Mikel Arizaleta

Hans Küng y el morir dichoso

«El ser humano está capacitado no sólo para vivir con dignidad humana sino también para morir con dignidad humana. Una lucha contra la muerte a cualquier precio no tiene sentido».

1. En agosto del 2012 se publicó un libro del profesor y doctor austriaco Hubertus Mynarek titulado "Warum auch Hans Küng die Kirche nicht retten kann - Eine Analyse seiner Irrtümer" de 239 páginas ("Por qué tampoco Hans Küng puede salvar a la Iglesia - Un análisis de sus errores"). Mynarek fue sacerdote y profesor de Teología fundamental y religión en la Universidad de Bamberg, y desde 1968 en la Universidad de Viena. En 1972 Mynarek escribió una carta pública al papa Pablo VI, en la que pedía la supresión del celibato y la democratización de la Iglesia católica. Ese mismo año se salió de la Iglesia y se casó (consecuente con su postura). Fue el primer profesor universitario de teología de lengua alemana que en el siglo XX abandonó la Iglesia.

Para muchos católicos progresistas Hans Küng es una figura de identificación y un luchador íntegro por una Iglesia más humana. En el libro de Küng "Ist die Kirche noch zu retten?" "¿Es todavía salvable la Iglesia?", Hans Küng se presenta como médico y sanador de su Iglesia, diagnostica las graves enfermedades que le aquejan y para la que prescribe las terapias efectivas, que a sus ojos deben aplicarse para sanar de su gravísima enfermedad. Para Mynarek las terapias de Küng son excesivamente pusilánimes, están muy alejadas de una operación radical mediante la cual la Iglesia tal vez todavía pudiera salvarse. Idea que con fuerza defiende Hubertus Mynarek en su libro "Warum auch nicht Hans Küng die Kirche noch retten kann. Eine Analyse seiner Irrtümer". Y apunta claramente a cinco errores fundamentales en el diagnóstico de Küng, que dejarían sin efecto su intento por salvarla. Queja que Mynarek y otros reiteran una y otra vez sobre el pensamiento de Hans Küng, la de ser un teólogo light: ya hable sobre Jesús, la Iglesia, la infalibilidad o la muerte.

2. La revista "Herria 2000 Eliza" en el 2016 se dirigió al profesor y doble doctor Hans Küng preguntándole por la muerte, tema sobre el que viene reflexionando en los últimos años tras percibir el olor a viejo en su vida, sus manos huesudas y torpes al pulsar el ordenador y la carcoma de los años. La revista intuyó, por tanto, que sus respuestas serían sinceras y no pasadas por agua. Pero la vida de Hans Küng, de 88 años y enferma de parkinson, hoy se parapeta tras una mampara, y la respuesta llegó de uno de sus amigos cercanos y, al mismo tiempo, filtro. El Dr. Günther Gebhardt respondió en su nombre: «danke für Ihre Anfrage an Professor Hans Küng. Aber Professor Küng ist 88 Jahre alt und leidet an der Parkinson-Krankheit. Er muss sich auf einige wenige Aufgaben konzentrieren und kann daher nicht mehr auf solche Anfragen antworten. Sie können aber auf sein Buch» "Una muerte feliz" (Trotta Madrid 2016) hinweisen oder daraus zitieren (mit Angabe der Quelle). Mit der Bitte um Verständnis und freundlichen Grüssen (gracias por las preguntas planteadas al profesor Hans Küng, pero tiene 88 años y sufre de Parkinson. Por ello debe concentrarse en muy pocas tareas y, por tanto, no puede responder a sus preguntas. Pero sí pueden acudir a su libro "Una muerte feliz", Trotta, Madrid 2016, y extractar de allí las respuestas (citando la fuente). Espero lo entiendan y saludos. Dr. Günther Gebhardt, director del Departamento Diálogo Interreligioso. Fundación Weltethos).

3. En los últimos tiempos, también en este campo, se ha dado un gran vuelco. A pesar de todo el periodista Roland Schulz, preparando un artículo sobre el morir para el magacín del "SüddeutscheZeitung", tan sólo encontró en la facultad de medicina de la universidad de Munich, en diversas salas atiborradas de libros, 9 páginas dedicadas al morir en el grueso "Manual de cuidados paliativos" de 1388 pág. Y nada más. Es decir cero patatero. Eso sí, un sin número de tomos y trabajos sobre anatomía, cirugía, radiología, anestesia…, pero nada sobre el caminar hacia la muerte. Hasta no hace mucho era terreno acunado y regado por la religión, en manos de la Iglesia, envuelto en rosarios, extremaunciones, kiries y con cementerios civiles y separados para quienes con su mano arrebataran su vida a dios.

