Antonio Alvarez-Solís
Periodista

La debilidad de las multitudes

Yo no sé si ese extraño «marine» que es Juan Rosell, presidente de la CEOE, ha dicho como ocurrencia personal o como portavoz en el marco colectivo de la indecencia desarrollista esta frase monstruosa: «El trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XXI. El futuro del empleo habrá que ganárselo todos los días

La sustitución del proletariado por las multitudes es la última operación del Imperio para eliminar el duro frente único que antes conformaba el proletariado, palabra que, sea dicho, ya no conserva ni su valor filológico. Según Hannah Arendt «la trasformación de las clases en masas (o multitudes) y la eliminación al mismo tiempo de toda solidaridad de grupo son las condiciones de la dominación total (por parte del Imperio). Las organizaciones totalitarias son organizaciones masivas de individuos atomizados y aislados».

Y añade Daniel Bensaid: «A nuevo Imperio, nueva plebe… La unificación de los intereses de clase a partir de las condiciones profesionales distintas, de los estatus diferentes, de comportamientos culturales variados, ha sido un problema permanente para el movimiento obrero. Su unidad, puesta siempre en cuestión por la lógica competitiva del mercado, se ha cristalizado de forma desigual e intermitente a partir de experiencias fundadoras y sectores de referencia (mineros, ferroviarios, metalúrgicos, etc.) En cambio, lo que se ha verificado es la tendencia histórica a la diferenciación y complejidad creciente de las sociedades modernas… Lo que es más actual es la interiorización de esta complejidad por las personas. Soy masculino, femenino o transexual, trabajador sindicado frente a mi patrono, comunista frente a la burguesía, judío delante de un antisemita, antisionista ante un sionista sefardí ante un askenazi, ciudadano francés nacido en Occitania… y así, sin fin. En resumen, soy una multitud en mí mismo».

Todas estas determinaciones se combinan. Sus respectivas intensidades se desplazan en función de situaciones concretas y del conflicto dominante y de la situación que las caracteriza. Pero ¿qué hacer para que este sujeto múltiple no termine por desmigarse o trocearse?... En la posmodernidad, según Hardt y Negri el «sojuzgado sometido» habría «absorbido al explotado» y la «multitud de las gentes pobres» habría «tragado y digerido a la multitud proletaria».

Hay, pues, que buscar una identidad que funda en una única y activa oposición a todos los múltiples exiliados del Sistema. Algo que sea tan trabado y firme como fue el proletariado. Algo que una frontalmente contra el Imperio. A ese algo convertido en «clase», con sentimiento de clase, llama precariado Guy Standing. Los precariados son los expulsados de toda seguridad, de todo trabajo sostenido, de toda verdadera protección social, de toda moral. Curiosamente entre las entidades personales o colectivas figuran como precarizadas las mismas empresas que, según Standing, «se han convertido en mercancías que se compran y se venden mediante fusiones y adquisiciones… La mercantilización de las empresas como tales significa que los compromisos asumidos por sus propietarios actuales no valen tanto como solían… Ahora que compradores oportunistas pueden amontonar vastos fondos y apoderarse de empresas bien dirigidas, hay menos incentivos para consolidar relaciones de confianza dentro de las empresas... haciendo así la vida más insegura». Puestas así las cosas yo no sé si ese extraño «marine» que es Juan Rosell, presidente de la Confederación Española de las Organizaciones Empresariales, ha dicho como ocurrencia personal o como portavoz en el marco colectivo de la indecencia desarrollista esta frase monstruosa: «El trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX. El futuro del empleo habrá que ganárselo todos los días».

Incluso por elementales razones de paz personal hay que contar con un Estado protector absolutamente fascistizado por gobiernos repletos de violencia negrera para decir algo como esto, que constituye el desprecio más violento que ha llegado a mis oídos respecto a una población trabajadora que no sabe qué le pasará laboralmente cada día y cómo anochecerá para soñar con tranquilidad su futuro. Sr. Rosell ¿puede explicar si como empresario tiene usted el poder material y la calidad moral suficientes para situar cotidianamente y con tal descaro a seres humanos en la frontera amarga de la supervivencia? ¿Es usted capaz de garantizar su empresa como una fuente de bienestar social, sin caer en la maldita tentación de la especulación financiera con tal centro de trabajo? Sr. Rosell, si el suelo empieza a moverse peligrosamente no será responsabilidad de los «comunistas» o de los «extremistas» y «populistas» que ustedes vigilan fieramente desde su puesto de caza. Ojalá las urnas sirvan para algo, aunque gente como usted me obliga a creer más bien, de cara a conseguir justicia, que solamente el ciudadano en la calle tiene la capacidad suficiente para recobrar una dignidad tantas veces arrebatada.

Se ha puesto de moda entre los estúpidos que beben en una fuente seca creer que los modos de los líderes del Sistema son los únicos que pueden restaurar, a través de sacrificios populares sin cuento, el futuro que escandalosamente ellos mismos esquilmaron antes. Y para ello proclaman dos cosas: que necesitamos una dura corrección de nuestro pronunciado despilfarro –aunque ellos han echado de nuevo, entre otras cosas, las redes de las catastróficas hipotecas fáciles y de los consumos placenteros– y que aportemos hasta el último grano de nuestro granero para revivir su finca. Y los estúpidos lo creen, una y otra vez. No hay manera de que lean y mediten sobre lo leído. Si tuviéramos clara conciencia de lo que nos está sucediendo hoy la ciudadanía se dirigiría encendida hasta las puertas de las grandes instituciones para pedir cuentas claras del porqué la deuda pública española superó ya en el primer trimestre del año en curso el ciento por ciento del producto interior bruto, lo que no sucedía desde 1909. Es decir que el Estado supera con su deuda la riqueza que genera España.

¿Y qué política cabe hacer frente a este descomedido engaño?

No necesitamos ya partidos que demanden la espera confiada, porque ese dinero era nuestro dinero –porque el dinero siempre es del país; es el fruto del trabajo colectivo– y se consumió en fuegos de artificio y asaltos a la diligencia. Es hora de que los ciudadanos acepten esta realidad que debiera ser soberana. Pero esos ciudadanos precisan los partidos y los núcleos libres que demanden en común y llanamente empleo social, hogares dignos, servicios comunitarios que atiendan a una salud estrangulada, que instauren una enseñanza atractiva, una banca funcional, una agricultura protegida frente a las grandes potencias… Todo eso hay que conseguirlo por encima de subordinaciones a los mercados y de apropiaciones escandalosas. No podemos permitirnos ni un minuto más fraudes como el griego. Hay que impedir el asalto continuado al bien común que practican los que hacen de la inteligencia artificial un futuro en el que desaparecerá el ser humano. Y hay que apoyar a quienes se acercan a las urnas con una serie de emociones en su programa, entre ellas la reducción del ámbito del poder para que podamos asirlo. Dicen los agnósticos que no se puede creer en un Dios que no vemos. Y nos proponen, a cambio, confiar en una riqueza creadora que yace en el abismo de los papeles de Panamá. Sr. Rosell, «quiero fer una prosa en román paladino/ en qual suele el pueblo fablar a su vecino/ ca no son tan letrado per fer otro latino/ bien valdrá como creo, un vaso de bon vino». El Nobel de Economía era para Berceo.

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