La cruz a cuestas
«De nuevo el mensaje de la cruz en el mismo sitio le arremetió y le renacieron todas las sensaciones que le agredieron cuando era joven hasta que salió del pueblo.»
Dolores tenía tres años cuando el día 25 de Julio de 1936, a las doce de mediodía Manuel Garasa, Tomás García, Rafael Oiz y Gregorio Sainz sacaron del Ayuntamiento de Buñuel a su padre Gregorio atado por las muñecas a Fausto, Julián y José para llevarlos a matar. Cuando Dolores tenía diez años, quienes tenían sometida al silencio a su madre colocaron una cruz de piedra en la puerta de la Iglesia con la que le recordaban que su padre era un malhechor. Quienes estaban en la cruz eran los hombres buenos que habían muerto cuando la guerra. Los demás muertos, los muertos como su padre, eran los hombres malos del pueblo.
75 años después del día en el que asesinaron a su padre, Dolores volvió al pueblo. Se hacía un homenaje a todos los inocentes que habían asesinado aquel verano de 1936. De nuevo el mensaje de la cruz en el mismo sitio le arremetió y le renacieron todas las sensaciones que le agredieron cuando era joven hasta que salió del pueblo. La mujer comprobó, hablando con otras huérfanas, que también se sentían ofendidas por la dichosa cruz y que no era ella sola la que se sentía agredida. Algunas mujeres le dijeron que temblaban cada vez que pasaban por delante de la cruz para entrar a la iglesia, y más ahora que el nuevo párroco había cerrado la puerta de la sacristía. Se aseveró que aquella cruz era una infamia violenta y terrorífica.
Dolores escribió al Ayuntamiento para que quitaran la cruz con arreglo a la Ley, pero en aquella casa nadie tuvo nunca la deferencia de contestarle.
Joaquín, Javier, Santiago, Francisca, Antonia, José y Gonzalo, yo sé que la ignorancia que vosotros tenéis de todo lo que ocurrió en nuestro pueblo en aquel verano es todavía más grande que los propósitos que tenéis de que no disminuya vuestra inopia. También sé que todos vosotros sin casualidad y sin excepción sois herederos de aquellos de ideales que mandaron matar y de aquellas manos que mataron.
Y también sé de los hombres que siendo de izquierdas están en esa cruz porque fueron obligados a ir a la guerra y también sé de quienes están en la cruz pero que fueron ejecutados por los mismos que los reconocieron.
Y aunque los tribunales con más desgana que justicia digan lo contrario, estoy convencido de que algún día esta cruz maldecida y maldita caerá porque algún consistorio con equidad y sentido entenderá que hay que quitar del centro de nuestro pueblo la vergüenza que nos substancia y que no representa más que a los fascistas y a los ignorantes.
En estos días, cuando Dolores todavía no sabe dónde dejaron el cuerpo de su padre aquel día que se lo llevaron, vosotros, con vuestras artimañas, habéis hecho tan bien la cuenta de vuestra victoria, que ahora, sin tener valor para entregarle a esta mujer huérfana la minuta cara a cara, le habéis pasado las costas del juicio en el que lo sentenciaron a muerte.
Esta conducta solamente tiene un nombre.