La suiza Elisabeth Kübler-Ross nació el 8 julio de 1926 y estudió medicina y psiquiatría. En 1969 apareció su primer libro, "Interviews mit Sterbenden", ("Sobre la muerte y los moribundos") famoso en el mundo entero, que rompió con un viejo tabú: sentó que el morir constituye una parte esencial de la vida. Hasta este momento la muerte era dominio exclusivo del clero, los médicos sólo se interesaban por la salud y la vida, la muerte constituía su fracaso. Y, por primera vez, Kübler-Ross se atreve a sacar a pasear por la vida a los moribundos, a preguntarles qué piensan, sus sentimientos ante su muerte próxima y cercana... Su trato a cara descubierta, su estudio y el protagonismo de sus cerca de 2.000 moribundos que rozan sus vidas con ella supone una revolución. Convierte al moribundo en actor principal del morir y al entorno en su acompañante. Son famosos sus cinco estadios o fases en el proceso a la muerte: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.

Siempre me ha llamado la atención, no sé si por magia o ciencia, una de las principales ideas de Elisabeth Kübler-Roos: la de que el enfermo muy frecuentemente merced a señales psíquico-físicas desconocidas siente, percibe, la llegada de su muerte, y que al moribundo sólo se le dificultaría la partida cuando se intenta disuadirle de ella. Hay muchos que desean morir solos o mueren en cuanto les dejan solos.

Tesis de Hans Küng

Hans Küng se explica brevemente, en 108 páginas en "Una muerte feliz" ("Glücklich sterben?", quizá debiera traducirse de manera más acertada como "¿Es posible morir felizmente?", porque hay un trecho entre el aserto de una muerte feliz a la pregunta ¿es posible morir de manera feliz?) dedicado, como anota, a «mis médicos, terapeutas, enfermeros y a todos los que me han asistido y ayudado, con gratitud». El libro, en el que vierte su sabiduría de años este ya jubilado profesor, cercano al final de sus días, muestra el barrillo de una concepción acientífica de persona (alma-cuerpo), que pelea con «esperanza e ilusión» en contra de la concepción asentada de Feuerbach de la existencia de Dios como mera proyección infantil. Hans Küng, basado en la confianza en Dios, espera una vida eterna.

Comienza su libro con una advertencia recibida: «Está usted poniendo en peligro la obra de toda su vida con su decidida acción en defensa de la responsabilidad propia en el tránsito hacia la muerte». Pero Hans Küng no quisiera pasar a la posteridad por su reflexiones sobre la eutanasia sino «por mis esfuerzos de toda la vida por otros asuntos fundamentales como la cuestión de Dios, el hecho de ser cristiano, la vida eterna, la Iglesia, el ecumenismo, las religiones mundiales, el proyecto Fundación Ética Mundial…». «Quiero enfrentarme a esta problemática con toda franqueza», dice, y sin decepcionar a las personas que me vienen leyendo desde décadas, quiero responder sobre la eutanasia y cómo la entiendo como teólogo cristiano y católico a quien me pide tratarla de manera sincera y competente. Es, por tanto, una respuesta personal sobre la eutanasia.

1. Confiesa abierta y repetidamente: «me gustaría morir conscientemente y despedirme digna y humanamente de mis seres queridos. Quiero morir siendo plenamente un ser humano y sin estar reducido a una existencia vegetativa como mi amigo Walter Jens. Morir feliz no significa para mí una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad, una profundísima satisfacción y una paz interior, que es lo que significa eu-thanasia, una muerte ‘buena’, ‘correcta’, ‘ligera’, ‘bella», ‘feliz’. Un requiescat in pace luego de arreglados todos los asuntos, un tránsito feliz hacia la muerte. Y no quiero que se me pase de ninguna manera ese momento, como le ocurrió a mi amigo Walter, que le dejó profunda huella, y sufrir años de demencia y alzheimer por no actuar a tiempo».

