Txema García
Periodista y escritor

La factura del otorrino en Urdaibai

El Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia han puesto en marcha un innovador servicio de consultas de Otorrinolaringología dirigido a la curación de «casos graves» que, al parecer, únicamente ocurren en Busturialdea. Para ello, tal y como viene sucediendo en otros ámbitos de la sanidad pública, ambas instituciones han decidido externalizar el citado servicio a la esfera privada, en este caso a la consultora Agirre Lehendakari Center, experta al parecer en «escuchas activas».

Lo curioso de este proyecto, de carácter experimental y sin parangón alguno en el marco institucional, es que en lugar de atender sanitariamente a las propias instituciones que llevan años permaneciendo sordas como tapias a las demandas ciudadanas, se dirige a la población de esta comarca que tiene sus capacidades expresivas y auditivas en perfecto estado. Es decir, el paciente a atender, por tanto, no debiera ser la población en general, sino los propios poderes públicos. El mundo al revés.

Cuando se conoció la noticia, la gente pensó, quizá ingenuamente, que las citadas instituciones, por fin, les iban a escuchar. No, no se trataba de eso, sino de todo lo contrario, es decir, de «hacer como que escuchaban», pero ahora por medio de un sofisticado procedimiento, lo último en ingeniería auditiva que, en última instancia, desemboca en lo mismo de siempre, es decir, en el clásico «Por aquí me entra, por aquí me sale». Y es que los ciudadanos, acostumbrados a no ser nunca escuchados se han quedado sorprendidos y han entrado en estado de shock ante este nuevo reclamo.

A decir de los expertos, este nuevo enfoque terapéutico tiene innumerables ventajas. Las más importantes son que la población se queda con la sensación de que es escuchada ¡durante todo un año, nada menos! El terapeuta además se siente profesionalmente muy recompensado por ejercer una labor tan loable y; por último, las instituciones aparentan cumplir con un cometido que nunca consideran debe formar parte habitual de sus acciones. A esto se le llama colaboración público-privada o, dicho de otra forma, «te vamos a engañar sin que te enteres».

El problema venía de lejos. Las autoridades llevaban ya un tiempo percibiendo que la ciudadanía de esta comarca estaba muy descontenta por el grado de abandono institucional al que llevaba sometida desde hacía décadas, y que incluso había aumentado exponencialmente tras el anuncio de las autoridades de la construcción, «Sí o Sí», de un nuevo Museo Guggenheim, con dos sedes (Gernika y Murueta), en el seno de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai.

En realidad, la dolencia auditiva se había originado a partir de un problema de comunicación entre emisores (instituciones) y receptores (ciudadanía). Los primeros se habían obcecado en meter con calzador la ampliación de la pinacoteca norteamericana, y los nativos, cual indígenas irredentos, se habían echado a la calle en manifestaciones estruendosas y organizando actos de todo tipo en protesta por el ecocidio que allí se quería perpetrar.

Y si bien los canales de comunicación estaban en manos de los primeros, la lucha por el relato la estaban ganando los segundos. Y eso, para la Administración, era algo insoportable. Había que hacer algo. Llamar a los «especialistas» de turno, «fontaneros otorrinos» avezados en reparar atascos auditivos con depósitos de cerumen enquistados en las orejas desde tiempos inmemoriales.

Así que primero había que hacer un diagnóstico de la enfermedad auditiva, un inventario de «lesiones» o daños y, si era posible, formular una estrategia novedosa que hiciera mella en una oposición ciudadana crecida ante unas instituciones que navegaban a golpe de timón autoritario. Esto último era lo más importante: no dar la imagen de que los centros de poder eran ajenos al descontento social y, por tanto, iniciar una ciaboga política con la que aparentar que ellos eran permeables a las peticiones de la calle. Para ello, había que inventar primero, y vender después, un nuevo marco mental (como se dice ahora para epatar) pero que en realidad se trataba de un esquema más antiguo que la pana y que ahora se presentaba con el adorno de una metodología de «escucha activa» con aires de modernidad.

