Larraitz Ugarte
Abokatua

Inicio del curso político con más de lo mismo

Que la vuelta de las vacaciones y de lo que se viene a llamar el inicio del curso político produce cada vez mayor pereza es una frase que entiendo compartiréis muchas de vosotras.

El aperitivo fueron los disturbios en diferentes pueblos y ciudades provocados por gente que decide romper mobiliario urbano o saquear tiendas y enfrentarse a una policía que ha manifestado a través de portavoces sindicales sentirse desbordada y con falta de efectivos pero ha actuado de la manera a la que se actúa en estas latitudes,a hostia limpia. Eso sí, de manera selectiva, omitiendo actuar, por ejemplo, frente a una aglomeración de 1.000 personas en Hondarribi (que incluso estaban haciendo carreras de coches ilegales mientras  una única furgoneta de la policía los miraba impasibles)  porque estaba actuando en aglomeraciones mucho menores en Hernani y en la parte vieja de Donostia. Ninguna autoridad política o policial ha sido capaz de dar una explicación convincente de su por qué. Pero lo imaginamos, ¿a que sí? La policía es selectiva, vaya si lo es, y frente a ellos (y sus jefes que son los auténticos responsables) uno puede tener suerte y que lo respeten o no.

No he acabado de compartir tampoco la equiparación que hacen algunos entre el botellón o beber en la calle con los disturbios. Un botellón es un botellón. Una juerga entre amigas, la misma que en una txosna o en un bar o en una discoteca. Algo que no se debería satanizar porque no encaja en la legalidad pandémica establecida por políticos (de otras generaciones) que en cambio permiten grandes aglomeraciones de turistas en la Parte Vieja de Donostia a las 2 del mediodía siempre que gasten sus ahorros aunque no se mantengan las distancias.  No se debería satanizar a la juventd como categoría política y mucho menos reprender de la manera en la que hemos visto este verano en algunos lugares. Otra vez la selectividad del criterio represivo para unas gentes (léase jóvenes) mientras se anima a otras al alborozo veranil (en su mayoría extranjeros y adultos). Esto siempre trae en consecuencia la sensación de inequidad e injusticia y se presta a conductas iracundas.

Ahora bien, una cosa es un botellón (incluso con dosis de aversión policial) y otra montar jarana porque sí. Me preocupa en este sentido el nerviosismo latente en lo que he leído por ahí en redes sobre que si la izquierda tiene un discurso securócrata y chorradas por el estilo que están lejos de responder a la realidad. La izquierda independentista está pagando con titulares difamatorios su postura sobre los hechos acontecidos. Ha explicado alto y claro la desproporcionalidad de algunas actuaciones policiales y la necesidad de una reflexión profunda sobre el modelo policial que tenemos en este país. Lo cual no implica que disguste las actitudes de ciertas gentes. Porque ¿desde cuándo ha defendido la izquierda independentista la violencia por la violencia y simpatizado con las chuflas testosterónicas de niño malote por el derecho a emborracharse? Eso, además de denotar desconocimiento de lo que ha sido el independentismo en este país, simplemente banaliza la violencia y facilita la ya manida equiparación que exigen las fuerzas reaccionarias autóctonas y españolas de este país para que todo entre en el mismo saco. Se hace evidente que en ese espacio de «la culpa de todo la tiene la izquierda independentista», aunque por motivos antagónicos, confluyen sospechosamente amigos y adversarios.

Pero la vuelta al inicio del curso no se ha visto solo salpimentada de botellón. La salida de un preso político tras cumplir integramente su pena de prisión en unas condiciones que escandalizarían a cualquier defensor sincero del estado de derecho y de los derechos humanos ha provocado otra polvareda para que de nuevo, se señale a la izquierda independentista, se magnifique el hecho en sí y se cree un relato que parece que nada ha cambiado en los últimos diez años.

De postre un incidente en una discoteca de Gasteiz ha servido de nuevo para que la clase política se enrede  en verbos antagónicos de condenas y rechazos que ya nadie duda de que no es más que  una clara estrategia de debilitar a todo un movimiento político.

Lo triste de todo esto es que este nivel de debate no se cirscunscribe sólo a las gentes del PP que parece que no tienen un programa político más allá del constante recuerdo del pasado. Hasta el lehendakari de las provincias vascongadas se permite el lujo de bajar al barro del twitter para arremeter contra quien es su principal rival político, mezclando botellones, disturbios y  excarcelaciones. Este país tiene grandes retos que afrontar que requieren otra seriedad y otra solvencia. La crisis climática, el modelo educativo, el propio modelo policial, el euskara, el modelo territorial o el empleo de calidad requieren propuestas, diálogo, iniciativa política y alianzas para la búsqueda de consensos.

Para avanzar como país, la estrategia del entretenimiento de mezclar altercados con el movimiento independentista supone un estorbo y hace que el cielo gris y el sirimiri constante no sea lo más triste que tenemos en Euskal Herria. Sospecho que la falta de propuestas políticas solventes para afrontar los nuevos retos es la causante de esta actitud airada. Esperemos, y en eso coincido con lo dicho por Andoni Ortuzar esta misma semana, que el menú de finales de verano no se perpetúe en otoño y se pongan en la agenda política y mediática los temas centrales que este país necesita solucionar.

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