«¿Sabe usted?, dirá a su entrevistadora televisiva Anne Will, me he registrado en EXIT». Y lo confiesa abiertamente. «Es mi elección personal». Nosotros desde tiempo atrás venimos leyendo un exit iluminado en aeropuertos y cines indicándonos la salida. La palabreja viene de exeo, salir de un lugar. Y también desde hace tiempo EXIT es una organización suiza de ayuda a enfermos terminales para acabar con sus sufrimientos, proceso conocido como de «autoentrega», con base en Ginebra y con gran demanda dentro y fuera. La ley suiza, merced a un ambiguo artículo del Código Penal, no castiga ni persigue el hecho de proveer a los enfermos de sustancias que ponga fin a sus días, si bien con condiciones: que no medien «intereses egoístas», que el paciente esté lúcido, que haya expresado su demanda reiteradamente y que pueda consumir la droga por sus propios medios. La sustancia utilizada suele ser pentobarbital de sodio. Y es lo que anhela el teólogo Hans Küng, bregado en mil batallas: una muerte feliz, un exit dichoso pero con matices, como buen profesor. Es muy posible que un día no lejano acuda a ellos para su adiós a la vida terrenal. Una de las pocas reglas éticas elementales es que la dignidad del ser humano es intangible, todo ser humano debe ser tratado humanamente. Protegerlo es obligación de todos. Todo ser humano, independientemente de si está enfermo o sano, debe ser tratado humanamente y no inhumanamente hasta la muerte.

2.- Y la entrevistadora le escupe la pregunta al viejo profesor: «¿La única respuesta humanamente digna a su enfermedad del Parkinson, que padece, es el suicidio?». Y su respuesta es: «No digo que tenga que ser necesariamente así. En la República Federal de Alemania tenemos diez mil suicidios al año. Se ha dicho durante bastante tiempo que el suicidio asistido no puede ser. No pretendo ofrecer un patrón para todos, pero debe quedar claro que uno no tiene por qué andar buscando un no sé qué tipo de muerte, como esas personas que saltan desesperadas por el dolor por la ventana de una clínica porque no se les ayuda a morir. ¿Qué hace usted si recibe una carta con el ruego de ‘ayúdeme a morir’? Me pregunto si una denegación de la eutanasia a las personas moribundas no puede ser considerada un abuso igual que cuando se apremia a morir a un enfermo de gravedad».

Y Anne Will contrargumenta: «Sí, pero su Iglesia entiende la vida como un regalo de Dios y, por tanto, el suicidio es una negativa al sí de Dios al ser humano. ¿Su postura es protesta ante la Iglesia oficial?». Hans Küng la observa, bebe agua y responde: «Creo que la dirección de la Iglesia ha quedado rezagada en la reflexión y decisión sobre la eutanasia. La vida es una gracia de Dios, pero ese regalo significa también para mí responsabilidad. Tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida, ¿por qué habría de cesar en la última fase?».

3. «No soy de los que piensan que la vida terrenal lo es todo; tiene que ver con mi convicción religiosa de que no creo que vaya a morir en una nada sino en una última realidad, de que voy hacia el interior, hacia la realidad profunda, la más profunda, y que desde allí encontraré una nueva vida. Ésta es mi convicción por la fe». «Si existe ese Dios, anunciado por Jesús de Nazaret, que todo lo abarca y lo entreteje, que comienza una nueva relación para el ser humano justamente en la muerte al estar rotas todas las restantes relaciones con las personas y las cosas, entonces vendría dado un fundamento inquebrantable para la confianza en la vida: el ser humano está capacitado no sólo para vivir con dignidad humana sino también para morir con dignidad humana. Una lucha contra la muerte a cualquier precio no tiene sentido».

4. La eutanasia, sin reducción de la vida, es algo generalmente aceptado en la actualidad, el médico se limita al suministro de medicamentos analgésicos o anestésicos. Esta eutanasia es inobjetable desde el punto de vista jurídico, es éticamente responsable y a menudo aconsejable desde un punto de vista médico. General aceptación tiene también la eutanasia pasiva o eutanasia con reducción de la vida como efecto secundario (eutanasia indirecta), una eutanasia practicada mediante la interrupción de la prolongación artificial de la vida. El paciente no está obligado a dejarse practicar toda terapia u operación posibles que prolonguen su vida. Puede negarse rotundamente a la implantación de un marcapasos o a proseguir una hemodiálisis en su hogar. El médico puede dejar morir al paciente de una muerte «natural». El médico permanece pasivo e indirectamente se produce una reducción de vid. Se la llama interrupción de la prolongación artificial de la vida.

