Iñaki Uriarte
Arquitecto vasco

Iribar omenaldia

El Athletic Club, con motivo del 125 aniversario de su fundación, con muchos medios y posibilidades, ha hecho una conmemoración de una gran simpleza, con una pobre repercusión social, artística y cultural, no como correspondía a una entidad deportiva tan enraizada en Euskal Herria. Hace años con ocasión de un anterior aniversario se hizo una exposición de arte y un catálogo titulados Arthletic. Esta vez las actividades extradeportivas apenas han existido.

Anticipo que ni soy socio ni aficionado, pero evidentemente por la difusión que tiene actualmente esta gigantesca industria deportiva, incluso los no interesados quedamos de algún modo notificados de sus circunstancias y efectos colaterales. Sí, en cambio, son de interés común las influencias, acciones sociales, identitarias y urbanas de todo tipo que el fútbol origina.

En esta ocasión, el pasado sábado 16 de diciembre, la conmemoración con un partido de veteranos como homenaje al aniversario después del de liga, ha sido por lo captado, en opinión de bastantes asistentes conocidos, inoportuno. Al parecer muchos espectadores se ausentaron cuando acabó el partido reglamentario y esto es un demérito para un propósito celebrativo mal organizado. Ese mismo partido, celebrado el domingo por la mañana e incluso con asistencia libre como homenaje popular, hubiera tenido una repercusión social mayúscula. Por cierto, el Club tiene una fundación cuyo objetivo parece ser es su implantación sociocultural a través del fútbol y el Athletic.

Escultura de Iribar

Ese mismo día, por la mañana, se inauguró una dedicatoria pública al inolvidable portero del Athletic Jose Angel Iribar (Zarautz, 1943) con motivo de su feliz aniversario. Se había anunciado tiempo atrás la voluntad de monumentalizar, ensalzando su memoria. Ya entonces el presagio era muy pesimista, no se decía ni que personas y con qué criterio se iba a decidir, no se mencionaba un posible concurso de proyectos, ni de su emplazamiento. Nada, al parecer, se trataba de quitar un compromiso como fuese sin ilusión, ni vocación, y así ha sido el resultado, una mediocridad. Incluso algo más, una tibieza hacia el homenajeado, a la afición y una omisión al arte de la escultura.

En 1878 Caja Laboral Popular editó un bello calendario bimestral, de seis hojas, en el que ilustraba con fotografías, probablemente de los hermanos Antón y Ramón Egiguren, diversas personalidades Bonifacio Laskurain, José Angel Iribar, Bitoriano Gandiaga, Mariano Juaristi, “Atano III” y José Miguel Barandiaran. Una evidencia de su personalidad popular del futbolista.

La figura de Iribar rebasa ampliamente su condición deportiva (1962-1978) por su decidido posicionamiento en asuntos trascendentales de nuestro país, basta recordar la donación integra de la recaudación del partido de su homenaje, el 31 de mayo de 1980 en San Mamés en un partido amistoso frente a la Real Sociedad, para el fomento del euskera. Nada semejante han hecho todos los «millonarios prematuros» que han jugado y jubilado en el equipo, e incluso alguno bien joven, hace poco se ha manifestado de modo ignorante, brutal y reaccionario a la lengua propia del país. No parece que el Club se haya preocupado mucho de su formación humana, cultural.

Esto que se ha colocado es una simple y vulgar escultura figurativa estática de bronce, no un monumento, que no tiene autor, está fabricada rutinariamente, sin alma artística, creativa, partiendo de una fotografía pasada a 3D de las menos reconocibles de Iribar, al que se trata como un simple futbolista de un equipo cualquiera posando. Las proporciones de la figura están desequilibradas, el tamaño y la relación con el voluminoso y exagerado pedestal fuera de escala, las letras vulgares, sin ninguna referencia de fechas, el emplazamiento anodino, parece un recogepelotas que ha salido del campo a la calle a buscar un balón perdido. Incluso denota un tono resignado, como si hubiese encajado una goleada.

El portero es un actor fundamental en el fútbol que desde su encuadre competitivo, la portería, tiene una excepcional visión espacial del juego, de su posición y desplazamiento instantáneo y temporal en función del juego, y de modo muy especial sus brazos en variadas posiciones son la máxima expresión de su dinamismo, resolución y eficacia. Nada de todo esto queda ni figurativa ni simbólicamente representado. Una de las referencias fotográficas más apreciadas y divulgadas de Iribar expresan explícitamente este gesto expansivo. Había otras formas y estilo de expresar la memoria del homenajeado. Estamos en el siglo XXI.

Los responsables de este despropósito presuntamente artístico deberían retirar cuanto antes este desdichado cromo, o más sensato sería recogerla, fundirla y aprovechar el material para otra cualquiera, ya que todas las últimas que se colocan en el espacio público son del mismo estilo y procedencia, como los enanitos del repertorio hortera de ciertos chalets. Y por supuesto, convocar un concurso, incluso internacional, su fama lo justifica, entre escultores.

Debido al inmenso arraigo popular que en Euskal Herria tenemos por el “Txopo” su personalidad es amplia, lo que se evidencia también por el gran reconocimiento desde otros ámbitos, personas y entidades deportivas de diferentes países.

Por tanto, y por lo mucho que he apreciado siempre a Iribar, (le vi por primera vez como portero del Basconia en el Camp Nou el 08/04/1962), escribo esto con sincera admiración, gran respeto y profundo dolor.

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