Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Incoherencias que alimentan el sistema

Otro de los argumentos recurrentes es que cambiar el sistema es muy complicado, cuando en realidad es complejo que no complicado

En estas últimas semanas, en numerosos grupos de whatsapp he leído quejas de mujeres que expresaban su hartazgo por cómo en sus entornos familiares y de amistad se les acusaba de exageradas cuando planteaban el eterno debate sobre las tareas de cuidados no repartidas o sobre nuestros hábitos de consumo y el cambio climático o cuando opinaban acerca de lo contradictorio que es que el vestido de una presentadora sea, por un lado, el elemento que la empodera y, por otro, que toda la expectación gire en torno a su vestido y no sobre su trabajo. Hay algo que chirría entre estas últimas afirmaciones.

Muchas veces se esgrime la falta de información sobre feminismo o ecología como excusa para no modificar hábitos, para seguir con los automatismos aprendidos ignorando nuestro cotidiano machista o consumista, pero de lo que hablamos son de las claras resistencias para no modificar nada y seguir reafirmándonos en nuestras incoherencias entre discurso y práctica de vida.

Atendiendo a que un sistema de dominación lo primero que tiene que conseguir es naturalizar la propia dominación, la producción del deseo es un elemento crucial para asegurar dicha dominación. Por eso, uno de los interrogantes que nos tenemos que plantear, antes de conseguir nuestros deseos, es cómo se ha producido el deseo propio, ya que puede ser que estemos «eligiendo libremente» la continuidad de maneras de ser-estar y sentir normativas.

Incoherencias o contradicciones se producen en todos los ámbitos, porque lo personal es político y viceversa, pero algunas son más graves que otras. Las contradicciones que se producen en los marcos conceptuales, porque de ellos se derivan las acciones propositivas, son más graves. En el debate de las ideas y por tanto del marco conceptual es curioso que los sectores conservadores hablen de «ideología de género» para referirse a la perspectiva de género utilizada desde las políticas feministas que pretenden una ruptura normativa. «Ideología de género» es lo que hacen cotidianamente todos esos que se oponen a una educación en valores no patriarcales, convirtiendo el género en algo esencial y «natural».

En esta mezcolanza es recurrente confundir sexo con género. Por ejemplo, cuando hablamos de combatir la brecha de género, ¿de qué estamos hablando? Ya que cuando visibilizamos que las mujeres se incorporan a puestos tradicionalmente masculinos, no se está produciendo una ruptura de la brecha de género sino una disidencia de género por parte de esas mujeres que rompen con los mandatos, estereotipos y/o roles de género.

El pin parental es otro ejemplo de ello, de esa confusión terminológica que tanto utilizan los negacionistas. Distinguir que la libertad de elección de la educación no está desligada del resto de los derechos o que la libertad de expresión no es un derecho independiente del resto de derechos, es decir, entender que todos los derechos son interdependientes, es algo básico antes de iniciar el debate. Si partimos de esa premisa no cabe esgrimir que la libertad de elección, con respecto a la educación de hijas e hijos, sea un bien de especial protección como si no hubiera ningún otro bien que se pudiese lesionar

En el espacio de proximidad, quien tiende a desacreditarnos cuando evidenciamos hábitos sexistas, a veces lo hace por convicción ideológica, y otras, las más, porque así resulta más fácil quedarse en el confort de no cambiar nada. Además, suelen atacar argumentando que «incoherencias tenemos todo el mundo», pero no para señalar aquello que deberíamos de atender, modificar o directamente erradicar de nuestras vidas, sino para quedarse a gusto con sus propias incoherencias. Puesto que si todas las personas tenemos prácticas, sexistas, racistas, hiperconsumistas, etc., todas tenemos la misma «ausencia» de responsabilidad en la continuidad del sistema.
 
Pues bien, es cierto, que todas las personas tenemos responsabilidad en el mundo que estamos habitando pero también lo es que reconocer nuestras incoherencias no debe dejarnos tranquilas sino generarnos desazón para, así, asumir la responsabilidad del cambio.

Seguramente, las feministas, las radicalmente feministas, nos encontramos en muchas situaciones en las que somos desacreditadas por exageradas y por sacar las cosas de quicio. Nada es inocuo y si observamos el axioma de que «hablamos como pensamos y pensamos como hablamos» el relato que hacemos a través de nuestras palabras nos dice muchas cosas de nuestro propio pensamiento y del modo de construir e interpretar la realidad. Por eso, desde el feminismo se ha hecho tanto énfasis en la importancia del lenguaje inclusivo y de la no visión etno-androcéntrica del conocimiento y su extensión a una supuesta neutralidad del genérico masculino o de la visión del mundo a través del hombre blanco como referencia.

Otro de los argumentos recurrentes es que cambiar el sistema es muy complicado, cuando en realidad es complejo que no complicado. Complejo porque implica revisarnos desde prácticas a pensamientos-emociones. De hecho, cuando nos cuestionan en aquellas incoherencias que nos abochornan, hay quién incluso esgrime su etiqueta de feminista, cuando eso no es lo que está en cuestión, sino las practicas concretas que conllevan que el mundo siga sin modificarse más allá de lo estético. A veces, nos gustaría que el mundo cambiase sin modificar nuestros hábitos, sin que nos tomase «molestias», pero el problema es que nuestros hábitos, nuestro encaje dentro de lo normativo, son otra pieza más para seguir sustentado el sistema patriarcal y para devorar recursos, cuerpos y vidas.

Por el contrario, cuando se tiene información  las resistencias al cambio, evidentemente, no son por desinformación sino por irresponsabilidad consciente o directamente por ser una persona anti-derechos, por supuesto, anti-derechos para el resto.

Así que, cuando hablamos de empoderamiento hablamos de identificar cómo el sistema nos desempodera, pero implica también la capacidad de agencia en lo individual y en lo colectivo para que el sistema no nos devore.

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