Mikel Arizaleta

La aldaba

Si escuchas las noticias de mediodía ahórrate las del atardecer, son mera repetición. Y si eres aficionado a la radio sus informativos son a menudo mismo martilleo, las más de las veces parte de accidentes, de atropellos, y casi siempre moralina de la mala, de maestro de escuela de niños con mucho dedo índice marcando camino, parte oficial o muy de parte, de esa crítica que cuando informan de mangoneo del PP dicen de inmediato que todos son iguales y hacen lo mismo, pero que, sin embargo, a continuación calificarán de extremismo radical a quienes critican al IBEX 35, el despido arbitrario, los bajos salarios y el abuso del estudiante en prácticas, los presupuestos presentados por el gobierno, un referéndum de independencia o el acercamiento de presos. Esos bustos televisivos de noticias, que llaman con gesto adusto terrorista a uno que propaga el yihadismo y tildan con cara sonriente de demócratas a organismos, a países y jefes de naciones y camarillas que a diario bombardean con soldados propios y también mercenarios, reclutados y pagados, ciudades con decenas de muertos sin que ni uno de sus soldados corra especial peligro.

Son batallas libradas contra la población civil y los malos, que son los que mueren. Los buenos son los que disparan desde tanques, desde aviones o drones, desde oficinas lejanas, desde la retaguardia… a gente a menudo hambrienta, que pasea por las calles de países empobrecidos en busca de alimento, de refugio o asistencia. Los muertos son siempre muchos niños, muchos viejos, muchas mujeres, que buscaban comida en mercados, en las calles, que iban a curarse del bombardeo anterior a hospitales. Son los héroes modernos televisivos: generales de guerra, países humanistas y demócratas que venden guerra, armamento, bombas, muerte y asesinato desde la retaguardia, desde aviones disparando misiles envenenados, bombas con sustancias mortíferas contra la gente indefensa. Matan sin mancharse. Es la canción diaria: misma letra, mismo mensaje.

Viejo catecismo de nuestros países, de nuestros gobernantes, de esos de los que se habla a diario en los telediarios y las radios con bellas palabras, con tratamiento de excelencia y señoría por delante. Muchos de ellos son también viejos criminales conocidos, enterradores de vidas, especialistas en vender guerras y saqueos de países.

Héroes más bien son los que gritan, quienes se oponen y combaten la manipulación informativa diaria, los que gritan al viento sus mentiras y engaños, los que llaman terroristas y criminales, asesinos de vidas humanas, a muchos de nuestros políticos y mandamases, a mucho periodista vendido, a mucho empresario saqueador, a mucho truhán que se pasea por el mundo, a mucho señor de la guerra y del abuso.

Y en esas estaba cuando recibo carta de Harald Martenstein, en la que se muestra harto de la crítica a Donald Trump. Me dice, renuncio a escribir una nota crítica contra él. Cada vez que veo un texto anti-Trump siento dolor de cabeza. Los 50, 60 textos primeros leí con interés, los siguientes empezaron a saturarme. Hoy digo basta a esa eterna canción. Ese permanente machaqueo se parece a la tortura de la gota de agua constante golpeando el cerebro. Te vuelve loco. Todo escritor, todo versado en cultura ofrece un texto, escribe una nota contra Trump, a diario aparecen en cada periódico un par de reseñas en contra, haya hecho algo nuevo o no. En todas las publicaciones, revistas, folletos… hay más textos en su contra que fotos de perros en la revista perruna alemana “Wild und Hund”.

¿Y se va a seguir así durante los cuatro años de mandato? Para que todos, todos, llevaran a papel su rabia y mala leche contra Trump y se publicara se necesitaría no cuatro sino veinte años. Nos salva que, por suerte, la constitución americana no lo permite.

Veo que es un hombre importante y veo que no es bueno. Pero no hace falta decir todos los días dos veces en cada medio y en todos los medios. Todavía me persigue la última pesadilla vivida en las  vacaciones pasadas cuando mi hijillo y yo compramos un helado en la Costa Miracolosa y el vendedor comenzó sin más a poner a parir a Trump mientras se nos derretía el helado.

¿Por qué no critican de vez en cuando a Putin? Tampoco él es tan bueno. ¡Hay tanto mal en el mundo! ¿Dónde encontrar cordura? El 90% de los alemanes son anti-Trump, los demás por lo visto son inmunes a los textos anti-Trump. Seguro que no va a dimitir por los textos en su contra. ¡Tanto esfuerzo para nada! El 90% de los alemanes considera a Putin un ambicioso del poder, también yo, pero si cada día tuviera que leer un artículo sobre su ambición terminaría como Gérard Depardieu solicitando el pasaporte ruso.

Seguramente que hay alguien que está diciendo: ¡Hay que combatir en los inicios y hay que mostrar coraje civil! Sí, ya, ¿no creen que en este ambiente se necesita mayor coraje para escribir algo a su favor? Imagínense que Trump instaura el fascismo en medio año, posiblemente a la gente que lleva tiempo siendo bombardeada con escritos anti Trump para entonces les dé ya igual. Es posible que digan: ¿Ah, que introduce ahora el fascismo? ¡Si ya lo llevo viendo, leyendo y oyendo desde hace meses! ¿Es que no hay otro tema?

Manifestarse enemigo de Trump es lo más monótono, triste y aburrido que existe. Cuando en una reunión alguien dice «estoy en contra de Trump» yo  me largo, prefiero hablar del tiempo.
Y en sí no tengo nada en contra de los textos. Muchos son buenos. Yo siento nostalgia, me dice, de un artículo pro-Trump, pero yo no puedo escribirlo. Y además es peligroso, porque he entendido que un solo texto de ese tipo, en el que Trump no apareciera como idiota, acabaría de inmediato con el pluralismo y la diversidad de opinión en Alemania. Porque, cosa curiosa, en este país defendemos la libertad de opinión diciendo todos lo mismo.

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