José Ignacio Camiruaga Mieza

Internacionalismo o extinción

Intentaron, después de 1945, borrar la barbarie y la brutalidad de la época y buscar la paz perpetua en Europa y en el mundo. Immanuel Kant había anticipado algunas sugerencias ciento cincuenta años antes: una federación de estados libres, un gobierno mundial para resolver disputas, una Constitución republicana que impediría que una persona decidiera por todos. El filósofo alemán sabía que los hombres no son muy proclives a la colaboración y la fraternidad entre los pueblos: por tanto, es necesario un sistema jurídico internacional para perseguir una paz duradera. El proyecto político posterior a la Segunda Guerra Mundial perseguía el sueño de la paz perpetua con acuerdos, convenciones, organizaciones multilaterales, observancia del derecho internacional y los derechos humanos.

No todo salió bien, pero funcionó y toda una generación, al menos en Europa, vivió y llegó a la vejez sin conocer la guerra. Ahora estamos retrocediendo: nuestros padres hicieron grandes esfuerzos para evitar que volviera lo peor, pero lo peor ha vuelto.

La ONU (1945), que evoca el sueño de Immanuel Kant de un gobierno mundial para la paz y la seguridad, parece incapaz de frenar el egoísmo y las ambiciones excesivas de algunos países; la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) es papel mojado porque ciertos derechos son válidos para nosotros, pero no para todos; la Convención de Ginebra sobre Refugiados (1951) también es papel de desecho, la Convención sobre Discriminación Racial (1965) es más papel de desecho. Incluso el sueño de una Europa de pueblos que caminen juntos flaquea y triunfa la arrogancia soberanista.

Y las guerras en curso han roto cualquier restricción ética: la masacre de civiles indefensos es la norma en todas partes. Continúan los debates para verificar si Israel, después de los horribles estragos de Hamás, está llevando a cabo un genocidio o no: es ciertamente una masacre y un crimen contra la humanidad. Ciertamente, desde Hamás hasta Putin y Netanyahu, la masacre de personas indefensas ya no es un efecto secundario deplorable: es simplemente un instrumento de guerra total.

Hoy estamos cayendo hacia lo peor y la política −gobernada por una mediocridad obtusa y flagrante− es incapaz de remediar la situación. Observadores astutos nos dicen que la catástrofe es inminente. Pero ni siquiera los desastres climáticos y ambientales pueden sacarnos de nuestro letargo. Noam Chomsky, un gran intelectual, nos indicó nuestro destino en el título de uno de sus libros de 2020: "Internacionalismo o extinción".

Las tres amenazas: la atómica, la catástrofe ambiental y la subversión de la democracia. Hoy todos los ingredientes están ahí: la tercera guerra mundial, aunque poco a poco, quizá a plazos, ha comenzado y la amenaza nuclear acecha; la catástrofe ambiental está en marcha; la democracia liberal está amenazada por autocracias que encuentran emuladores en todas partes.

Lamentablemente, no creo haber visto protestas generalizadas en nombre de la paz para todos, la justicia social para todos y la igualdad de derechos para todos. He visto jóvenes salir a la calle a favor o en contra de alguien y no por algo: he visto protestas que dividen y pocas que unen.

Necesitaríamos una rebelión de conciencias, una especie de nuevo «68»: un movimiento global desde abajo capaz de sacudir el presente y preparar una revolución de conciencias que cambie el rostro de la política y de los políticos y restaure la dignidad del bien común.

Pero hay un problema: una revolución es posible cuando a las condiciones objetivas favorables se suman condiciones subjetivas, es decir, la conciencia de que es necesario un cambio para restablecer los valores de la convivencia cívica. Las condiciones objetivas están todas ahí: desigualdades crecientes, violaciones cotidianas de los derechos humanos, el planeta en colapso. Pero faltan las condiciones subjetivas: un movimiento global que desde abajo, con las herramientas de la democracia, fuerce una reorientación de la política.

Vuelvo al libro de Noam Chomsky. Él no deja alternativas: internacionalismo o extinción. La alternativa está formulada. Me queda la duda de hacia dónde nos llevan los líderes enanos y miopes de la política contemporánea.

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