Iñaki Egaña
Historiador

Hablemos de terrorismo

Las evidencias de un terrorismo con mayúsculas son evidentes: el Gobierno español dirigía y acogía a una banda de criminales de alta estopa.

El verano suele traer serpientes informativas y un estiramiento del abecedario para llenar las páginas de los diarios tanto en papel como en digital. Los becarios proponen novedades apenas sugeridas en invierno y los veteranos, desde su refugio estival, envían sus columnas, en general bastante poco originales. Los temas de siempre. Este año, no sé por qué extraña o extravagante razón, el tema del origen «terrorista vasco», ha sido ubicado en la década de 1960 por los expertos que manejan el relato del contencioso desde despachos tenebrosos. Hasta el día exacto en el que nació ETA ha sido objeto de intensas y sorprendentes interpretaciones.

El hilo terrorista aludido, sin embargo, me ha sorprendido, aunque probablemente los «expertos» han tirado de la mano de lo primero que tenían guardado en el cajón ante la noticia de que el cerebro de la célula yihadista que atentó en Barcelona y en Cambrils en 2018 era confidente del CNI. Tapar una noticia de alcance con otra secundaria.

Porque si nos retrotraemos a la década de 1960, las evidencias de un terrorismo con mayúsculas son evidentes: el Gobierno español dirigía y acogía a una banda de criminales de alta estopa. Les recuerdo alguno de los casos. El primero el de Fulgencio Batista, dictador cubano que huyó del país en 1958 y fue recibido por España con los brazos abiertos. Se hizo con una finca en Marbella donde gozó de un exilio de lujo hasta que falleció en 1973.

Nueve años antes, un barco vasco, el Sierra Aránzazu, se dirigía a La Habana con un cargamento de ropa, alimentos, aperos de labranza y juguetes. A cien millas de la isla, un aciago día de setiembre de 1964, fue atacado por un grupo terrorista, el MRR (Movimiento de Recuperación Revolucionaria), financiado por EEUU y su brazo armado, la CIA. El resultado fueron tres muertos, José Vaquero, Francisco Javier Cabello y el capitán Pedro Ibargurengoitia, natural de Gorliz y vecino de Algorta.

Este atentado terrorista, cometido por los seguidores del dictador Batista, no ha sido reconocido a pesar de que su autoría es un secreto a voces. No lo hemos visto siquiera en los informes del Gobierno Vasco, en esos apartados en los que se añade la coletilla «investigar más». Los únicos que se preocuparon por las familias de las tres víctimas y les ayudaron económicamente fue el Gobierno de Cuba, pero al parecer, su ascendencia comunista deslegitimaba cualquier intento de ecuanimidad. Espero rectificaciones y ampliaciones de esa incompleta lista de «víctimas del terrorismo» en las que trabajan asociaciones e instituciones.

La estancia de Batista en España no fue excepción. Y si quieren seguir la estela de sus descendientes, no hace falta que viajen a Miami. Hijos y nietos del dictador deambulan por Madrid y aparecen en las páginas mundanas de la prensa del régimen constitucional.

Marbella tuvo un atractivo especial para el refugio de los terroristas acogidos por España. Ante Pavelic, presidente de la Croacia nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y uno de los criminales de guerra más sanguinarios del siglo XX, fue otro de sus «ilustres» acogidos. Pavelic fue el icono por excelencia de los ustachas croatas, responsable de la muerte de más de un millón de gitanos, judíos, homosexuales y disidentes en general. Desde 1957 se escondía en Madrid, con la complicidad de un Gobierno que, supuestamente, dicen fue neutral en los años del conflicto mundial.

Y al morir Ante Pavelic sus restos quedaron enterrados en un cementerio de la capital española, donde sus seguidores, fascistas y nazis de Europa, le honran de vez en cuando, al estilo de esas cuadrillas de falangistas nostálgicos y no tanto que se trasladan a Cuelgamuros, a ese escenario que llaman el Valle de los Caídos, a llorar ante la tumba de otro dictador y criminal, Francisco Franco.
Murió Pavelic y sus seguidores siguieron en España. Entre ellos Vjekoslav Luburic que preparó atentados indiscriminados por todo Europa, reivindicando la independencia de Croacia de la entonces Yugoeslavia. Luburic murió en Valencia en 1969, a finales de la década en la que la historia institucional sigue empeñada en criminalizar a los vascos.

Entre ese selecto grupo de sátrapas acogidos por Madrid hay otro de granado abolengo: Moise Tshombé. Refresco la memoria. La República Democrática del Congo fue independiente, después de que el rey belga Leopold II provocará una matanza superior a la de los judíos de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Su primer ministro sería Patrice Lumumba.

Pero Bruselas y Washington maniobraron para provocar una escisión interna, alentando proyectos separatistas en Kasai del Sur y Katanga, zona esta especialmente rica en minerales que explotaban compañías norteamericanas y belgas. En Congo se produjo un golpe de Estado que destituyó a Lumumba. Detenido, fue llevado a Katanga, donde belgas, norteamericanos y franceses tenían un presidente títere, Moise Tshombé. Lumumba fue torturado, ejecutado y sus restos disueltos en ácido sulfúrico, en una operación preparada por los servicios norteamericanos, la CIA.

Tshombé sustituiría a Lumumba al frente del Congo, pero en dos épocas se exilió, acusado de haber ejecutado a Lumumba. En ambas ocasiones se refugió en España, que acogió al dictador y preparó mercenarios para combatir en Congo, policías y militares hispanos que viajaron hasta el interior del país africano. Sorprende el recorrido por la prensa española de la década de 1960, alentando el separatismo de Katanga y convirtiendo al criminal Tshombé en un hombre de negocios.

Batista, Pavelic, Tshombé, Luburic… y una lista interminable de mercenarios a sueldo de la OAS, organización paramilitar opuesta a la independencia de Argelia, que por cierto tuvieron varios grupos organizados en Biarritz, Donostia y Bilbao. Con semejantes mimbres, cuando unos pocos años después el Estado español organizó el BVE o los GAL, el reclutamiento de agentes se hizo con suma facilidad. La reserva del terrorismo mundial estaba en casa.

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