Francesca Albanese: la voz que el imperio no pudo domesticar
El imperio castiga a quien osa hablar. Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los territorios palestinos ocupados, ha sido sancionada por el Gobierno de Estados Unidos. ¿Su crimen? Nombrar el genocidio. Denunciar el apartheid. Exponer los crímenes de guerra israelíes con la frialdad del derecho y la pasión de la justicia.
«Israel ha convertido Gaza en una zona de muerte donde nadie está a salvo. Ni niños, ni mujeres, ni médicos. Esto no es defensa propia. Es castigo colectivo. Es exterminio» (Francesca Albanese, marzo 2024, Informe ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU).
Francesca rompió el guion. Dijo lo que la mayoría de burócratas internacionales callan: que lo que ocurre en Palestina no es «conflicto», es limpieza étnica sistemática. Lo expresó con valentía, sin rodeos, sin diplomacias hipócritas. Y lo pagó. Estados Unidos, ese gendarme global que reparte democracia con drones, la declaró persona non grata. La tachó de «antisemita». Le congeló bienes. Le cerró puertas. Pero Francesca no está sola.
Esta connacional me llena de orgullo. Que una italiana −en estos tiempos de cobardía generalizada, de tecnócratas mudos y políticos genuflexos− haya levantado la voz en defensa de un pueblo masacrado me reconcilia con algo profundo: el coraje mediterráneo, la conciencia rebelde, la dignidad que no se negocia. Ella honra la estirpe de Gramsci, de Pasolini, de los partigiani que no esperaban permiso para llamar fascismo al fascismo. Y por eso la persiguen.
La maquinaria sionista internacional, con Washington como su brazo armado y Tel Aviv como su laboratorio colonial, no tolera disidencias. Quieren que todo se diluya en eufemismos. Que la ocupación se llame «seguridad». Que la masacre se diga «respuesta». Que la limpieza étnica sea «conflicto».
«El derecho internacional no es opcional. No se aplica solo a África, a América Latina, a los Balcanes. Se aplica también a las potencias. O no sirve para nada» (Francesca Albanese).
En Francesca brilla algo que escasea: integridad. No está al servicio de embajadas, ni de lobbies, ni de universidades financiadas por empresas de armas. Ella representa, aun dentro de la ONU, una voz sin precio. Una rareza. Una anomalía. Y como toda anomalía en un sistema podrido, debe ser silenciada.
Pero aquí estamos. Para repetir su nombre. Para gritar su verdad. Para poner el cuerpo entre su palabra y la mordaza.
Y que conste en el aire: si hay algo que temen los imperios no es el fuego ni la piedra. Es la palabra que desarma las mentiras. La palabra que pone nombre al horror. La palabra dicha por una mujer sin miedo. Y esa palabra, hoy, es Francesca.