Javi Seco

Kaiene y el bien común

Queremos recuperar una fórmula jurídica para legitimar la autogestión a partir de la propia organización ciudadana: el uso cívico de un bien público.

Dando vueltas a Kaiene, el ilusionante proyecto comunitario que diferentes colectivos de Otxarkoaga se han empeñado en sacar adelante, cayó en mis manos un artículo firmado por Cristina García Rosales, arquitecta: «El uso cívico del espacio público o la ciudad entendida como instrumento de cambio». Siendo mi mayor aportación a la arquitectura haber tenido un «Exin Castillos» de crío y montar una tienda de campaña con cierta facilidad, encuentro que Kaiene comparte muchas de las buenas ideas que se mencionan en el texto.

Supongo que habla de una arquitectura y un urbanismo que van mucho más allá de la definición más literal de superposición de ladrillo y cemento o de ciudades difusas e insostenibles al servicio del transporte privado (la autora lo expresa mucho más poéticamente, «grandes desplazamientos privados en automóvil discurriendo por las autopistas de la nada»). Imagino que se refiere a construcción social autoorganizada, construcción mental que deconstruya la «construcción» al uso. En este sentido, Kaiene construye recogiendo los valores de los movimientos sociales (feminismo, ecologismo, internacionalismo, solidaridad, soberanía alimentaria, la no discriminación por condición sexual, de raza...) apoyándose en tres pilares sólidos: espacio comunitario –al servicio de las necesidades reales del barrio–, ateneo –espacio de debate transversal de ideas– y casa de acogida –no podemos ser impermeables a la situación de las personas refugiadas–.

Esos tres pilares son Kaiene, indisolublemente ligados al espacio que lo ha de albergar, «porque la verdadera arquitectura da forma al ambiente y aposenta dentro de sí a los seres que lo habitan. Y les da sentido. De nuevo surge el término habitar ligado al del lugar que lo sustenta, como universo compartido de reconocimiento».

Leo a Kaiene entre líneas cuando nos habla, por ejemplo, de una nueva generación de arquitectos y arquitectas jóvenes que proponen «como instrumento para el cambio, un entendimiento poético –y por lo tanto lúdico y afectivo– del espacio público (…) entendiendo el espacio público de la ciudad como un lugar para el encuentro y la participación (...) para que así sea, se hace necesario repensarlo, reinventarlo y humanizarlo, involucrando a los habitantes de manera colaborativa. Con una planificación que vaya desde abajo a arriba (y no al revés), que sea flexible, ágil y, sobre todo, transparente». En este sentido, Kaiene se piensa como una herramienta al servicio del barrio de Otxarkoaga, construyendo alternativas y propuestas desde la horizontalidad y la autogestión. Y sobre todo, teniendo en cuenta las propuestas y necesidades de las vecinas y vecinos de Otxarkoaga, sin aceptar tutelas de ninguna institución. Si la autora escribe sobre «el urbanismo de los afectos», Kaiene es lugar de encuentro que creará una cadena de afectos basada en el diálogo, las alianzas de grupos, el trabajo de las confianzas y el compartir.

Nos habla también del llamado «urbanismo global incontrolado (...) de recintos vallados, de plazas duras, de centros comerciales (...) en el que no se ha tenido en cuenta a todas las personas a las que va destinado». Nosotras podríamos hablar de edificios abandonados destinados a la ruina para disfrute de constructoras, promotoras y «gestores» del espacio público (ha ocurrido con el colegio público Lope de Vega y parece que también buscan que pase con Kaiene); de otros, recuperados, con la amenaza más o menos siempre presente del desalojo (Karmela); de edificios destinados a la especulación si los movimientos sociales no consiguen evitarlo (el caso de la Estación de Atxuri y el proceso participativo abierto por Atxuriko Lokomotorak): «redes de intereses económicos se han encarnado en figuras como el dueño del suelo o el promotor, así como arquitectos y políticos que les han acompañado en su delirio, verdaderos destructores de la ciudad actual». No se puede expresar más claramente.

¿Y cómo le damos la vuelta? La autora del texto nos dice que «este espacio público habitable es el instrumento para el cambio que proponemos para una sociedad nueva, humanista y solidaria». Nosotras queremos recuperar una fórmula jurídica para legitimar la autogestión a partir de la propia organización ciudadana: el uso cívico de un bien público. Queremos invertir las formas de gestión privada vigentes en Bilbao –y en cualquier ciudad víctima de la turistificación–, orientándolas hacia el «interés general» o, mucho más cálido y cercano, hacia el «bien común». Y lo haremos demostrando que los espacios autogestionados pueden producir servicio público; y creando alianzas de solidaridad con otros espacios similares (Karmela, Bizi Nahi, Errekaleor, Txilbirenea...) que, aún contando con legitimidad social, deben lidiar con el acoso institucional más o menos intenso; pero también a través de un cuerpo militante que sea capaz de generar formas de intervenir en las leyes vigentes. En la misma línea, Vandana Shiva nos habla de la lucha contra la globalización: «si la globalización es el cercamiento final de los comunes –nuestra agua, nuestra biodiversidad, nuestros alimentos, nuestra cultura, nuestra salud, nuestra educación–, recuperar los comunes es el deber político, económico y ecológico de nuestra época». Recuperar Kaiene es lo que nos toca.

Comienza Cristina García su artículo con un texto de Heidegger: «Poéticamente habita el ser humano sobre la tierra». Desgraciadamente, si nos detenemos tan sólo un instante a ver la situación límite a la que estamos llevando a nuestro planeta y las gentes que lo habitan (o que intentan hacerlo), no creo que la poesía defina cómo habitamos.

Pero el texto de Heidegger finaliza así: «el poetizar es la capacidad fundamental del habitar humano». Pues como diría Bécquer si fuera vecino de Otxarkoaga, «Kaiene, poesía, eres tú».

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