Kepa Ibarra
Director de Gaitzerdi Teatro

JEL de baño

No están para bromas ni para tonterías de salón. Hay elecciones. Volverán a lucir carrillo, sol de Castro y carnet. No faltará nadie. En la foto tienen que entrar todos y todas. Faltaría más.

Muchas veces somos gente de sacar pecho y lucir carrillo encendido. Algunos han ido más lejos y no han tenido ni rubor ni misericordia para testificar que todo se queda pequeño comparando con lo que ellos pueden hacer. Llevan años predicando y dejando rastro a la hora de pactar con el enemigo, jugar al escondite con el vulgo (como diría Maquiavelo, a quienes se dejan cautivar por las apariencias y el éxito), juzgar al que tienen lejos y emperrados en sojuzgar a quienes tienen cerca.

Hay que reconocerles habilidad, oportunismo, labia coloquial e implantación escolástica (todo muy elaborado, sin acidez interna, haciendo de la filigrana un acto de fe ad aeternum). Pero lo mejor de todo no es esa liturgia pegada a los designios de Dios (logo incluido), sino que dejan pequeño al Santísimo cuando nos percatamos de que están en todos los sitios sin conmiseración. Todavía nos preguntamos de dónde sacan ese don cercano a la ubicuidad, donde no llega nadie, multiplicados hasta la saciedad. Ocupan cargos, poder omnímodo y en un pis-pas desaparecen para aparecer donde menos te lo piensas, como cuando alguien te pregunta «¿a que no sabes dónde está ahora fulanito?». Pregunta de siempre y para siempre , con una consideración que acusa lo incontestable: primero, interés por saber y después resignación mariana: «No me extraña».

Y si levantas la alfombra, aquí te puedes encontrar lo que no está escrito. Hay un convencimiento implícito de que todavía existen muchas más alfombras por airear y que esto no ha hecho más que empezar, siendo parte de una bonita amistad entre lo que hay y lo que se esconde. Con cuentagotas nos enseñan que todavía es posible evadir el ingenio (¡espabilados!) para hacer-deshacer a cuenta de todos, invertir en puros habanos y dejar a Rabelais-Pantagruel a la altura del barro. Vuelven a sacar pecho, la marca registrada inconfundible y la tricolor a pantalla gigante.

Si en política dos más dos nunca parecen ser cuatro y tú tienes cinco, yo debo tener seis. Y si por una casualidad del destino tú te adelantas sin permiso, yo me hago los 100 metros lisos en los míticos 9,58 de Usain Bolt. Pueden seguir en el machito olímpico años, con dedicación exclusiva, sin ojeras, sin cansancios evidentes, aguantando tormentas, centellas, y a más de un descarriado que les ha hecho la puñeta, solución: ¡fuera de la cuadrilla!

A día de hoy seguimos con la sonrisa picarona cuando los vemos predicar con el ejemplo, dándonos con los codos al notarles enfadados, con el gesto adusto y la palabra firme. No están para bromas ni para tonterías de salón. Hay elecciones. Volverán a lucir carrillo, sol de Castro y carnet. No faltará nadie. En la foto tienen que entrar todos y todas. Faltaría más.

Nos abjuramos ante tanta perspectiva cristalina, diáfana, donde se fomenta un localismo edulcorado y repleto de banalidades. Una especie de terminología basada en los usos y costumbres. Solo nos queda perjurar que quizá haya que embarrar un poco los pies, recorrer algún rincón maltrecho de nuestra geografía y hasta acercarnos por algunas de las largas colas donde el mundo solo pretende llevarse algo a la boca. O tal vez debamos mirar entres las miles de toneladas de basura que todavía contemplan dos cuerpos que efectivamente no van a salir en la foto ni lucirán moreno. Para ellos, como para muchos que nunca saldremos en ese álbum de familia, sigue pesando la historia. La de todos (digo yo). Amen. 

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