Iñaki Egaña
Historiador

Kilómetro mil

Los eufemísticamente llamados fondos de inversión han penetrado hasta la propiedad no solo de empresas, sino también de tabernas, restaurantes, industrias y, sobre todo, del mercado inmobiliario. Alguien me dirá que son las consecuencias de la libertad de mercado.

Quienes nacimos ya hace años, tuvimos asentado en el inconsciente un significado bien distinto al actual, al referirnos al «Kilómetro 0». Dicen que tenía que ver con los correos de antaño, pero siempre me pareció una respuesta evasiva. En España, el «kilómetro cero» partía de la Puerta del Sol, y fue instaurado en 1950, es decir en pleno franquismo, cuando a solo unos metros de la placa indicadora se encontraba el más turbio de los centros del régimen, la Dirección General de Seguridad. De aquella Puerta del Sol parten aún las mediciones kilométricas para graduar a los provincianos y a sus carreteras.

En París, por el contrario, el «kilómetro cero» emerge de la catedral de Notre Dame, en la isla de la Cité, rodeada del Sena. Una estrella de bronce señala el punto «exacto» del que parten carreteras y caminos del Hexágono. Imaginen en el siglo XII, cuando comenzó a construirse la iglesia, una mole estratosférica en medio de un poblado de miseria. ¿Cómo no creer en quienes eran capaces de levantar semejante estructura?

Estos símbolos me recuerdan, al margen de su actual sentido folclórico, la pulsión de fondo de ambos, la colonización, la expansión del poder. Uno y otro reflejan la metrópoli. Porque ese kilómetro cero ejerció para Euskal Herria, pero también para Chile, México, Bolivia, Senegal, Madagascar o Indochina.

Hoy, sin embargo, «kilómetro cero» está también asociado con la producción local y su consumo en cercanía. Son los llamados productos de proximidad y, aunque no haya una relación directa, al margen de cuestiones de defensa de la manufactura de la comunidad local o nacional, se sindican a la economía circular, al mercado justo y a la sostenibilidad. No es así, en muchos casos, pero ya sabemos cómo funciona el lenguaje. Ahora hasta han afirmado que la energía nuclear entra dentro de los cánones de la verde.

Hay una tendencia que se manifiesta en multitud de asociaciones y grupos por esa labor de cercanía que marca varias características. Una cooperativa vasca los resumía en seis: cuida el medio ambiente, es igual o más saludable, favorece la economía y el empleo local, sabes lo que comes, línea directa entre el productor y el consumidor (se paga por lo que se consume) e incentiva lo local (en su caso la gastronomía). Algunas instituciones e incluso el gobierno autonómico se han sumado a la tendencia, añadiendo además dos razones más: consumo fresco y reducción del desperdicio alimentario.

Pero una cosa es la teoría y los esfuerzos de hombres y mujeres de la base de la pirámide social en llevarla a la práctica, y otra muy distinta la realidad, en particular las actuaciones de quienes se encuentran en el vértice superior de esa pirámide o quienes hacen de sus portavoces en los foros institucionales. Decir algo y ejecutar lo contrario. Una tarea de marketing, materia que impera en las relaciones sociales.

Me ha venido a cuento esta reflexión después de leer un reciente artículo de Ahoztar Zelaieta sobre las previsiones del Gobierno vasco en esa transferencia reciente que ha recibido del Gobierno de Madrid. La gestión en su integridad de las cárceles en la Comunidad Autónoma vasca. Como si el mundo comenzara de cero, Lakua ha decidido remodelar buena parte de las estructuras que llegaban impuestas desde Madrid, incluidas algunas relacionadas con el personal. En este caso, me refiero a la gestión de las cárceles vascas adjudicada a Ibermática. Una empresa inglesa, Deloitte, ya había recibido el sistema informático judicial de la CAV. Esta última empresa, por cierto, fue condenada el año pasado por la CNMC (Comisión Nacional de Mercados y la Competencia) por integrar un cártel que manipuló contratos en connivencia con la Administración pública vasca.

En otro contrato, el Gobierno Vasco ha sustituido a una empresa sevillana llamada Fermar que suministraba materias primas para la alimentación de las cárceles de Martutene, Basauri y Zaballa. Una empresa que se había visto envuelta en aquel famoso caso de corrupción de militares que se habrían apropiado de fondos destinados a estudiantes universitarios. Realizadas las transferencias y el relevo, la adjudicación ha correspondido a una… ¿empresa vasca? No. La adjudicada ha sido Same Ships Suppliers, de Valencia.

Hace unos días supimos que Ibermática, la de la gestión de las cárceles de la CAV, fue comprada por la sevillana Ayesa. Y años atrás surgieron noticias sobre la compra de Euskaltel por un fondo buitre, de pública vasca a privada, o la de Angulas Aginaga por Pai Partners. Nuestro país está desde hace años en venta. Desgraciadamente, los ejemplos abundan por doquier.

Los eufemísticamente llamados fondos de inversión han penetrado hasta la propiedad no solo de empresas, sino también de tabernas, restaurantes, industrias y, sobre todo, del mercado inmobiliario. Alguien me dirá que son las consecuencias de la libertad de mercado. Pero bien sabemos que, aún en este capitalismo salvaje, hay muchas materias que se pueden regular. En Ipar Euskal Herria, asaltada por pensionistas de alto rango y especuladores universales, nos han dado una lección, aunque fuera modesta, de las regulaciones. Tal como la dieron en Berlín con los alquileres.

Como si fuera una prueba de sokatira, muy desigual, por cierto, hay una predilección entre las elites para descapitalizar nuestro país, para enviar o vender nuestras empresas a especuladores o empresarios a miles de kilómetros, mientras otras más modestas, tirando de uno de los extremos de la cuerda, se desloman en la economía circular. Una elite despiadada mantiene sus códigos de beneficios, edulcorando las formas, con un fin histórico.

Y así, las conductas de aquel «kilómetro cero» de Madrid y París, las reales, no las simbólicas, se mantienen para agrandar las desigualdades. Somos colonias del capital. Y hoy, en medio de ese otro kilómetro cero, el de cercanía, aves carroñeras de mal agüero nos citan a miles de kilómetros con supuesto label vasco para beneficio propio.

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