estatal en la que el poder se concentra en una élite −política, judicial, militar y financiera− que impone su autoridad desde arriba, reprime toda disidencia y vacía de contenido la soberanía popular.

Bajo el fascismo:

El Estado es un fin en sí mismo, no un medio para servir al pueblo.

La ciudadanía se somete al poder estatal, en lugar de constituirlo.

La ley se impone desde arriba, sin participación popular ni proceso constituyente.

La justicia está blindada por jueces no electos, herederos directos del franquismo.

El aparato represivo (Policía, Guardia Civil, Ejército) garantiza el orden establecido, no los derechos de las personas.

Una figura hereditaria, el rey, simboliza la continuidad del régimen, sin haber sido nunca elegido por el pueblo.

El caso del Estado español es paradigmático. La Constitución de 1978 fue redactada por siete individuos designados a dedo, sin proceso constituyente, sin consulta a las comunidades populares, sin una ruptura real con la dictadura. A lo sumo, se trató de una reforma estética del franquismo. Y lo más grave: sigue sin reconocerse el derecho del pueblo a autoconstituirse.

Todo ello responde a una lógica fascista: un Estado que exige obediencia, reprime la disidencia y niega el derecho a la libertad política plena.

¿Y qué es la democracia?

La democracia, en cambio, es exactamente lo contrario: un sistema donde el poder emana del pueblo, no de partidos, jueces o reyes. Pero cuidado: la democracia real no se reduce al voto cada cuatro años. No es un espectáculo electoral televisivo ni una delegación pasiva del poder a unas siglas.

La democracia se construye desde abajo:

Desde las juntas vecinales (auzo batzarrak) que deciden los asuntos comunes.

Desde la res pública, donde la gestión de lo común pertenece al pueblo, no a una élite gobernante.

Desde una soberanía efectiva, ejercida y no meramente proclamada.

Desde el reconocimiento del pueblo como sujeto político pleno, capaz de darse su propia ley, su propio gobierno y su propio horizonte.

Y ahí es donde entra la experiencia de Nabarra.

Nabarra: cuando el pueblo es el Estado.

¿Por qué decimos que el Estado español es un estado fascista y que Nabarra no lo es?

Muy sencillo: porque en España el poder está secuestrado por los partidos políticos, los aparatos del Estado y una monarquía impuesta, que además usurpa los títulos de príncipe de Viana y rey de Nabarra, títulos que pertenecen al pueblo y jamás fueron autoproclamados.

En Nabarra, en cambio, el poder nace del pueblo. No es una fórmula romántica ni una nostalgia medieval: es una realidad política concreta, construida históricamente sobre la base de la auzokrazia, el poder vecinal.

En Nabarra:

El modelo de organización política no es la partitocracia, sino las juntas o batzarrak.

El Estado no se impone a la comunidad: la comunidad es el Estado.

Las ciudades, villas, castillos y bienes comunales no son propiedad del rey, ni de la nobleza, ni de empresas privadas: son realengos, es decir, bienes colectivos gestionados para el bien común.

La reina o el rey no posee el reino: lo administra en nombre de la ciudadanía nabarra, sin poder disponer libremente de sus recursos.

La participación no es una obligación impuesta, sino un derecho y un deber libremente ejercidos.

Frente al aparato estatal español, construido sobre la sumisión, la represión y el control, Nabarra se organiza en torno a la libertad, la responsabilidad colectiva y la soberanía popular real.

Crítica a la izquierda domesticada

Una mención necesaria: muchos partidos que se autodefinen de izquierdas han renunciado a esta crítica estructural. Reivindican «derechos sociales» o el «derecho a decidir», pero nunca cuestionan la raíz del problema: el Estado español como estructura fascista. Incluso aceptan las reglas del régimen, su Constitución, sus tribunales y su rey. Se han convertido en gestores de un fascismo con rostro humano, más preocupados por mantener sus escaños que por defender la soberanía popular.

Aceptar este marco es renunciar a la libertad. Reivindicar elecciones dentro de un sistema fascista no es democracia: es teatro político.

Conclusión: la democracia no se pide, se ejerce.

La verdadera democracia no se delega ni se mendiga. No se vota en referéndums permitidos por el opresor. Se ejerce, se construye y se defiende desde los auzoak, desde las juntas, desde la soberanía de cada casa, cada barrio, cada valle.

Nabarra es libre porque su gente se sabe soberana. España es fascista porque niega al pueblo ese derecho.

Como recordó Jon Oria Osés, natural de Lizarra:

«Nabarra es la cuna del sistema justo y representativo; es considerada por los anglosajones como la cuna del parlamentarismo y de la democracia moderna».

Esa tradición no es una reliquia medieval, sino la prueba viva de que otro modelo político es posible, basado en la auzokrazia, la participación real y la libertad colectiva.

Entre la sumisión y auzoa, entre el Estado fascista de partidos y el poder vecinal, entre la imposición y la participación, hay una elección clara. Y esa elección no se consulta: se practica.


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