Antes de eso había que hacer otras labores previas, absolutamente necesarias. Lo primero era homogeneizar posiciones entre los emisores del proyecto. No era de recibo que la diputada general de Bizkaia fuera una vocera desaforada en favor del proyecto y el lehendakari Urkullu estuviera como mínimo callado y no la diera cobertura alguna a su compañera de partido. Es decir, lehendakaritza y Diputación de Bizkaia estaban casi en las antípodas. Y luego estaba todo el proceso de renovación interno de cargos del partido, tanto en lo que respecta a cada una de las ejecutivas de cada herrialde, así como al propio Euskadi Buru Batzar. Ahora, con Pradales como lehendakari y Aitor Esteban como recién nombrado presidente del EBB, ya queda todo esto perfectamente alineado para que estos agentes políticos empujen en la misma dirección con el único e indisimulado objetivo de hacer realidad el Guggenheim Urdaibai.

Paralelamente a esto, una consigna se extendió entre los despachos del Partido. Nada de hacer declaraciones a diario sobre esta cuestión por parte de cualquier burukide que quisiera hacer méritos para subir en el escalafón. Prietas las filas. Contención. Que los ciudadanos se relajen. Que se olviden del «Si o Sí» se hará el Guggenheim Urdaibai, que eso suena muy conminatorio. Dicho y hecho: alcaldes, concejales, junteros, portavoces, cargos del aparato, consejeras del ramo... se tomaron las pastillas del «silencio prudente» y rebajaron considerablemente los decibelios y el torrente de declaraciones anteriores.

Pero lo mejor −o lo peor− estaba aún por llegar. Un ruido ensordecedor, a manera de acúfeno y en forma de tres palabras («Guggenheim Urdaibai STOP») se colaba día y noche por el martillo, yunque y estribo de los oídos de todas las instancias políticas e institucionales. Había que dejar de hablar de este «conflicto» en términos de enfrentamiento, de confrontación. Y tocaba extender la idea de que «se iba a escuchar a la ciudadanía» (a unas mil personas de Busturialdea) para que expresase sus opiniones libremente.

Se necesitaba enfriar el clima de enfrentamiento, distender. Montar una jugada estratégica, sobre todo en el terreno comunicativo en el que a los poderes públicos no les iba nada bien. Había que acabar con la guerra dialéctica, con los bloques... deshacer esa maligna ecuación insoportable para las instituciones impulsoras del proyecto. Pasar de la confrontación a la concertación y disolver la pugna demorando la decisión final a tres años, eso sí, sin garantía alguna de que el resultado de esa «escucha activa» vaya a ser vinculante para los poderes públicos que, mientras tanto, seguirán desbrozando todo tipo de obstáculos administrativos para finalmente hacer realidad el ansiado proyecto.

Cambiar algo para que todo siga igual. Ese era y es el objetivo de las instituciones que ahora intentan colocar, con la inestimable ayuda de Agirre Lehendakari Center, el desenlace de la partida de su lado porque astutamente han variado el esquema del conflicto creando la falsa pero efectiva ilusión de que ya no existe gracias a que ya hay una instancia «consultora» hacia la población y con eso ya está solucionado el tema.

Es tan falso este proceso de «escucha activa» y está tan corrompido desde sus inicios, que la gente que vaya a participar en este engendro no tiene ni tan siquiera conocimiento de en qué consiste un proyecto que ni se ha presentado oficialmente por parte de las autoridades. ¿Qué son, peras o manzanas? Es como comenzar la casa por el tejado: nos piden que hablemos de una casa de la que todavía no han presentado ni los planos.

Y ahora, durante tres años, las instituciones repetirán machaconamente que ya se está consultando «y de forma activa» a la población de Busturialdea porque ese otorrino llamado Agirre Lehendakari Center ya ha tomado mando en plaza. Durante todo este tiempo, este «servicio terapéutico» va ser la «cobertura» perfecta no para «escuchar» sino para «acallar bocas».

El manual de actuación comunicativo del Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia pasa por situar el tema (que no el conflicto) en una supuesta participación popular en la toma de decisiones, que no existe. En definitiva, una obra absolutamente devaluada de la supuesta gobernanza participativa que nos quieren vender. Por decirlo de una manera aún más directa. Este proceso de supuesta «escucha activa» es la coartada perfecta para que el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia queden como impulsores de una gobernanza participativa que legitime sus políticas impositivas, utilizando a Agirre Lehendakari Center como su paraguas protector ante las crecientes críticas que ha recibido este plan que solo apoya abiertamente una parte del PNV y la cobertura de la cara amable de la nueva directora Miren Arzallus.

Así que de tí, de todas nosotras y nosotros depende seguir más activos que nunca y hacer que nos oigan (aunque no nos escuchen) cada vez más alto y fuerte. Y de que esas tres palabras («Guggenheim Urdaibai stop») rompan su sordera permanente.


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