Jonathan Martínez
Investigador en Comunicación

GaztEHerria y el relato de Marlaska

No es la primera pantomima judicial que se agota por inanición cuando el mal ya está hecho.

Han pasado ya diez años, así que empiezo a estar en condiciones de contar batallas de abuelo Cebolleta con un par de nietos en cada rodilla. La madrugada del 22 de octubre de 2010, decenas de encapuchados asaltaron los domicilios de veintitrés jóvenes vascos. Era una operación dirigida por Marlaska y jaleada por Interior en las postrimerías del Gobierno de Zapatero. La Policía española detuvo a catorce jóvenes. Ocho jóvenes lograron huir de la razia. Otro joven fue retenido en su propia casa sin más explicaciones. Hacía apenas dos meses que ETA había bajado la persiana y alguien trató de colgarse la medalla con un televisivo despliegue de metralletas.

Ahora que los jóvenes ya no son tan jóvenes y han dejado atrás el tortuoso Gólgota judicial, leo los titulares de aquellos días con una extraña sensación de rabia, nostalgia y vergüenza ajena. El ministro Rubalcaba, ahora beatificado por el establishment, llamó a los detenidos «cantera de ETA». Dice el “ABC” que la nueva sucursal juvenil de ETA se llama GaztEHerria, una «organización pantalla» cuya misión es «reclutar jóvenes para incorporarlos a la banda terrorista». Es curioso porque el día de la redada yo mismo leí el comunicado de denuncia de GaztEHerria. A plena luz del día y delante de varios micrófonos, ejercí de portavoz terrorista sin que nadie corriera a detenerme. Véase la dimensión de la farsa.

GaztEHerria nació en marzo de 2010 como «punto de encuentro de jóvenes de izquierdas». Llamábamos al «cambio político y social de Euskal Herria» pero terminamos atareados en la defensa de los derechos humanos, civiles y políticos. Resulta que en noviembre de 2009, Marlaska había organizado una redada contra cuarenta jóvenes vascos a los que llamó «tentáculo de ETA» y «academia terrorista». Tras la cacería quedó un buen rimero de testimonios de tortura que ahora es imposible leer sin que se erice el vello. La lógica cíclica de la propaganda antiterrorista permitía augurar nuevas batidas donde el único sustento probatorio volverían a ser los huevos morenos del magistrado. Los pronósticos, por desgracia, fueron certeros.

Como nos olíamos la tostada, acudimos a pedir sopitas a Bruselas. Vinieron Ikoitz, Andoni, Haritz, Maider. Lo he contado en otras ocasiones, pero uno de los pocos europarlamentarios que se dignó a escucharnos se llamaba Oriol Junqueras. Cuando le hablamos de detenciones arbitrarias y malos tratos en las comisarías debió de parecerle una pesadilla de ciencia-ficción. Tardó siete años en conocer de primera mano de qué materia abusiva están hechas las alcantarillas del Estado. Recuerdo también la simpatía de una representante palestina que parecía más habituada a las barrabasadas policiales que sus colegas europeos. Regresamos de Bélgica tras cinco días de peregrinaje por despachos y una semana después cayó la maza. Y se llevaron a Ikoitz.

No me resisto a recordar el derroche periodístico de aquellos días. Supongo que era mucho pedir a los medios que reconocieran a Ikoitz Arrese como portavoz sindical universitario. En una audaz labor de investigación, Europa Press decidió curiosear en las redes sociales para descubrir quién era el detenido. La nota de la agencia destaca que Ikoitz «tiene un activo perfil en la red social de Internet Facebook en la que es simpatizante de grupos como (…) Esquerra republicana de Cervelló (…). Eso sí, en este caso deja claro que no siente admiración por la selección española de fútbol al ser miembro también del grupo 'Paso de la Roja'». Se estudiará en las facultades de periodismo. Jódete, Kapuscinski.

La prensa oficial tampoco se molestó en publicar el testimonio del detenido. «Un policía cogió un cuadro con la imagen de Josu Muguruza y le preguntó a otro si quería rompérmelo en la cabeza (…). Me hicieron desnudarme dos veces (…). En la celda contigua oía golpes y gritos de mis compañeros (…). Me pusieron una pistola en la sien. La cargaron». En 2014, después de un año y medio de prisión gratuita, la Fiscalía retiró la acusación contra Ikoitz y otros once de los jóvenes detenidos en 2010 porque no existía una sola prueba en su contra. El pasado mes de julio, Ikoitz fue elegido parlamentario de EH Bildu. “El Español”, “La Voz de Galicia”, “Libertad Digital”, “El Economista”, “ABC”, la Cope, Covite y otros lobbies ultras difundieron el bulo de que había pertenecido a ETA. Sentaos en mis rodillas, queridos nietos, que os voy a contar cómo se las gasta esta inmensa cloaca llamada España.

El macrojuicio siguió su curso: nueve jóvenes fueron absueltos y siete fueron condenados a seis años de prisión. La única prueba que existía en su contra eran autoinculpaciones arrancadas a palos en la comisaría. El Tribunal Supremo tardó unos meses en enmendar la plana a la sentencia original y todas las víctimas de la redada de 2010 quedaron en libertad. En 2018, el Tribunal Constitucional declaró que la Audiencia Nacional había actuado de forma «contraria a la ley» porque vulneró «el derecho fundamental a la libertad» de los siete jóvenes condenados. Su encarcelamiento fue considerado «nulo». Demasiado tarde.

No es la primera pantomima judicial que se agota por inanición cuando el mal ya está hecho. En 2014, la Audiencia Nacional había absuelto a los cuarenta jóvenes detenidos en la redada de 2009 porque «no consta» que tuvieran relación con ETA tal y como dictaminaron Marlaska, Rubalcaba y todos los multicopistas del periodismo patrio. El fallo de Manuela Fernández, eso sí, manda un recado a Marlaska. Dice que los detenidos declararon en su propia contra «en un contexto inquisitivo» mientras el juez actuaba «en el mismo espacio de suspensión de derechos». En cristiano: que fueron molidos a hostias mientras Marlaska miraba hacia otro lado.

Han pasado ya diez años y estoy seguro de que el exmagistrado tiene batallas de abuelo Cebolleta para dar y regalar. Ojalá pueda contarlas algún día ante una Comisión de la Verdad. Eso sí que sería un buen relato.

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