Xabier Mitxelena Iparragirre
Médico de familia. Miembro de ISDE (International Society of Doctors for the Environment)

Incineración y chimeneas

Resulta cuanto menos llamativo el material infográfico publicitado por nuestros responsables forales de lo que ahora denominan Complejo medioambiental de Zubieta, en el que no pasa desapercibida la ausencia de chimeneas, con la evidente intención de no disminuir aun más el bajo grado de aceptación que, como ya ha constatado la Diputación, la incineradora provoca en la ciudadanía. Actúan así para que no parezca lo que realmente es: una instalación para quemar basura y dispersar toneladas de contaminantes en la atmósfera tras recuperar una mínima parte de su energía.

Sin embargo, conviene hablar con claridad. La chimenea es la parte de la incineradora destinada a emitir los contaminantes a la atmósfera. El Real Decreto 815/2013 de 18 de octubre obliga a que las instalaciones como la incineradora de Zubieta se construyan con una chimenea «cuya altura se calculará de modo que queden protegidos la salud humana y el medio ambiente». La incineradora, si finalmente acabara construyéndose, estaría equipada con dos chimeneas de 47 metros de altura, tal como consta en la Autorización Ambiental Integrada. Como ejemplo de las emisiones que emiten las incineradoras por la chimenea podemos fijarnos en las de la vecina Zabalgarbi (Bizkaia). Esta planta dispone de una chimenea de 70 metros de altura a través de la cual emitió durante el año 2015 casi 300 toneladas de óxidos de nitrógeno, monóxido de carbono, metano y compuestos orgánicos volátiles no metánicos. Estas moléculas, además de su toxicidad directa sobre el sistema respiratorio, cardiovascular y neurológico, están implicadas en la formación de ozono troposférico, responsable del incremento de enfermedades respiratorias y de mortalidad prematura. Otro ejemplo lo constituyen los contaminantes emitidos a la atmósfera y depositados en el medio ambiente que, a través de la cadena alimenticia, pueden afectar a las poblaciones humanas –y a los ecosistemas– tras un tiempo de latencia y susceptibilidad individual variables, como las dioxinas y los metales pesados. De estos últimos la vecina Zabalgarbi emitió el año 2015 más de 50 kg., teniendo en cuenta 7 metales de los 35 que se han encontrado en las emisiones atmosféricas de las incineradoras.

Siguiendo con las chimeneas, destaca por su arquitectura la de la incineradora de Spittelau, en Viena. Esta planta, casi venerada por los que apuestan por la incineración como sistema de transformación de residuos, dispone de una flamante chimenea de 126 metros. Sin embargo, el hecho de decorarla no disminuye la emisión de contaminantes a la atmósfera. Según datos publicados el año 2006, la citada incineradora emitió unas 75 toneladas de monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y dióxido de azufre, relacionados con el aumento de enfermedades de aparato respiratorio, cardiovascular y neurológico, y unos 75 kg de diversos metales pesados. Por ello, no es en absoluto extraño que ni siquiera los expertos llamados a defender las bondades de la incineración, cuando son preguntados sobre esta cuestión en las Juntas Generales, respondan que ellos sí quieren vivir cerca de una incineradora –ni siquiera de la de Viena, como ha apuntado alguno.

Estas emisiones atmosféricas pueden explicar por qué expertos como Xavier Elías, reconocida autoridad en el tema de la incineración a nivel internacional, aconsejen para la correcta elección de la ubicación de una incineradora lugares con bajo nivel de precipitaciones, alejados de ríos, sistemas acuíferos y con baja calidad paisajística. Indica el citado experto evitar territorios con tradición ganadera, hortícola, frutícola, prados y cultivos de consumo (por los altos niveles de deposición de contaminantes). Finalmente, recomienda que se ubiquen en zonas donde se minimice las inmisiones –la deposición de contaminantes– sobre las zonas pobladas (https://goo.gl/bGD3FL). No parece, a la vista de estas recomendaciones, que Gipuzkoa sea un territorio adecuado para este tipo de infraestructuras, y menos aún la vega de Zubieta.

Por ello, más que incidir en publicitar una bella e irreal imagen de la incineradora de Zubieta, sería deseable que nuestros responsables forales no excluyeran a priori ninguna alternativa para gestionar los residuos y acordaran con la ciudadanía y los sectores sociales interesados aquella con menor impacto en su salud-medio ambiente y mayor grado de aceptación. Esas alternativas existen. De hecho, otras comunidades autónomas han decidido tomar este camino, como la vecina Nafarroa y la Comunidad Valenciana. Es cuestión de voluntad política: aplicación sensata de la jerarquía de residuos, inversión en investigación, desarrollo e innovación en el campo de los residuos con el fin de reducir la fracción resto a su mínima expresión, en consonancia con la comunicación de la Comisión Europea sobre el papel de la recuperación de energía en la economía circular emitida el 26 de enero de este mismo año. Disponemos de ejemplos cercanos; una empresa de Goierri ha diseñado una tecnología de reciclado de pañales. Otra empresa ha diseñado una tecnología capaz de reciclar plásticos hasta ahora no reciclables. Recientemente en unas jornadas sobre residuos realizada en la E.H.U./U.P.V. otra empresa presentaba una tecnología que transforma la fracción resto en diversos materiales reutilizables. Sería deseable contar en este camino, por supuesto, con la necesaria labor educativa de los medios de comunicación.

Por tanto, es tiempo para acordar entre todos el sistema de gestión y tratamiento de residuos menos perjudicial para nuestra salud, la de nuestros hijos y el medio ambiente y que, al mismo tiempo, tenga mayor nivel de consenso social. Está en nuestras manos hacer este camino juntos.

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