Controvertida es la denominada eutanasia activa, que apunta a una reducción de la vida de manera directa: «la muerte sin sufrimiento físico». Otrora reinaba un consenso sobre el rechazo a cualquier eutanasia activa. En la mayoría de estados sigue siendo punible el homicidio de una persona, aunque proceda de un deseo inequívoco de ella. Pero la terminación de una vida es sólo asesinato cuando sucede por una baja motivación para vivir, por malicia y cuando se hace uso de la violencia contra la voluntad del afectado. También resulta irresponsable la terminación de una vida cuando no sucede por una motivación baja pero sí por motivos superficiales y ligeros (como, por ejemplo, cuando un hombre en sus mejores años entrega su vida a causa de un fracaso en su profesión, sin consideración hacia su esposa y sus hijos). Pero resulta difícil en la práctica separar con nitidez la eutanasia pasiva y la activa. No es aceptable ninguna eutanasia que contradiga los principios fundamentales de una ética mundial.

5. La medicina paliativa (pallium latinajo que significa abrigo) intenta ofrecer calidad de vida a pacientes de edad avanzada, enfermos muy graves y pacientes incurables mediante cuidados especiales de tipo psicológico y médico. No está enfrentada a la eutanasia. Muchas muertes violentas, indignas del ser humano, suicidios desesperados, podrían evitarse con una cuidadosa profilaxis, con un cuidadoso tratamiento preventivo. El deseo de morir no se debe sólo a insoportables dolores físicos sino también a la continua y penosa pérdida de la dignidad personal y del sentido de la vida o la falta de perspectivas de una mejoría en la salud. En ocasiones se prohíbe a la persona el derecho a una muerte digna mediante una dependencia interminable de los aparatos o de los medicamentos.

Tubinga, ciudad donde él vive, tiene una relación especial con la enfermedad de Alzheimer porque en 1906 el médico Alois Alzheimer, (1864-1915), informó por primera vez sobre el «proceso patológico extraño y grave de la corteza cerebral». Algunos teólogos defienden la opinión de que cada persona debe aguantar hasta el «final dispuesto» y no debe devolver «prematuramente» su vida. «¿Realmente eso ha dispuesto el buen Dios?», se pregunta el teólogo Küng: «La muerte no siempre, de ninguna manera, es la enemiga del ser humano. Sea como sea, yo quiero mantener el control sobre mí mismo hasta el final y no cedérselo a otros, y supongo que no estoy solo en la elección de esta opción».

6. «¿Crees realmente en la vida después de la muerte?», me preguntó hace poco con toda seriedad una de mis hermanas, confiesa Küng. «Sí, le respondí con convicción, pero no porque hubiera demostrado racionalmente esa vida después de la muerte, sino porque he conservado esa confianza racional en Dios y porque en la confianza en el Dios eterno también puedo confiar en mi propia vida eterna. ¿Debo tener esperanza o no en algo que sea lo último de todo? ¿Una vida eterna, un descanso eterno, una felicidad eterna? Eso es asunto de la confianza, pero de una manera de ninguna manera irracional, sino de una confianza responsable. ¿Es irracional la confianza en Dios? No, a mí me parece lo más racional de todo lo que puede ser capaz el ser humano, me parece absurdo pensar que sea precisamente el ser humano quien muera en una nada; el tránsito a la muerte y la muerte misma son solo estaciones a las que sigue un nuevo futuro; de que la vida es más fuerte que la muerte y de que el ser humano va a morir en aquella primera y última realidad inconcebible e in abarcable, que no es una nulidad, sino más bien la realidad más real. Vita mutatur, non tollitur, la vida se transforma, no nos es arrebatada».

El ser humano recorre su último camino, decisivo, completamente diferente, no hacia el universo o más allá de éste, sino hacia dentro, en lo más interno de la realidad, en un ámbito más allá de lo empírico, donde más allá del ámbito subatómico se abre aquella dimensión del infinito que resulta ser entonces la realidad más real que no puede comprenderse con conceptos, sino que tan sólo puede parafrasearse con imágenes: el corazón del universo, el territorio imperecedero del ser humano del que procede y al que se dirige.

«Yo defiendo una fe cristiana en Dios y en una vida eterna. La fe en una vida eterna sin una fe en Dios no tendría motivo, carecería de fundamento. A la inversa, una fe en Dios sin una fe en una vida eterna carecería de consecuencia, no tendría un objetivo».

(Es el pensamiento de Hans Küng).

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