Naike Diez
Coordinador de Etxerat en Gipuzkoa

La enfermedad penitenciaria

En enero, el estado anímico de los familiares y amigos de las y los presos y exiliados políticos vascos alcanza su auge con el chute solidario impresionante que nos supone llenar las calles de Bilbo. Tras la manifestación, sin embargo, da comienzo otro año más de vulneración de derechos y de largos viajes para poder mantener nuestros vínculos familiares y afectivos con nuestros seres más queridos. Otro año más sufriendo esta política vengativa llamada dispersión.

Nuestra ilusión y felicidad pende de un hilo muy fino. Tras años de malas noticias y falsas promesas, se nos hace difícil mantenernos firmes, y más complicado aún dibujar una sonrisa en nuestras caras desgastadas. Sólo hay que ver el inicio de este 2017 en el ámbito de las y los presos políticos vascos y más concretamente, en relación con nuestros familiares presos con enfermedades graves e incurables y sus allegados más cercanos. Historias espeluznantes que no deberían dejar a nadie indiferente.

Un día después de que 80.000 voces pidieran la resolución definitiva del conflicto político, la desactivación de las políticas de excepción para permitir a esta sociedad desprenderse del sufrimiento a la que, buena parte de ella, sigue condenada, nos sobrecogió lo ocurrido a Izar, la hija de Sara Majarenas. Nadie jamás hubiera pensado que llegaríamos a conocer un acto de violencia de género entrelazando la dispersión y la política penitenciaria. Tras mucho trabajo y movilización, casi un mes después, Sara puede estar, al menos, junto a su hija en el hospital.

En un margen de tiempo muy corto han sido varios los presos vascos con enfermedades graves que han sufrido agravamientos. Aitzol Gogorza, que sufre trastorno obsesivo compulsivo de larga duración, ha sido hospitalizado cuatro veces en escasas seis semanas. En total son 27 las ocasiones en que Aitzol ha sido trasladado de urgencia al hospital.

Ibon Iparragirre, que padece VIH en estadio C3, fue agredido dos veces en menos de 24 horas por presos sociales en la prisión de Alcalá-Meco. Ibon y Aitzol, junto a Txus Martin, son los presos políticos con enfermedades sicológicas o derivaciones de enfermedades físicas que se encuentran «solos» en sus respectivas prisiones. Un dato que pasa desapercibido, pero evidencia la sed de venganza del Estado español.

Hemos conocido también, los casos de Oier Gómez y Manu Azkarate. El primero, un joven gasteiztarra de 33 años que ya superó un primer cáncer hace escasos años, espera los resultados médicos tras ser operado en el hospital Pitie Salpetriere (París), donde le han extirpado una masa junto a la columna vertebral. Y en el segundo caso, el tolosarra Manu Azkarate, que sufre cavernomatosis portal, ha sido ingresado de carácter grave con una erisipela en la pierna herida en la detención que sufrió en diciembre del año pasado en Marsella.

Siguiendo con las malas noticias, la madre de la presa política Olatz Lasagabaster fue ingresada de gravedad en el Hospital de Valencia por una neumonía mientras visitaba a su hija y su nieta recién nacida. Mari Carmen mejora cada día que transcurre pero llevará un largo tiempo su estancia hospitalaria hasta recibir el alta médica. Una familia partida entre Euskal Herria y Valencia por culpa de la dispersión.

Han tenido que transcurrir tres años de aislamiento ilegal de una presa preventiva, sin condena alguna, para que el juez de Vigilancia Penitenciaria ordene a la cárcel de Puerto III que la presa política Arantza Zulueta disponga de cuatro horas de patio en común con otras reclusas. Arantza se encuentra en un módulo de castigo en régimen cerrado. Incluso, el cumplimiento de las horas de patio que recoge el auto no garantizarían el fin del aislamiento. Para ello Arantza debería ser sacada de allí. Esperemos que no haya ninguna jugarreta detrás, no más «ingeniería jurídica» de la que habló Fernández Díaz para saltarse por enésima vez su tan amada justicia.

Son situaciones extremas que provocan un sufrimiento exponencialmente ampliado por el agravante de la política de dispersión. Tras cada suceso ocurrido hay una familia o entorno envuelto en dolor. Familiares y amigos que recorren miles de kilómetros para ver a sus allegados enfermos en estados francamente frágiles. Personas que dan prioridad a su familiar preso, dejan el trabajo, escuela o universidad, para poder tener unos minutos de alegría en un espacio vigilado de cuatro metros cuadrados.

Casos que acribillan familias y almas, que golpean más y más sus ya ajetreadas vidas y destierran todo tipo de ilusión y esperanza. Familias condenadas al asfalt­o de la carretera, a interminables viajes, a incesantes tratos vejatorios, y que pese a todo ello, no claudican ante la tortura blanca impuesta sobre sus cuerpos fatigados.

Todos y todas sufrimos una grave enfermedad impuesta con objetivos vengativos y destructores, con el fin de devastar vidas y familias. Somos muchos quienes sufrimos, directa o parcialmente, la enfermedad penitenciaria. La mejor cura para acabar con esta grave enfermedad es la sociedad vasca y su solidaridad. Tenemos que aupar la voz, aglutinar y consensuar para, por fin, acabar con nuestra pesadilla. Os necesitamos.

Etxean eta bizirik nahi ditugu!

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